Nunca he sido partidaria de las reuniones de ex alumnos. Primero, porque pienso que, de cualquier lugar donde uno ande, siempre se lleva a la gente que le interesa. Segundo, porque me imagino que esos encuentros no son más que un ‘egómetro’. En otras palabras, la ocasión idónea para ver quién ha hecho más en la vida de acuerdo a determinados estándares.
Por mera casualidad me enteré que habría un desayuno de ex alumnos del Queen Elizabeth School, la escuela donde estuve desde preprimaria hasta tercero de secundaria, y con la finalidad de que César conociera ese lugar de tantas anécdotas y para volver a ver a Miss Cabañas, directora y fundadora, me animé a que fuéramos.
Al llegar a la entrada principal me emocioné profundamente y no pude evitar que las notas del himno de la escuela volvieran a mi mente. Ahí estaba todo casi como lo dejé hace 15 años: las instalaciones del kinder, la zona de autobuses, las oficinas, los salones, los laboratorios, la alberca, el gimnasio (lamentablemente cerrado para verlo), los baños, el salón de acuarela, la tiendita, el salón de música…
También las bancas donde comíamos el lunch en secundaria, las mismas escaleras de los simulacros, la enfermería, el salón ‘grande’ donde se hacían los concursos de spelling, el asta bandera… Tantos, tantísimos días transcurridos en ese lugar, años que significaron cosas buenas, formación, conocimientos, buenos amigos y estupendos ratos de infancia.
Y al centro de todo, el patio, donde pusieron una gran carpa, cuyo interior albergaba las mesas y una galería de fotos que pasaba por los años sesenta, setenta, los ochenta y en los noventa encontré la foto de la ceremonia de despedida cuando salí de la escuela (me gusta cómo salí en esa foto, jaja).
La verdad no pensé encontrarnos con alguien de mi generación – hubiera sido nuestro último motivo de asistencia, jaja –. Sin embargo, cuál va siendo mi sorpresa cuando llegaron otros siete correligionarios de primaria. Fue chispa saber lo que hacen ellos, lo que hacen otros, y más chispa aun el confirmar que ciertas personalidades se reforzaron: los bizarros, las chicas malas, los buena onda… y no faltó quienes dieron las grandes sorpresas, jaja. Confirmé que ‘de músico, poeta y loco…’, toda generación tiene un poco, jajaja!!
Y tuve la satisfacción de abrazar a Miss Cabañas, ya en su silla de ruedas y con la luz del porvenir en la mirada, y agradecerle el haber creado una escuela como esa, maravillosa, grande en dimensiones y en calor humano.
Tomamos fotos, intercambiamos correos electrónicos y se dijo que en abril van a organizar otra reunión masiva con los que no pudieron asistir. No sé si volveríamos a ir: la verdad creo que no, porque el recuerdo es lo que importa y ese ahí seguirá. Lo que sí puedo afirmar es que realmente quedé satisfecha con la experiencia que vivimos ese sábado de febrero en el Queen, mi siempre escuela.
Por mera casualidad me enteré que habría un desayuno de ex alumnos del Queen Elizabeth School, la escuela donde estuve desde preprimaria hasta tercero de secundaria, y con la finalidad de que César conociera ese lugar de tantas anécdotas y para volver a ver a Miss Cabañas, directora y fundadora, me animé a que fuéramos.
Al llegar a la entrada principal me emocioné profundamente y no pude evitar que las notas del himno de la escuela volvieran a mi mente. Ahí estaba todo casi como lo dejé hace 15 años: las instalaciones del kinder, la zona de autobuses, las oficinas, los salones, los laboratorios, la alberca, el gimnasio (lamentablemente cerrado para verlo), los baños, el salón de acuarela, la tiendita, el salón de música…
También las bancas donde comíamos el lunch en secundaria, las mismas escaleras de los simulacros, la enfermería, el salón ‘grande’ donde se hacían los concursos de spelling, el asta bandera… Tantos, tantísimos días transcurridos en ese lugar, años que significaron cosas buenas, formación, conocimientos, buenos amigos y estupendos ratos de infancia.
Y al centro de todo, el patio, donde pusieron una gran carpa, cuyo interior albergaba las mesas y una galería de fotos que pasaba por los años sesenta, setenta, los ochenta y en los noventa encontré la foto de la ceremonia de despedida cuando salí de la escuela (me gusta cómo salí en esa foto, jaja).
La verdad no pensé encontrarnos con alguien de mi generación – hubiera sido nuestro último motivo de asistencia, jaja –. Sin embargo, cuál va siendo mi sorpresa cuando llegaron otros siete correligionarios de primaria. Fue chispa saber lo que hacen ellos, lo que hacen otros, y más chispa aun el confirmar que ciertas personalidades se reforzaron: los bizarros, las chicas malas, los buena onda… y no faltó quienes dieron las grandes sorpresas, jaja. Confirmé que ‘de músico, poeta y loco…’, toda generación tiene un poco, jajaja!!
Y tuve la satisfacción de abrazar a Miss Cabañas, ya en su silla de ruedas y con la luz del porvenir en la mirada, y agradecerle el haber creado una escuela como esa, maravillosa, grande en dimensiones y en calor humano.
Tomamos fotos, intercambiamos correos electrónicos y se dijo que en abril van a organizar otra reunión masiva con los que no pudieron asistir. No sé si volveríamos a ir: la verdad creo que no, porque el recuerdo es lo que importa y ese ahí seguirá. Lo que sí puedo afirmar es que realmente quedé satisfecha con la experiencia que vivimos ese sábado de febrero en el Queen, mi siempre escuela.