jueves, 29 de noviembre de 2012

Nuevos espacios para la ‘amistad’


Una de las grandes innovaciones de los Juegos Olímpicos de México ’68 fue la llamada Olimpiada Cultural, que incluía eventos artísticos de teatro, danza, música y poesía, aunque quizá el proyecto más tangible y duradero fue la llamada ‘Ruta de la Amistad’, concebido por el artista Mathias Goeritz que contó con el apoyo del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez (quien creara magistralmente toda la imagen gráfica del evento), que consistía en la exposición de esculturas monumentales a lo largo de las vías que llevaban a los recintos deportivos.  

Al día de hoy, uno podía circular en un tramo de 17 kilómetros de Periférico Sur y encontrarse cada 1,500 metros con esas maravillas provenientes de la creatividad de diversos artistas de todo el mundo, sumando un total de 19 esculturas además de otras tres de artistas invitados, que fueron Alexander Calder con ‘Sol rojo’ que viste de gala la explanada principal del Estadio Azteca; Germán Cueto con ‘Hombre corriendo’, muy cercana al Estadio Olímpico Universitario, en CU; y el propio Goeritz con ‘La osa mayor’, ubicada en el Palacio de los Deportes y que sinceramente no he visto.

Eso sí, algunas de ellas se encontraban en un creciente estado de deterioro; ya fuera porque construyeron edificios más altos a un costado de ellas, por la siembra y crecimiento de árboles aledaños, porque nadie volvió a pasarles una brocha, por el graffiti o por el olvido al que se les había condenado, lo cierto es que la mayoría de ellas ya ni siquiera contaba con las emblemáticas placas de piedra donde se leían el autor y su nacionalidad con la tipografía del ’68.

Afortunadamente, no sé si por la coyuntura de la construcción de la Autopista Urbana Sur o porque al fin se dieron cuenta que se debía rescatar esa parte de nuestro patrimonio artístico, pero de unos meses a la fecha se han venido acondicionando las zonas circundantes a las gasas ubicadas entre Periférico e Insurgentes para reubicar unas 8 o 9 de ellas.

Y qué bien se ven, monumentales, brillantes, erguidas, orgullosas de ser admiradas de nuevo y agradecidas con los patrocinadores que a partir de hoy se harán cargo de su mantenimiento. Entre ellos Pirelli, Perisur, Adidas e incluso los vecinos de Villa Olímpica, todos conjuntando esfuerzos para restaurar tan valiosas obras –recordemos que el arte es legado cultural para nosotros y para las generaciones por venir–.

Si bien es cierto ahora no será propiamente una Ruta, sí será un espacio donde las obras lucirán en todo su esplendor, como hace 43 años que fueron concebidas por sus autores, como en el momento en que propios y extraños se deleitaron al verlas rumbo a las competencias olímpicas –incluso Lety ya las busca cuando pasamos por ahí en el auto–.

Epílogo: la única obra que no entra en todo este rescate es la llamada Estación 12, del australiano Clement Meadmore. ¿Por qué, cuál es? Sencillo: si uno circula por Periférico de sur a norte, antes de la salida a Insurgentes, podrá observar el Colegio Olinca, y en un punto de la construcción medio se ve la magna escultura, secuestrada por los dueños de ese lugarsucho donde con esos malos ejemplos de hurto pretenden educar a las generaciones venideras. Incluso utilizaron la obra como logotipo de la institución.

Ojalá pronto se recupere la pieza, pues no se vale sustraerla así como así; y no dudo que eso se haya dado en el marco de alguna amistad o compadrazgo con el regente en turno… pero ya se les acabará el veinte a esos miserables y hasta tendrán que pagar por el uso de derechos de autor que no han sido autorizados por décadas.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Gracias


Luego de un viaje a Chile, César me regaló un cuadrito muy mono con una cita del francés Marcel Proust que dice ‘Las cosas más lindas suceden cuando sin darnos cuenta compartimos lo más simple’, y cuánta razón tienen esas palabras.

Caí en cuenta de eso justo ayer, que en Estados Unidos celebraron el Día de Acción de Gracias, y es que esas aparentes simplezas son lo que hace que la vida sea vida y que podamos alcanzar la plenitud como seres humanos, cada uno en su propio contexto.

Así, a pesar de que aquí no significa gran cosa esa fecha –aunque allá igual es hasta más importante que la mismísima Navidad–, aprovecho para dar gracias a Dios por todas y cada una de las bendiciones que me concede a diario, esos pequeños grandes detalles que la cotidianidad me regala.

A continuación, y sin pretensión de caer en lugares comunes, aquí van algunas de ellas:

- Gracias por la fortuna de contar con un techo, pues no importa cómo transcurrió el día, cómo se presentó el tránsito o qué pendientes se tengan; nuestro hogar es el remanso de paz por excelencia.

-  Gracias por contar de lleno con los sentidos; 500 millones de personas en el mundo tienen alguna discapacidad (bendito sea Dios que uno puede ver, oír, saborear, tocar, caminar, oler, etc…).
                                                                                                                                      
- Gracias por la hora en que cada noche César y yo nos acurrucamos en nuestra camita para cenar, ver tele y platicar de nuestro día; es una verdadera delicia que esperamos a diario, es el instante en que nos centramos en nuestro propio mundo.

- Gracias por la posibilidad de abrir la llave y utilizar el agua de manera inmediata; más de 800 millones de personas no tienen esa suerte y tienen que caminar kilómetros para llenar un recipiente (o conformarse con tomar agua sucia y morir de gastroenteritis, tifoidea, amibiasis u otros padecimientos gástricos).

- Gracias por la dicha de disfrutar a mi mamá a diario, de forma ilimitada; nunca imaginé salir del circuito laboral y tener todo el tiempo para nosotras, para pasear, cocinar, reír largo y tendido y generar momentos grandiosos a cada momento.

- Gracias por la fortuna de abrir la alacena o el refrigerador cuando uno quiere comer algo; 870 millones de personas padecen hambre en nuestro planeta.

- Gracias por el hecho de contar con un automóvil para trasladarse por todas partes; da mucha tristeza ver cómo las personas llevan a los bebés en el transporte público a primera hora de la mañana, o cómo la gente espera el camión bajo la lluvia con el temor de que pasen los autos y los bañen con el agua de los charcos.

- Y gracias, gracias desde lo más profundo de mi ser, por la dicha de oír a la pequeña Lety despertar llamándome con su dulce voz diciendo Mamá; por la felicidad que me da el estar con ella, jugar juntas, preparar su comida, cantarle, peinarla, cuidar que no se caiga cuando corre del estudio a su recámara, y una infinidad de bendiciones a su lado, tan sólo con año siete meses de existencia!!

viernes, 16 de noviembre de 2012

Mi música


Hacía 6 años que la cantante española Ana Torroja no venía a México, hasta que el pasado sábado ofreció un concierto en el Teatro Metropolitan. Y qué digo concierto, conciertazo, en el que cantó lo mejor de su repertorio, incluyendo el que generó durante 10 años en Mecano y del que ha sabido hacer en otros 14 como solista.

César y yo llegamos con buen tiempo para contemplar el recinto, un lugar espléndido con exterior art decó e interior neoclásico, sobreviviente de los grandes cines de mediados del siglo XX al saberse renovar como sala de conciertos.

El público extrañamente mezclado, con personas de todas las edades, condiciones sociales diversas y preferencias sexuales varias (y hablo de una mezcla porque generalmente los asistentes a cada espectáculo comparten ciertas características dependiendo el artista; por ejemplo, cuando vimos a Magneto la mayor parte de las asistentes tenía mi edad, o cuando ve uno a Il Divo la mayoría son mujeres), todos expectantes a la salida de la Torroja.

Así, a las 8.15 hrs., las luces se apagaron y aquello comenzó. Ana Torroja lucía espléndida, no pasan años por ella ni en su condición física ni en su forma de conducirse en el escenario; en serio que cuando se tienen experiencia y talento el resultado es arrasador.

Ahí, sin mayor compañía que la de tres músicos y un austero escenario con una enorme pantalla de fondo, la Torroja abrió con una canción de su más reciente disco, llamada ‘Soy’, que acompañó de un video de sus vacaciones familiares de infancia. Siguió con ‘Como sueñan las sirenas’ –rolón de su primer trabajo como solista, que debió ser del ’98– y después ‘Ay qué pesado’ –de esas que te mueven los pies, con la que todo el público nos pusimos de pie–.

Interpretó ‘Mujer contra mujer’, ‘A contratiempo’ (con la presencia de Beny Ibarra), ‘Los amantes’, ‘Quédate en Madrid’, ‘El siete de septiembre’ y ‘Duele el amor’ (con Alex Syntek, que también llegó para cantar con Ana; pobre diablo, después de la vergüenza del bicentenario por fin dio la cara, y apuesto a que nadie le dijo ‘Usted disculpe’ cuando le echaron a perder la carrera. Definitivamente eso no era lo suyo, sino generar trabajos excelentes como los del disco ‘La fuerza del destino’, de la misma Torroja, de 2006).

También ‘Hijo de la luna’ (sin duda un rolononón, tanto por la historia que cuenta como por la música), ‘Naturaleza muerta’ (del disco ‘Ay Dalai’, también una gran composición), ‘Veinte mariposas’ (con la que recuerdo mi tránsito de Monitor a SEDESOL), ‘Partir’, ‘Aire’ (las versiones que surgieron después de la original, del primer disco de Mecano, son cada vez mejores, qué canción, qué bárbaro), ‘Sonrisa’ y ‘Cruz de navajas’ (impecable, también de las que pegaron con todo en su momento).

El concierto llegó a su clímax con ‘Maquillaje’ en una versión de charleston, y cerró súper fuerte con ‘Barco a Venus’, con mucha energía, muchísima, todos saltando al ritmmo del estribillo ‘hey, hey, hey, hey’. Ahí quedaba bien el cierre, aunque después de tanto barullo la Torroja tuvo que salir de nuevo y cerrar, no por ello desmereciendo, sino con otra emblemática como ‘Me cuesta tanto olvidarte’, uf…

Total que luego de dos horas de disfrutar de todas y cada una de esas canciones que conforman lo que considero mi música – en las que canté a todo pulmón, baile y brinqué animadísimamente– se cumplió lo que dijo Ana Torroja: salimos más contentos de lo que entramos (o como quien dice, desquitamos sobradamente el boleto, jaja).

César también disfrutó mucho de la velada y afirmó que en realidad haber visto a la Torroja así es como estar en un concierto de Mecano porque es la voz original con las mismas canciones… Aun así, mantengo la esperanza de ver un día a los Mecano (como dijera el buen Gárgamel, ‘Aunque sea lo último que haga, lo último que haga’, jajaja. Y no se crean: este año estaban en negociaciones para hacer una gira; ya llegará, ya llegará, y yo seguiré esperando gustosa).

jueves, 8 de noviembre de 2012

Nuevas necesidades


Un día de la semana pasada llegaba la hora de la comida. Lety tenía listos sopa de brócoli, pechuga de pollo y chícharos que sólo requerían calentarse, así que, como ocurre con cierta frecuencia, nos dispusimos a ponerla en recipientes para microondas y proceder.

¿Cuánto será bueno? Mmm 30 segundos, que viene del refri. Programado, listo, inicio, y de repente que empezamos a oír una especie de turbina destartalada acompañada por una luz anaranjada en el interior del horno. Ups!! Detuvimos el proceso e intentamos de nuevo por si acaso hubiera sido sólo imaginación. Pero nada de eso, de nuevo la luz a medio encender y ahora el acompañamiento de un olorcillo a quemado que nos llevó a apartar para el reciclaje la provisión (quién sabe qué pudo haber despedido el aparato ese…).

De entonces a la fecha, en espera de una buena promoción para renovar nuestro microondas (tipo meses sin intereses, buen fin o cupones de descuento), nos hemos visto en la necesidad de prescindir del citado adminículo, y es increíble percatarse de cuánta falta hace; las tres mamilas del día de Lety (y la esterilización de sus respectivas chupetas), el café de César en la mañana, nuestra leche de la noche, el queso de los molletes, mi agua en ayunas en la madrugada (si no la tomo tibiecita corro el riesgo de irritarme la garganta)…

Y me pregunto, ¿en qué momento nos hicimos tan dependientes del horno de microondas? Porque es evidente que la humanidad ha pasado siglos y siglos calentando en leña, carbón y recientemente en estufa los alimentos, pero en un lapso de 20 años el mentado hornito se ha vuelto un ‘must’ en las cocinas de todas las casas, al grado que me atrevería a decir que muchas personas sobreviven con cama, tele, refrigerador y microondas.

Y no sólo ese caso, sino también el del teléfono celular, que si se le acaba la batería o se olvida en casa o alguna otra parte se siente uno como desnudo, desvalido, y piensa ‘Chispas, no tengo teléfono, ¿qué hago si pasa algo en el camino, cómo avisar, o cómo me avisan de algo importante que pase en este preciso momento?’, cuando antes andaba uno así como así por la vida, con lo puesto más lo de la bolsa y no pasaba absolutamente nada. ¿Y las emergencias? Desde un teléfono fijo o utilizando monedas en los de carácter público.

Sin embargo, es de suponerse que el avance tecnológico y la posibilidad de simplificar las labores cotidianas son las que generan estas nuevas necesidades –que se convierten en necesidades reales–, porque en el caso del microondas sí hay una gran diferencia entre poner 5 segundos el yogurt de Lety al hornito para que no lo tome tan frío o esperar unas tres o cuatro horas para que el mismo lácteo alcance la temperatura ambiente.