Hace unos días, Mahmud Abbas, Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, presentó ante la Asamblea General de Naciones Unidas su petición formal para formar parte de esa organización como Estado de pleno derecho.
Muchos diplomáticos se pusieron de pie y aplaudieron, otros optaron por la mesura y mantuvieron la calma. Sólo un pequeño grupo de funcionarios fruncieron el ceño en señal de desaprobación; claro, me refiero a la representación de Israel ante la ONU.
A mi juicio, ese momento se esperaba desde hace tiempo, pero no se sabía cuándo ocurriría. Y a pesar de que es bien sabido que por motivos religiosos, culturales e históricos los israelíes se indignarían cuando los palestinos se manifestaran en ese sentido, lo cierto es que siempre me ha resultado irritante la doble moral de los judíos –y hablo de judíos más que de israelíes porque finalmente todos se unen en torno a la misma causa, y son judíos antes que cualquier nacionalidad, valor o imaginario colectivo–.
¿Por qué tanta intransigencia cuando ellos, en 1948, hicieron lo mismo al proclamar el nacimiento del Estado de Israel; por qué creen tener más derechos que los otros; por qué el doble discurso a partir del holocausto; por qué se la viven victimizándose?
Eso sí, ellos no son los únicos con doble moral en todo esto: los demás países los reconocieron inmediatamente por los fuertes intereses económicos que los grupos judaicos tienen por doquier, y como los palestinos no tienen ‘en qué caerse muertos’ (es decir, ni grupos pudientes, ni petróleo, ni recursos naturales, ni nada que deje dinero) a nadie le interesa si existen o no.
Lo anterior me lleva a recordar que hace unos años, la comunidad judía a nivel mundial puso el grito en el cielo cuando el escritor portugués José Saramago comparó la ocupación israelí de la ciudad palestina de Ramala con los campos de concentración de Auschwitz.
Naturalmente el escándalo tuvo gran eco y todos los judíos del orbe se pronunciaron en contra del Nobel. Cuando leí la nota en el periódico Reforma decidí escribir a la sección de cultura manifestando mi apoyo a Saramago y coincidencia con lo que dijo, porque no se vale que los judíos sigan citando los horrores de los campos de concentración nazis cuando ellos tienen en condiciones similares o aun peores a algunos poblados palestinos.
Tampoco se vale que utilicen tanques y armas de alto calibre al ser atacados con piedras por niños y jóvenes palestinos, o que invadan – cual paracaidistas mexicanos– territorios palestinos para ir ganándoles terreno a su de por sí precario espacio, o que tengan arrinconado a todo un pueblo porque destruyen su infraestructura, bloquean sus intercambios comerciales y prohíben toda posibilidad de desarrollo social y humano.
En aquella ocasión me publicaron y toda la cosa, jaja, ante tan combatiente argumento presentado, y un fulano se indignó mucho (seguro judío) y me contestó diciendo que por qué Saramago, si tanto compromiso tenía con las causas polémicas, por qué no se pronunciaba en relación a otros temas.
No recuerdo si hice o no el intento por responderle, pues seguro el diario tampoco se iba a prestar a un duelo de posturas como ese, pero en la siguiente parte de la discusión yo le hubiera dicho que los judíos están tan ensimismados que no se involucran en ninguna otra causa: ni de China contra Tíbet, ni de Rusia contra Kosovo, por mencionar dos de los más emblemáticos. Eso sí, el hecho de que se hubiera tomado la molestia de responder fue porque le enchiló mi crítica, jaja, y con eso me di por bien servida.
Muchos diplomáticos se pusieron de pie y aplaudieron, otros optaron por la mesura y mantuvieron la calma. Sólo un pequeño grupo de funcionarios fruncieron el ceño en señal de desaprobación; claro, me refiero a la representación de Israel ante la ONU.
A mi juicio, ese momento se esperaba desde hace tiempo, pero no se sabía cuándo ocurriría. Y a pesar de que es bien sabido que por motivos religiosos, culturales e históricos los israelíes se indignarían cuando los palestinos se manifestaran en ese sentido, lo cierto es que siempre me ha resultado irritante la doble moral de los judíos –y hablo de judíos más que de israelíes porque finalmente todos se unen en torno a la misma causa, y son judíos antes que cualquier nacionalidad, valor o imaginario colectivo–.
¿Por qué tanta intransigencia cuando ellos, en 1948, hicieron lo mismo al proclamar el nacimiento del Estado de Israel; por qué creen tener más derechos que los otros; por qué el doble discurso a partir del holocausto; por qué se la viven victimizándose?
Eso sí, ellos no son los únicos con doble moral en todo esto: los demás países los reconocieron inmediatamente por los fuertes intereses económicos que los grupos judaicos tienen por doquier, y como los palestinos no tienen ‘en qué caerse muertos’ (es decir, ni grupos pudientes, ni petróleo, ni recursos naturales, ni nada que deje dinero) a nadie le interesa si existen o no.
Lo anterior me lleva a recordar que hace unos años, la comunidad judía a nivel mundial puso el grito en el cielo cuando el escritor portugués José Saramago comparó la ocupación israelí de la ciudad palestina de Ramala con los campos de concentración de Auschwitz.
Naturalmente el escándalo tuvo gran eco y todos los judíos del orbe se pronunciaron en contra del Nobel. Cuando leí la nota en el periódico Reforma decidí escribir a la sección de cultura manifestando mi apoyo a Saramago y coincidencia con lo que dijo, porque no se vale que los judíos sigan citando los horrores de los campos de concentración nazis cuando ellos tienen en condiciones similares o aun peores a algunos poblados palestinos.
Tampoco se vale que utilicen tanques y armas de alto calibre al ser atacados con piedras por niños y jóvenes palestinos, o que invadan – cual paracaidistas mexicanos– territorios palestinos para ir ganándoles terreno a su de por sí precario espacio, o que tengan arrinconado a todo un pueblo porque destruyen su infraestructura, bloquean sus intercambios comerciales y prohíben toda posibilidad de desarrollo social y humano.
En aquella ocasión me publicaron y toda la cosa, jaja, ante tan combatiente argumento presentado, y un fulano se indignó mucho (seguro judío) y me contestó diciendo que por qué Saramago, si tanto compromiso tenía con las causas polémicas, por qué no se pronunciaba en relación a otros temas.
No recuerdo si hice o no el intento por responderle, pues seguro el diario tampoco se iba a prestar a un duelo de posturas como ese, pero en la siguiente parte de la discusión yo le hubiera dicho que los judíos están tan ensimismados que no se involucran en ninguna otra causa: ni de China contra Tíbet, ni de Rusia contra Kosovo, por mencionar dos de los más emblemáticos. Eso sí, el hecho de que se hubiera tomado la molestia de responder fue porque le enchiló mi crítica, jaja, y con eso me di por bien servida.