viernes, 31 de agosto de 2012

Londres alternativo


Hace un mes el mundo presenciaba la inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres, y dos semanas más tarde la totalidad de las competencias llegaba a su fin. Todo parecía indicar que no habría más medallas, ni espectadores llenando los escenarios deportivos, ni más banderas izándose con motivo de una victoria, ni más registros superados hasta Río de Janeiro 2016.

Sin embargo no todo estaba escrito: faltaban los Juegos Paralímpicos, que se han celebrado año con año desde Roma 1960 y que son tan importantes como los Juegos convencionales y los de invierno, aunque con una indiscutible variante: como sus participantes no dejan millones en ganancias a las federaciones, ni a las empresas, ni a los medios de comunicación internacionales, ni a los países, pocos les ponen la debida atención (a pesar de que muchas veces ganan más medallas que los 'buenisanos').

Lo bueno es que al menos un canal deportivo en la televisión privada mexicana le apostó a estas competencias (que casualmente encontramos, porque ni siquiera en los noticiarios mencionaban el acontecimiento) y así pudimos presenciar la ceremonia inaugural.

Todo inició con el gran Stephen Hawking en medio del escenario principal, siendo la persona con discapacidad más conocida del mundo; ese pobre hombre cuya lucidez se encuentra atrapada en un cuerpo estático, atado a una silla de ruedas. Si bien es cierto la ceremonia se centró en la creación del universo partiendo del big bang (sin una clara relación con los deportes), nos pareció una muy buena apertura, incluso mejor que la que vimos en la parte convencional.

Fue un evento pleno de luces, con un hilo conductor más claro, no tan largo y con una carga emocional más fuerte por obvias razones (eso sí, les faltó Rowan Atkinson y les volvió a sobrar la Reina Isabel II, jajaja). Al igual que en los Juegos Olímpicos, fue muy emocionante el desfile de las delegaciones, quienes hacen posible la magia del olimpismo, luciendo sus uniformes, todos muy animados al momento de circular por la pista de tartán.

Por parte de México todos los deportistas iban con chamarras y jorongos con diversos motivos, texturas, colores y tejidos propios de la mexicanidad, lo cual me gustó mucho porque muestra nuestra diversidad, nuestra pluralidad. Y en el caso de los británicos, fue muy original ver la bandera del Reino Unido girando en las ruedas de las sillas especiales.

Y ahí iban las decenas y decenas de nuestros atletas, seguro con todas las ganas de dar lo mejor de sí, de poner su nombre y el de nuestro país en el medallero, de mostrar que todo es posible cuando se tienen ganas de hacer las cosas, qué emocionante se ve que va a estar esto!! (y la gloria paralímpica no tardó en llegar, pues al momento de escribir este Tutti Frutti ya teníamos la primera plata en natación, súper!!).

viernes, 17 de agosto de 2012

Formas de dar el ‘changazo’


Qué feo se siente ver caer a alguien. Por ejemplo, hace dos fines de semana íbamos en el coche y de repente, al voltear hacia la izquierda, fui testigo de cómo una señora perdió pisada en el último escalón de un puente peatonal e irremediablemente fue a dar al piso. Ouch, pobre ñora, qué manera  de dar el changazo…

Eso sí, cuando le pasa a uno, quizá de nervios, la risa no se hace esperar. Como en el otoño de 2010, cuando mi mamá y yo fuimos a hacer unos trámites a las oficinas centrales del Registro Civil. Fue antes de entrar a trabajar, así que llevaba unos pantalones más formales y unos zapatos que le combinaban, aunque eran algo lisos de la suela para mi entonces condición de embarazo (dijeran los obsoletos ‘de gravidez’, jajaja).

A esa hora los ambulantes lavaban las banquetas y el piso estaba mojado, así que mi mamá me ofreció sus zapatos, que tenían goma en la parte inferior. Yo le agradecí el gesto, pero argumenté que eran negros y no combinaban con mi atuendo, así que mejor me quedaba con los que llevaba.

Fue en ese momento que me resbalé un poquitín, hacia atrás, uf!!, no pasó de ahí afortunadamente. Pero di el paso y volví a resbalar, ahora hacia adelante, y otro paso y un nuevo resbalón hacia atrás, ¡qué ridiculez, jajaja! Y en ese momento mi mamá me habló con voz firme y dijo ‘Por Dios, cámbiate esos zapatos’, y para evitar el changazo le hice caso (pero cómo nos reímos, qué cosa más chusca, aunque qué peligroso para la pequeña Lety que iba a bordo).

Sin embargo, hay de changazos a changazos, porque ayer César fue testigo de la muerte de un señor en plena vía pública: salía a comer en horario de oficina y al caminar por la banqueta vio cómo un joven intentaba reanimar al ñor, quien se encontraba tirado, pálido, quizá víctima de un infarto o de un mal golpe al caer al suelo (y se sabe que murió porque cuando César regresó ya estaba en el lugar el camioncito del Servicio Médico Forense…).

Pobre hombre, quién sabe si llevaría algún tipo de identificación, cómo saber si estaba enfermo o si fue un accidente que se pudo evitar. Qué triste terminar así…

Pero para changazos el de una ñora de SEDESOL hace como año y medio; fue muy comentado que alguien había fallecido en su lugar de trabajo en el otro edificio sede, ahí sentada, frente a su computadora, dando el changazo en plena oficina. Y como no tenía la mejor relación con su jefa, la muy tipa mandó sacar a la calle el cuerpo con tal de que no le fincaran responsabilidades.

Así, se diría que simplemente murió en la avenida, como el pobre ñor al que vio César, y la recogerían sin tanto cuestionamiento (para que vean en qué clase de cloaca estaba yo metida… Como bien dice César, más que Desarrollo Social lo que hay ahí es Subdesarrollo Social, qué bajeza…).

viernes, 10 de agosto de 2012

Gabo se va a Macondo


Sinceramente me había abstenido de escribir este Tutti Frutti porque aun me niego a creer lo que le da sustancia –quizá porque la negación sea la actitud inmediata ante algo que no queremos que suceda–. Sin embargo, también siento la imperiosa necesidad de contarlo, y es que hace uno o dos meses íbamos las tres circulando en el auto, cuando el conductor del noticiario radiofónico dijo que el hermano del escritor Gabriel García Márquez afirmaba que Gabo padece demencia senil, como ha sido la constante en su familia.

Señalaba que su padecimiento ha derivado en que no dé más entrevistas porque la memoria le está fallando, que en ocasiones ya no reconoce a sus interlocutores y que muy probablemente ya no sea capaz de escribir otro libro.

Ay Gabo, admirado Gabo, ¿será que ya estás en Macondo, esperando que los Buendía den la vuelta a la esquina para saludarte y agradecerte la fama infinita que les diste; será que el otoño no sólo le llegó al patriarca sino también a tu inmensa pluma; o será que te has unido a escribir las cartas que por encargo redactaba Florentino Ariza antes que el cólera llegara?

No me digas que nos vas a dejar con las ganas de conocer la segunda parte de tus memorias –que en la primera, ‘Vivir para contarla’, me encanta el vestido, sí, vestido, con que sales en una foto de tu más tierna infancia, con una galleta en la mano–.

Todo esto me hace recordar que en la primavera de este año estábamos en Perisur cuando vimos pasar a un señor muy parecido a García Márquez, que iba acompañado de un chofer y una enfermera. Ante la interrogante de si se trataba o no del escritor colombiano, preferimos seguir nuestro paso –o probablemente también negamos la posibilidad de que el personaje al que vimos, con el semblante algo demacrado, acompañado de empleados en lugar de algún ser querido y en el anonimato absoluto, fuera él–.

Me niego a creer que Gabriel García Márquez no siga siendo el hombre lúcido que ha legado las magnas letras que le hicieran acreedor al Premio Nobel de Literatura hace justamente 30 años; me niego a pensar que esa mente brillante, imaginativa, audaz y desafiante se haya fugado –o será que la suya estaba destinada a formar parte del realismo mágico de su obra y que sólo así se explique su partida–.

Hay quienes señalan que esas declaraciones obedecen a conflictos familiares, pero sea como sea, prefiero pensar en el Gabo de los libros, imaginarlo escribiendo en alguna casa de San Ángel –donde radica hace décadas– y saberlo contento y de buen humor como también su hermano afirmó que se encuentra al día de hoy.

(Y nunca olvidaré la ocasión en que César, mi mamá y yo lo vimos en la Sala Nezahualcóyotl antes de iniciar un concierto especial de fiestas patrias, hace unos 5 años: en el palco principal estaban Juan Ramón de la Fuente, entonces rector de la UNAM, el periodista Jacobo Zabludovsky y el mismísimo Gabo. Entre semejantes personalidades, el recinto que es bellísimo y con el Himno Nacional de fondo, con el público de pie, no pudimos evitar las lágrimas –ni quisimos hacerlo tampoco–).

viernes, 3 de agosto de 2012

¡Qué atascados!


El pasado fin de semana César, Lety y yo regresábamos del centro comercial cuando la pequeñita se quedó bien dormida en el coche. Para no despertarla decidimos quedarnos en el estacionamiento de la casa. Frente a nosotros estaba uno de esos pobres diablos que desperdician el sábado fingiendo que dan mantenimiento a su auto, en este caso dándole una supuesta ‘lavada a conciencia’ por dentro y por fuera.

(Y lo critico porque no puede ser serio alguien que se pone a lavar un coche a la una de la tarde –hora en que el sol cae a plomo–, con calcetines y chancletas, que tiene el pelo pintado y encima le pone playeras a los asientos…).

El tipo tenía dos cubetas de Coca Cola, rojas, viejas, que dejaban ver el agua con la que hacía –o fingía hacer– sus labores, que debieron ser unos dos litros de agua chocolatosa, ya súper sucia de enjuagar en ella el trapo.

Su otro utensilio era precisamente el pedazo de tela, también cochinísimo, que luego de introducirlo al lodo, digo, agua de la cubeta lo tallaba en la guarnición de la banqueta –desconocemos el propósito o la lógica de esa acción, pues si lo que pretendía era lavarlo lo único que conseguía era agregarle más tierra–.

Después pasaba el mísero trapo por la carrocería del vehículo, luego por algunas esquinas que comparten interior y exterior y repetía lo de la cubeta y la guarnición, así unas dos o tres veces desde que lo observábamos.

Y de repente, en cuanto menos pensamos, el tipo tomó el trapo después de añadirle el lodo de la cubeta, la tierra del suelo y el pulguero de la lámina, y muy horondo se lo pasó por toda la cara, suponemos que ‘para refrescarse’…

Ajt, qué atascado!!...

Y ese mismo fin, al hablar de eso, un cuate nos contó que en el Estadio Luis ‘Pirata’ Fuente, del puerto de Veracruz, pasa un ñor vendiendo congeladas –que en sí mismas ya son un asco, pues no se sabe ni de qué agua las hacen ni qué había en las bolsitas donde vierten el líquido azucarado–. Antes de entregarlas al consumidor, las limpia con un trapo húmedo para quitarles el polvo que se les hubiera pegado. Pero cuál es la sorpresa de la gente cuando un rato más tarde, el mismo trapo va a dar a la sudorosa cabeza y a la frente del individuo.

O cómo dejar a un lado las historias de meseros que mezclan en un mismo vaso lo que van dejando algunas personas al final, ‘para que no se desperdicie’; o los vendedores en la vía pública que con las manos negras de intemperie, suciedad y falta de higiene llenan bolsitas de dulces, pistaches, morelianas o alegrías; o qué decir de los ‘barmen’ que le toman a las bebidas antes de entregarlas para ‘cerciorarse de la calidad de la bebida’… En pocas palabras, por asquerosidades no paramos…

Por todo lo anterior, ¡cuidadito con los atascados, ajt!