Sinceramente no me entusiasmó en lo más mínimo la visita del Papa Benedicto XVI a nuestro país, a diferencia de los viajes de Juan Pablo II que nos llevaron a verlo pasar por las calles de la ciudad de México en cuatro ocasiones. Por lo mismo no sabía ni la fecha de su llegada, ni sus actividades, ni para qué venía. Sin embargo, al estar de vacaciones y encender el televisor, el canal ‘de inicio’ siempre era el 2 de Televisa, así que nos tocó ver un rato la transmisión.
Siento decir que el acontecimiento, lejos de ser algo especial espiritualmente hablando o de trascendencia política, fue un patético circo de los malditos televisos, que en todo momento manipularon la información y plagaron las pantallas de sentimentalismo barato.
La toma se realizaba a las afueras del Colegio Miraflores, que era donde se hospedaba el Papa. Pasaban a la gente haciendo bulla, con bebés en brazos, viejitas desdentadas aplaudiendo y un sinfín de personajes que cayeron en la faramalla de la televisora reproduciendo porras como ‘Benedicto, hermano, ya eres mexicano’, o cantando la canción ‘Amigo’ que compuso el brasileño Roberto Carlos, ambas manifestaciones dedicadas en su momento al Papa predecesor. Todos esperaban que Benedicto XVI saliera a darles una bendición.
Y la verdad, toda esa miserable gente debía irse a su casa y tener mayor consideración al pobre hombre que, a sus 85 amolados años –porque vaya que se ve acabadón–, se había tenido que soplar recepciones absurdas, bailables y discursos luego de 14 horas de vuelo desde su salida de Roma, además de las misas privadas, los recorridos saturados de personas y un griterío que no a todos les va bien –y más si se considera el carácter del Pontífice en turno–.
No digo que esté mal que la gente se entusiasme y manifieste su interés por ver al máximo jerarca de la Iglesia católica en la Tierra; sin embargo, lo que molesta es que todos tuvieran en mente que sería lo mismo que cuando venía Juan Pablo II y eso era una ilusión, porque Karol Wojtyla tenía otra personalidad, le tocó otro tiempo y era otra cosa, irrepetible, y ahora hay que respetar que Joseph Ratzinger es un personaje conservador, ‘retro’ y no tan carismático.
Pero los locutorcillos se empeñaban en igualar a los Papas y decían ridiculeces tipo ‘El Papa Benedicto XVI no será el mismo luego de estar en México’, o ‘Hay que destacar su cercanía con los jóvenes, su interés por difundir entre ellos la fe’.
Y de repente que se aproxima un mariachi a la puerta y dicen ‘Seguro hoy sí sale y da un discurso’, y evidentemente nada es improvisado: no dudo que los televisos impusieran algo de agenda y por eso sabían bien qué seguía en el programa, porque después de un buen rato en que seguía y seguía la transmisión con esa sarta de tonterías –en la que acabaron por hacer de Benedicto XVI un filósofo y poeta, casi santo–, al final salió el pobre Papa con un cansancio reflejado en el rostro, lo hicieron decir unas palabras y coronaron el encaje (y vaya que los mexicanos se pintan solos para ser encajosos, cargados y empalagosos) al ponerle un sombrero de charro en la cabeza, qué mal rollo…
¿El gran triunfador de todo eso? Televisa, naturalmente, que con tanta estupidez no dio lugar para hablar de pederastas, de Marcial Maciel y otros demonios de los que Ratzinger tuvo conocimiento desde que encabezaba la sección heredera del Santo Oficio en el Vaticano, una verdadera pena…