Este será un fin de semana largo, perfecto para descansar y, coincidiendo con las fechas, disfrutar de un delicioso pan de muerto con chocolate (en casa tenemos unas tablillas de Chiapas que le regalaron a César, buenísimo, con fuerte sabor a canela, mmm). También se presenta la oportunidad de visitar alguna ofrenda de Día de Muertos.
Es curioso cómo para los mexicanos es algo tan normal lo de estas fechas: poner o visitar un altar dedicado a los seres queridos que han fallecido, colocar sus fotos, la comida que les gustaba, velas para iluminar su camino de regreso a casa, flores, papel picado de colores y un sinnúmero de particularidades dependiendo los usos y costumbres de cada familia (refrescos, cigarros, tequila, juguetes, música, etc…).
Y digo que es curioso porque para el resto del mundo, la cosa de la muerte es intocable, de luto riguroso, algo para irse con tiento y respeto absoluto. Hay extranjeros radicando desde hace añísimos en nuestro país que siguen sin asimilar una calavera de azúcar con su nombre en la frente. O hay otros que encuentran tenebroso comer ‘pan de muerto’ y pedir una rebanada ‘con huesitos’.
Tan especial es la forma como celebramos y veneramos a la muerte, que en 2003 la UNESCO proclamó a la Festividad Indígena de Día de Muertos en México como Obra Maestra del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y en 2008 fue incorporada a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial. Este reconocimiento se otorga a aquellas manifestaciones culturales que continúan hasta nuestros días y que han sido transmitidas de generación en generación, formando parte de la identidad de un grupo, reflejando su cosmovisión.
Nosotros nos enteramos que este año se cumple el 15º aniversario de las ofrendas de Día de Muertos en el Museo Dolores Olmedo, un lugar que en sí mismo es hermoso, con sus pavorreales, sus bugambilias y unos xoloitzcuintles que están simpatiquísimos. Las fiestas ‘de muertos’ del lugar tienen fama y por eso queremos ir.
Este año, las ofrendas serán para doña Lola y su mamá, Diego Rivera, Frida Kahlo, José Guadalupe Posada (nuestro artista por excelencia del Día de Muertos) y Fernando Gamboa (un gestor cultural de los grandes, considerado Padre de la Museografía en México).
Lo único que me brincó fue que las ofrendas del Dolores Olmedo estarán del 28 de octubre al 3 de enero. Es cuando viene el dilema cultural de la globalidad: ¿qué tanto las tradiciones deben conservarse puras o qué tanto deben adaptarse a los flujos masivos de visitantes y al consumo cultural de la población?
Después de reflexionarlo, de pensar que es un exceso dejar los altares dos meses cuando la celebración es de dos días y de afirmar que sólo extendiendo el plazo se pueden distribuir las cargas de visitantes para que todos los disfruten, he llegado a la conclusión de que se puede permitir ese plazo, siempre y cuando se preserve la esencia de la manifestación cultural.
Lo mismo sucede con la Ceremonia Ritual de los Voladores – conste que se utiliza el nombre genérico, porque aunque los de Papantla son los más conocidos, existen otros poblados donde la tradición de los voladores está muy arraigada, como en Puebla –, a quienes hace unas semanas la UNESCO también incorporó a la misma Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Uno puede ver su rito a las afueras del Museo Nacional de Antropología casi hora tras hora, ante lo cual muchos cuestionan la legitimidad de la tradición. Yo pienso que es tan válido como las ofrendas, siempre y cuando los voladores porten su vestimenta típica, que transmitan ‘el vuelo’ de padres a hijos y que sientan suya la tradición, más allá de hacerlo como un negocio.
Es curioso cómo para los mexicanos es algo tan normal lo de estas fechas: poner o visitar un altar dedicado a los seres queridos que han fallecido, colocar sus fotos, la comida que les gustaba, velas para iluminar su camino de regreso a casa, flores, papel picado de colores y un sinnúmero de particularidades dependiendo los usos y costumbres de cada familia (refrescos, cigarros, tequila, juguetes, música, etc…).
Y digo que es curioso porque para el resto del mundo, la cosa de la muerte es intocable, de luto riguroso, algo para irse con tiento y respeto absoluto. Hay extranjeros radicando desde hace añísimos en nuestro país que siguen sin asimilar una calavera de azúcar con su nombre en la frente. O hay otros que encuentran tenebroso comer ‘pan de muerto’ y pedir una rebanada ‘con huesitos’.
Tan especial es la forma como celebramos y veneramos a la muerte, que en 2003 la UNESCO proclamó a la Festividad Indígena de Día de Muertos en México como Obra Maestra del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y en 2008 fue incorporada a la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial. Este reconocimiento se otorga a aquellas manifestaciones culturales que continúan hasta nuestros días y que han sido transmitidas de generación en generación, formando parte de la identidad de un grupo, reflejando su cosmovisión.
Nosotros nos enteramos que este año se cumple el 15º aniversario de las ofrendas de Día de Muertos en el Museo Dolores Olmedo, un lugar que en sí mismo es hermoso, con sus pavorreales, sus bugambilias y unos xoloitzcuintles que están simpatiquísimos. Las fiestas ‘de muertos’ del lugar tienen fama y por eso queremos ir.
Este año, las ofrendas serán para doña Lola y su mamá, Diego Rivera, Frida Kahlo, José Guadalupe Posada (nuestro artista por excelencia del Día de Muertos) y Fernando Gamboa (un gestor cultural de los grandes, considerado Padre de la Museografía en México).
Lo único que me brincó fue que las ofrendas del Dolores Olmedo estarán del 28 de octubre al 3 de enero. Es cuando viene el dilema cultural de la globalidad: ¿qué tanto las tradiciones deben conservarse puras o qué tanto deben adaptarse a los flujos masivos de visitantes y al consumo cultural de la población?
Después de reflexionarlo, de pensar que es un exceso dejar los altares dos meses cuando la celebración es de dos días y de afirmar que sólo extendiendo el plazo se pueden distribuir las cargas de visitantes para que todos los disfruten, he llegado a la conclusión de que se puede permitir ese plazo, siempre y cuando se preserve la esencia de la manifestación cultural.
Lo mismo sucede con la Ceremonia Ritual de los Voladores – conste que se utiliza el nombre genérico, porque aunque los de Papantla son los más conocidos, existen otros poblados donde la tradición de los voladores está muy arraigada, como en Puebla –, a quienes hace unas semanas la UNESCO también incorporó a la misma Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Uno puede ver su rito a las afueras del Museo Nacional de Antropología casi hora tras hora, ante lo cual muchos cuestionan la legitimidad de la tradición. Yo pienso que es tan válido como las ofrendas, siempre y cuando los voladores porten su vestimenta típica, que transmitan ‘el vuelo’ de padres a hijos y que sientan suya la tradición, más allá de hacerlo como un negocio.