martes, 27 de noviembre de 2007

P.D. Paradojas del via crucis

No podía pasar al siguiente blog sin comentar un detalle adicional del Foro Sol: en cualquier recinto, pagar por estar en zona preferente implica beneficios como tener mayor visibilidad y estar más cerca del escenario. Sin embargo, en el Foro Sol, pagar más no necesariamente significa lo mejor:

- Son los primeros que tienen que llegar porque los boletos no están numerados.

- No tienen asientos, sino que pasan todo el concierto de pie, y al cansancio se le suman las horas de espera producto del punto anterior.

- No tienen libertad de movimiento debido a que, cual ganado, conforme llegan se colocan, todos pegaditos pegaditos para que quepan más. Y no quiero ver la escena en una contingencia.

- Por último, y quizá de lo peorcito, está el hecho de que no tienen acceso a los baños 'normales', sino que sólo pueden ir a uno de las decenas de Sanirent - W.C.s portátiles - que se encuentran alineados a nivel de cancha (bueno, únicamente si pueden superar el hacinamiento que mencioné generado por la falta de movilidad).

¡Y todo por pagar 2,300 pesos más cargo, bendita gayola, jajaja!

Así les fue a los del concierto de The Police, que dicho sea de paso, estuvo muy bueno, a pesar de que no faltó quien se decepcionara pensando que vería a Sting y escucharían sus canciones, pero era el concierto The Police, no de Sting como solista.

viernes, 23 de noviembre de 2007

El via crucis del Foro Sol

La semana pasada les hablé de la increíble experiencia vivida en los últimos tiempos al asistir a conciertos memorables. Lo que no les conté fue el via crucis implícito en una sola expresión: Foro Sol, ese recinto improvisado y mal señalizado que se convierte en la pesadilla de los asistentes cada vez que hay un concierto.

La primera vez que fuimos fue para la presentación de Depeche Mode: qué espanto, pasamos alrededor de 40 minutos buscando estacionamiento en calles aledañas porque los cajones con que cuenta el Foro son insuficientes. Incluso me atrevería a decir que el déficit de lugares para estacionarse es de un 65-70%.

Camellones, banquetas, laterales y cualquier planicie se convierten en estacionamiento. Además, los ‘cuida-coches’ surgen como el moho, sin aviso, y se atreven a exigir entre 100 y 200 pesos por dejar el auto mal colocado en la vía pública, con el riesgo de que se lo lleven al corralón, lo choquen o definitivamente lo sustraigan. Sobra decir que el supuesto ‘cuidador’ desaparece mucho antes que termine el concierto y que la salida se prolonga por otra hora en lo que se llevan a cabo las maniobras para desenmarañar la bola de estambre que provocan.

Ante eso, la segunda ocasión, para el concierto de Roger Waters, decidimos llegar en metro: saliendo del trabajo tomamos la línea 9 y listo, sin tanto problema. El caos fue para regresar a casa. Al igual que cientos de personas, nos enfilamos al metro. Cuál fue nuestra sorpresa que, paradójicamente, por haber concierto lo cierran antes en lugar de dejarlo abierto al menos al horario normal para agilizar la salida. Quisimos tomar un taxi y no había o pasaban ocupados. Después de 15 minutos de frenética búsqueda, pudimos encontrar uno disponible que nos llevó a casa por la cantidad de 200 pesos.

Como ninguna de las alternativas se podía calificar de óptima, la tercera vez, la de Soda Stereo, pensamos ir en metro y regresar en taxi. Pero nuevamente la desorganización y el desastre imperaron y nuestro plan original falló porque había un cerco peatonal a lo largo de Churubusco que impedía que tomáramos un taxi de los muchos que pasaban por ahí. Cruzamos hacia el otro lado y vimos un autobús que apenas era abordado y que nos podía llevar hasta San Ángel, al sur, hacia nuestros rumbos.

La primera sorpresa fue el cobro de 30 pesos por persona cuando la tarifa máxima es de 4 pesos y, por tratarse de horario nocturno, hubiera sido únicamente 20% mayor. El vehículo nos dejó en Miguel Ángel de Quevedo, donde casi a las 2 de la mañana no había un sólo taxi ni siquiera en el sitio al que pensábamos recurrir. Por fin tomamos uno que nos cobró 80 pesos por una distancia no mayor a los 5 kilómetros, que en tiempo se tradujo a unos 12 minutos.

Ustedes dirán: ‘hubieran pedido taxi de sitio para asegurar el traslado de regreso’. Sin embargo, el hecho de que cierren vialidades y limiten las salidas del Foro también dificulta esta opción, aunada a otras ‘irregularidades técnicas’ como no señalizar hacia dónde tomar para acceder al lugar ya sea en auto o a pie, cerrar el paso del puente peatonal inmediato para cruzar Churubusco, llenar sin ton ni son ni precaución el ‘nivel de cancha’ haciendo caso omiso a una posible contingencia, o poner en práctica la malvada costumbre de iniciar el evento 30 o 40 minutos después de lo programado para dar tiempo a que las papas, palomitas, cervezas, flanes y sopas instantáneas sigan su acelerada circulación entre los consumidores a precios infladísimos, entre muchas otras anomalías.

Y seguro se preguntarán, ¿porqué vuelven a ese lugarsucho? No pretendemos ser mártires ni mucho menos, simplemente vamos por necesidad, porque los cantantes o grupos que ahí hemos visto no han sido programados para otros lugares (por ejemplo, un concierto en ese lugar significa cinco y medio conciertos en el Auditorio Nacional). Pero como consejo, si pueden escoger, definitivamente ahórrense el via crucis del Foro Sol.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Nostalgias musicales

Este otoño ha sido tiempo de nostalgias musicales. Lo que muchos creyeron imposible fue una realidad cuando anunciaron que grupos extintos en las industrias culturales pero no en la memoria de sus seguidores volverían a los escenarios. Así ocurrió con Soda Stereo y The Police. Los primeros se retiraron hace 10 años y los segundos en 1985.

Ayer tocó el turno a Soda Stereo, por lo cual César y yo fuimos por la noche al Foro Sol, donde por más de dos horas y media el trío argentino interpretó las canciones que marcaron la corriente conocida como ‘rock en español’ y que se han adoptado como himnos generacionales.

Allá estábamos alrededor de 55 mil almas, en plena Ciudad de la furia, disfrutando a través de la Persiana americana, esperando que Pase el temblor, dejándonos llevar por una tonada De música ligera y sabiendo que eso no era Nada personal.

Qué maestría para convertir en cómplice a cada instrumento, la voz de Gustavo Cerati como si no hubiera pasado un día desde que grabaron los discos hace más de 10 o 15 años. En pocas palabras, un verdadero privilegio poder escuchar en vivo las canciones que se estrenaron en el antaño colectivo.

Para la próxima semana nos esperarán Sting, Andy Summers y Stewart Copeland, mejor conocidos en conjunto como The Police, ese grupo que tanto le gustaba a mi primo Luisín, para deleitarnos con temas como Every step you take, Message in a bottle y Every little thing she does is magic, los cuales ya se han convertido en clásicos contemporáneos.

Y esos no son los únicos conciertos de corte retro: hay que destacar también los de Miguel Bosé que se llevaron a cabo en octubre. Si bien es cierto que Bosé sigue en el medio artístico, su último material es una compilación musical de sus grandes éxitos para festejar 30 años de carrera y 50 de edad. Fue realmente increíble escuchar a Bosé interpretando esas canciones que sonaban en la radio cuando uno entraba apenas a la primaria. Incluso algunas que datan de sus inicios, como Linda y Morir de amor, suenan espectaculares con una voz madura, con notas siempre vigentes.

A mi, lo que me queda, es seguir esperanzada en que Mecano, el grupo español formado por Ana Torroja y los hermanos José María y Nacho Cano, sucumbirá ante la magia del público y la sed de interpretar sus memorables rolas, con el eco de ‘aquellos tiempos’ resonando en su cabeza.

Como acertadamente dejan abierta la posibilidad en su canción El uno, el dos, el tres:

Y quizá volvamos al local
a cantar para nosotros
lo de "Hoy no me puedo levantar"
y dejar que esa chorrada
nos empañe la mirada
lágrimas de agua pasada
despintando la fachada.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Horario de verano, ¿cuál ahorro?

Recientemente terminó el horario de verano. A mi me gusta mucho esa modalidad porque los días parecen durar más y todavía llegamos a casa en la tarde con luz de día, aunque el que inicia también es especial porque anuncia que falta menos para Navidad.

Pero más allá de preferencias personales – que si el reloj biológico, que si se les hace tarde, que si no se enteraron, etcétera etcétera –, vayamos al centro de ese asunto de los cambios de horario. Esa práctica surge con la finalidad de ahorrar energía. Funcionarios del sector energético han señalado que con la implementación de esa medida los ahorros son millonarios. Adicionalmente, formulan una serie de recomendaciones como la sustitución de electrodomésticos de alto consumo eléctrico y la adopción de lámparas ahorradoras en lugar de las bombillas convencionales para disminuir el consumo de energía.

En contraposición, el reclamo popular reza ¿porqué nunca se refleja ese ahorro en nuestros recibos de luz, porqué el aumento sí se refleja en las facturas posteriores a las fiestas de diciembre, porqué pago lo mismo aunque haya sustituido focos y aparatos caseros, porqué no desconectan los ‘diablitos’, tan claramente visibles en las calles, mediante los cuales opera el ambulantaje?

El cuestionamiento que a veces se olvida es ¿porqué el gobierno pregona por el ahorro de energía cuando no predica con el ejemplo? Ahí tenemos centenares de edificios públicos que mantienen encendidos innumerables plafones, computadoras, impresoras, copiadoras y motivos decorativos, no por la carga de trabajo que se tiene, sino por mera ineficiencia.

¿A qué me refiero? A que se puede mantener funcionando toda la estructura eléctrica de uno o más pisos únicamente porque un funcionario que finge que trabaja está esperando que le llegue un correo electrónico – que naturalmente no llega sino hasta el día siguiente, cuando en horas de trabajo oficiales podría recibirlo –, y en esa espera obliga a quedarse a todo el personal a su cargo sin que este último tenga cosas por hacer.

En ese sentido, al gobierno se le piden dos cosas: eficiencia y congruencia. La primera, porque en la medida que se respeten horarios, se homologuen condiciones laborales y se respete el derecho a la vida propia de los servidores públicos, se promoverá un trabajo de calidad, partiendo de que las personas realizan su trabajo con la mejor de sus actitudes. La segunda, porque sólo en la medida que el gobierno presente una actitud modelo se encontrará en la posición para exigir la cooperación de la ciudadanía.

De cualquier forma, ojalá que un día logremos que el gobierno saque las manos de la administración de recursos energéticos como la electricidad. Podría ocurrir como con el servicio de telefonía: independientemente de los cuestionables procesos de compra-venta y lo elevado de las tarifas en comparación con países desarrollados, en un principio muchos se quejaron de que Teléfonos de México pasara a manos privadas, pero el día de hoy nadie cuestiona que al menos el servicio mejoró sustancialmente respecto a la fase de posesión gubernamental. Lo mismo podría pasar con la energía eléctrica.
P.D.: Decidí no tratar el tema de Tabasco porque las imágenes hablan por sí solas. Lo que sí haré es pedirles que se unan a la colecta de víveres y artículos de primera necesidad para los damnificados. Nada sobra. Si cada uno donamos al menos una botella de agua, una lata de atún, una barra de jabón o un paquete de pañales, la contingencia se superará pronto. Recuerden que debemos hacer por otros lo que nos gustaría que hicieran por nosotros - y pidamos a Dios que nunca nos suceda una desgracia como la del sureste mexicano - .

jueves, 1 de noviembre de 2007

La aculturación en nuestro tiempo

El tercer programa de esta temporada de otoño de la Orquesta Filarmónica de la UNAM (OFUNAM) estuvo compuesto por la ópera Porgy and Bess, de George Gershwin, las Danzas Sinfónicas del musical West Side Story, de Leonard Bernstein, y una selección de temas de la película Star Wars, de John Williams.

El concierto fue poco convencional: cada parte fue presentada por un narrador, Leonardo Mortera, que explicaba el contexto de esas melodías y su lugar en la música contemporánea. Adicionalmente, la parte final fue aderezada por la presencia de actores que escenificaban partes del largometraje de George Lucas, de tal manera que la Sala Nezahualcóyotl fue iluminada con las espadas de los caballeros Jedi, la mirada sabia del maestro Yoda, la imponente estatura de Chewaca y los movimientos característicos de C3PO. Hasta el violín principal se caracterizó como Luke Skywalker.

César dijo que en ese recinto nunca había escuchado una ovación como la de esa noche: todos aplaudíamos y disfrutábamos de la combinación de artes de la cual éramos testigos. La dirección fue magistral – tomando en cuenta el hecho de que Alun Francis, director en turno, formó parte de la orquestación original de la película –, la ejecución de cada instrumento una delicia – que incluyó al cello a Valentin Mirkov, quien alguna vez me diera clases de dicho instrumento –, y si uno es fan de alguna o de todas las obras – como mi mamá en el caso de West Side Story y César y yo en el de Star Wars – el concierto estuvo sensacional.

Sin embargo, no a todo mundo le pareció algo tan extraordinario: dos días después de la función, en los medios se hablaba de las opiniones encontradas que generó. Algunos coincidían con nosotros y calificaban el concierto de todo un suceso; otros decían que les parecía una falta de respeto que se tocara esa música en ese lugar y encima hubieran permitido la irrupción de los personajes durante el evento.

Lo anterior me lleva a pensar en la aculturación, que es el proceso que permite asimilar elementos de una cultura en otra, y lo que sucedió en la Sala Nezahualcóyotl en esa ocasión es claro ejemplo de ello. De un tiempo a la fecha se ha vuelto cada vez más frecuente que las orquestas interpreten a los contemporáneos, temas de película, que rindan homenaje a compositores locales – como sucedió recientemente con Cri Cri –. Es decir, el esquema clásico implícito en una orquesta, con una estructura formada por determinado número de alientos, cuerdas y percusiones, incorpora a su repertorio aquellos nuevos componentes que el tiempo va generando.

Lo mismo sucede con la siguiente disyuntiva: Día de Muertos o Halloween. En esas fechas se observa una mezcla particular, pues las ofrendas se siguen erigiendo en altares caseros, populares, colectivos e institucionales, se incentiva la redacción de calaveras y se continúan tradiciones como el consumo de pan de muerto – hasta las transnacionales lo venden, prestando atención a los usos y costumbres locales aunque sea por lucro –. Y también los niños se disfrazan para pedir dulces de puerta en puerta como en los países anglosajones, aunque disfraces mexicanos como La Catrina se han incorporado de manera sui generis al proceso del trick or treat.

Recapitulando, bien podemos hablar de la aculturación de noviembre como lo siguiente: un pequeño se disfraza de vampiro para pedir golosinas y luego regresar a su casa para comer pan de muerto en compañía de su familia al tiempo que encienden las veladoras en honor a sus difuntos que vendrán de nuevo a su morada. ¿Algo bueno, algo malo? Simplemente aculturación.

Recordemos lo que dicen los antropólogos y tengámoslo siempre presente: la cultura siempre es dinámica, como dinámico es el propio ser humano. Y también recordemos que nuestro presente siempre va a estar compuesto de aculturaciones pasadas.