viernes, 31 de octubre de 2008

La ‘vuelta a casa’ del Día de Muertos

Año con año, llegando las últimas semanas de octubre, los mexicanos entramos en fase de alboroto cuando pasamos por alguna panadería y nos percatamos que el pan de muerto ha llegado. Eso anuncia que la celebración del Día de Muertos está en puerta.

Y hablo de un festejo porque así lo vemos, lo vivimos y disfrutamos desde que nacemos. En otras culturas, la muerte lleva implícitos temor, pesar, oscuridad y vacío. Pero para nosotros, el culto a la muerte es chusco, chispeante, irreverente y sin medida.

Apoco no: nos gusta ver las calaveras de azúcar con nuestro nombre en ellas, vamos a las plazas públicas a ver las ofrendas donde se rinde culto a ‘los que se nos adelantaron’ ,y en general, para la gente son días de fiesta porque la creencia dicta que en esas fechas regresan los difuntos con sus familiares.

Para los extranjeros, hablar del ‘pan de muerto’ ya implica algo macabro desde el nombre. Ni qué decir cuando escuchan a alguien decir ‘A mi denme un pedazo con huesitos’, jaja, que para uno es la cosa más natural.

En serio que qué bonitas son nuestras tradiciones, cuántos significados se encierran en todo eso: las veladoras para iluminar el trayecto que recorrerá el muerto para llegar a casa, el agua para calmar la sed del viajero, el incienso y la sal para purificar su camino, las cosas que le gustaban en vida para que vuelva a disfrutarlas y las flores y el escenario multicolor para darle la bienvenida.

No en vano, la UNESCO reconoció en 2003 al Día de Muertos que celebran las comunidades mexicanas como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Algunos dicen que es una pena que el Halloween le esté ganando terreno, pero yo no estaría tan segura de ello. Lo que se da es un sincretismo, una fusión de tiempos y espacios, cuyo resultado es bastante divertido.

Por ejemplo, algunos dirán que la costumbre de pedir dulces de puerta en puerta es meramente anglosajona. Sin embargo, la adaptación local es imperativa y ahora existen disfraces de Catrina, ese mexicanísimo personaje inmortalizado por José Guadalupe Posadas. Y la petición para recibir golosinas no es alusiva al Halloween, sino que la consigna es ‘¿Me da mi calaverita?’.

Nosotros, como cada año, siguiendo la máxima de ‘Trata a los otros como quieres que te traten’, ya nos hicimos de una buena dotación de dulces para dar a los niños que toquen a nuestra puerta tanto esta noche como la de mañana – porque qué gusto da que te rellenen de golosinas la calabacita –.

Eso sí, también tenemos el pan de muerto que, acompañado de un rico chocolate caliente Mayordomo, que trajimos de Oaxaca, harán las delicias con las que esperaremos la venida de todos nuestros difuntos – aclarando que los más cercanos no regresan, sino que nunca se han ido –.

viernes, 24 de octubre de 2008

Estoy pagando, punto

No sé por qué extraña razón, pero siempre que uno está por pagar algo, ya sea en el supermercado, la librería, el restaurante, la papelería, el transporte público, el puesto de periódicos, el mercado, el salón de belleza, los helados o la tienda departamental, la persona que atiende siempre hace la absurda pregunta: ‘¿No tiene cambio?’.

Lo peor es que el cliente se pone a buscar frenéticamente entre sus pertenencias – cartera, bolsa, bolsillos del saco o pantalón, mochila y cualquier recoveco donde pudieran haberse alojado algunas monedas – y ¡con pena! (el colmo) le dice al de la caja ‘No, no tengo…’.

Cómo molesta eso, porque teniendo o no el importe exacto, se está pagando con ese dinero porque uno quiere, ya sea por tener cambio, porque es el único billete que uno trae consigo o porque simplemente es el primero que salió de la cartera. Se está pagando y punto, sin explicaciones del por qué esa forma de pago.

Si uno, mal acostumbrado con esas prácticas, va a Europa o Estados Unidos y al pagar dice ‘¿No quiere que le dé (la fracción de la cuenta total)?’, lo ven a uno raro, como diciendo ‘¿Por qué pensará esta persona que necesito que me dé más dinero del que ya me dio?’

Es obligación de cualquier establecimiento, localito, changarro o pulgui-puesto tener cambio porque a eso se dedican, ni más ni menos, a atender el consumo del cliente de quien pende su economía.

Y el cinismo no se hace esperar, cuando encima de solicitar cambio lo rechazan cuando se trata de monedas de centavito. Eso nos pasó un día al pagar los 3 pesos que cobran en el estacionamiento de algunos centros comerciales al salir, cuando uno lleva boleto sellado por haber realizado un consumo. Dimos las moneditas y la infeliz de la caseta dijo ‘No, esas no me las aceptan’, y yo dije ya medio furibunda ‘Pero es dinero’.

Tomé nota, y cuando los de otra casetita quisieron darme cambio con centavos me negué a recibirlos, jaja, para que aprendan que eso también es dinero aunque la gente ya no las recoge en la calle (confieso que yo sí las tomo porque son de la suerte, como una señal de abundancia).

Cabe señalar que también el caso contrario es ilógico. Si uno quiere cambio va al banco, pues dentro de sus funciones radica la de cambiar billetes por monedas o monedas grandes por otras de menor denominación. Justo esta semana hice el intento de cambiar un billete de 100 pesos por 100 monedas de un peso en Santander y la respuesta fue ‘Uy, no tenemos monedas de un peso, sólo de 5’. ¡Que el banco no tenga dinero sí que es el colmo!

Yo de plano ni finjo ni nada, simplemente extiendo el billete con el que quiero pagar y en el momento que me preguntan por el cambio, sin mover un dedo, afirmo ‘No traigo’, con amabilidad y firmeza, y que le hagan como quieran. Y si ellos no tienen, con la pena hay que darse la media vuelta e irse.

viernes, 17 de octubre de 2008

Por favor, lávese las manos

¿Se han dado cuenta que la gente no se lava las manos después de ir al baño? Ya sea en el trabajo, los cines, restaurantes, centros comerciales y lugares de entretenimiento, la gente sólo echa mano de agua y jabón cuando hay alguien más en la zona de lavabos. Es decir, únicamente se lava las manos si se siente observada, como por cumplir socialmente con el requisito, para ‘no verse mal’.

De lo contrario, sale a hurtadillas o en estampida, fingiendo demencia antes de que alguien abra la puerta del baño en el que estaba y se vea obligada a lavarse, supongo que para ahorrar los 2 minutos de tiempo que le llevaría hacerlo.

O tampoco se lavan las manos antes de comer: la gente va en el metro tomando los tubos, o se detiene de los pasamanos en las escaleras, o conduce los carritos del súper, y sin agobio alguno, si se le cruza en el camino, no duda en comer algún tentempié sin importar el contacto directo con las manos sucias.

Porque, ¿quién garantiza la higiene de esos tubos, pasamanos y carritos? Definitivamente nadie, y sus usuarios bien pudieron estar en contacto con algún enfermo, ser potenciales portadores de alguna virulencia (aunque sea una gripa) o haber ido al baño y no lavarse las manos, con sus respectivas consecuencias.

Y no tiene que ver con nivel socioeconómico o educativo, porque la omisión viene lo mismo de profesionistas que de personas sin preparación escolar – y es más grave en el primer caso, naturalmente, por la desvergüenza –.

Esto viene a colación porque con un hábito tan elemental, el mundo evitaría buena parte de las cinco mil muertes diarias de niños menores de cinco años –1.7 millones de fallecimientos al año – provocadas por diarrea u otras enfermedades gastrointestinales evitables, de acuerdo al Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF).

¡Imagínense lo precario que resulta en pleno siglo XXI morir de ‘chorro’! Triste, pero cierto, muy cierto.

Es por ello que dicha organización internacional lanzó el día de ayer la primera edición del Día Mundial del Lavado de Manos, que básicamente tendrá actividades en África y Asia, donde el problema es muy severo. De lo que se trata es crear conciencia entre la población para que adopte la práctica de lavarse las manos constantemente.

Lo que también veo es que en países africanos no necesariamente sucede que la gente no quiera lavarse las manos, sino que el servicio de agua no está disponible. Y no vayamos tan lejos: aquí mismo, en zonas rurales de México, el acceso al agua llega a ser limitado.

Es por ello que nosotros debemos aprovechar la fortuna de tener los recursos para lavarnos las manos, pues resulta increíble que, a pesar de que la humanidad parezca en constante avance, no seamos capaces de erradicar muertes por carecer o no utilizar herramientas tan básicas como el agua y el jabón. Si no hay jabón, al menos emplear el agua frotando bien una mano contra otra, y si de plano no hay agua, tener a la mano toallitas húmedas o gel antibacterial, seguro ayudan.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Sabores de antaño

Hace poco, aprovechando que andábamos por la colonia Condesa, fuimos a Roxxy, la nevería más tradicional que conozco en la Ciudad de México, ubicada en Avenida Mazatlán esquina Fernando Montes de Oca.

Desde que llega uno a esos rumbos se tiene una sensación distinta: se ve a perros y niños jugando en los parques, la gente va caminando a comprar sus víveres, otros andan en bicicleta y unos más platican en los camellones. Tal pareciera que aunque las cosas cambian por doquier, ahí hay algo que siempre permanece.

Y no sé si esa esencia la da Roxxy, que ha visto pasar al menos cuatro generaciones de mi familia, los Díaz. Es un lugar simplemente sensacional, decorado con los cuadros originales de las especialidades que datan de los años cincuenta y con una barra que espera que niños y no tan niños disfruten desde ahí su nieve, en las sillas giratorias, al tiempo que contemplan cómo se preparan los helados a los demás comensales.

El local también cuenta con mesas, sillas y una que otra banquita en la acera. O la gente puede ir ‘de entrada por salida’ por su helado pasando directamente al mostrador. Todas son recetas de la familia Gallardo, los fundadores, que de manera tradicional y 100% natural siguen sabiendo como hace 31 años – que son los que me constan de los 64 que lleva el negocio –.

Los sabores son únicos. Vale la pena probar el de chocolate, mandarina, café, mamey, cajeta y naranja de agua o leche, mmm. O las especialidades, que son una verdadera delicia: banana split, tres Marías, malteadas, flotantes o la más deliciosa de todas: Roxxy especial, servido en una copa, donde hasta el fondo lleva helado de coco, luego una capa de mermelada de piña – también de la casa, riquísima, con los trocitos de fruta diminutamente picados –, luego helado de fresa, mermelada de zarzamora, helado de vainilla con una capa de chocolate derretido, espolvoreado con nuez picada, y finalmente, a un lado, muy coqueto, aparece un barquillo Macma, mmm!!!

Los helados de Roxxy incluso me llevaron a un extremo inconcebible para una niña de 4 años, les voy a contar: cuando vivíamos en aquellos lares, yo tomaba clases de natación muy cerca de la nevería. Mi mamá pasaba por Lita y por mi a la hora de la comida y nos dejaba en la alberca. Pero entre el miedo que me daba el agua y mi antojo por un helado Roxxy, al poco rato de empezar la clase pedía permiso al profe para ir al baño y llegaba al vestidor diciendo a Lita, ‘dijo el profesor que ya me puedo bañar para irnos’, y después de eso pasábamos muy contentas por una nieve.

Qué tal, de lo que uno es capaz por un helado Roxxy, jajaja!!!!!!!!!!!!!

viernes, 3 de octubre de 2008

Memoria histórica, las fechas que ‘no se olvidan’

Ayer se conmemoraron 40 años de la matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas, un acontecimiento aberrante en la vida de este país, lo mismo que el atentado del pasado 15 de septiembre en Morelia, donde el lanzamiento de una granada provocó la muerte de 8 personas y dejó más de cien heridos.

Son fechas que se suman tristemente a la memoria nacional como las más deplorables, las más dolorosas e infelices de las que se tiene registro. Son momentos en que la rabia y el pesar nos abruman permanentemente, en los cuales no hay salidas sino laberintos profundamente intrincados.

Son la luz y la sombra, la coyuntura en que se toman de la mano el amanecer y el ocaso: los Juegos Olímpicos del ’68 y la persecución en Tlatelolco, el festejo de Independencia y la alarma en la plaza en Michoacán.

¿Qué pasó esa noche? Algunos se deslindan, otros guardan silencio y la mayoría carece de respuestas. Pero en realidad, ¿qué queremos escuchar: el nombre de los culpables, sus motivos, su sentencia? Eso nunca lo sabremos. En primer lugar, porque debe haber muchos intereses de por medio; en segundo, porque a menos que alguien levante la mano – y eso suponiendo que no sea un ‘chivo expiatorio’ –, el gobierno no cuenta con la organización ni con los medios para realizar una investigación seria de esas dimensiones; y tercero, porque hace mucho que las autoridades perdieron el control de este país.

Y si bien no hay respuestas, lo que sobran son preguntas: ¿fue acaso un ajuste entre narcos que rebasó el límite, un reto al gobierno, o tal vez una advertencia para que éste no se acerque a “sus territorios”, o quizá la más macabra de las carcajadas de la delincuencia ante la marcha ciudadana por la paz?

Hay quienes han calificado los hechos como actos terroristas, y, sin exagerar, yo creo que no están errados, pues el terrorismo tiene por objetivo sembrar el miedo entre los inocentes, sobre quienes tiende sus garras de manera sorpresiva, entre las sombras, de la manera más vil y deleznable.

Y vaya que ese 15 de septiembre ha dejado desconfianza a su paso, porque después de Morelia, ¿quién asistirá a las plazas públicas para festejar el Bicentenario de Independencia? Definitivamente la población lo pensará dos, tres o mil veces antes de decidir. Y por qué ir tal lejos como al Bicentenario: simplemente un cine, un partido de futbol o un parque pueden ser blanco de dementes como los que provocaron el caos moreliano.

No se trata de entrar en pánico de manera gratuita, pero hay que tener bien presente que pudo pasarle a cualquiera de nosotros.