viernes, 30 de septiembre de 2011

El Estado palestino: o todos coludos o todos rabones

Hace unos días, Mahmud Abbas, Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, presentó ante la Asamblea General de Naciones Unidas su petición formal para formar parte de esa organización como Estado de pleno derecho.

Muchos diplomáticos se pusieron de pie y aplaudieron, otros optaron por la mesura y mantuvieron la calma. Sólo un pequeño grupo de funcionarios fruncieron el ceño en señal de desaprobación; claro, me refiero a la representación de Israel ante la ONU.

A mi juicio, ese momento se esperaba desde hace tiempo, pero no se sabía cuándo ocurriría. Y a pesar de que es bien sabido que por motivos religiosos, culturales e históricos los israelíes se indignarían cuando los palestinos se manifestaran en ese sentido, lo cierto es que siempre me ha resultado irritante la doble moral de los judíos –y hablo de judíos más que de israelíes porque finalmente todos se unen en torno a la misma causa, y son judíos antes que cualquier nacionalidad, valor o imaginario colectivo–.

¿Por qué tanta intransigencia cuando ellos, en 1948, hicieron lo mismo al proclamar el nacimiento del Estado de Israel; por qué creen tener más derechos que los otros; por qué el doble discurso a partir del holocausto; por qué se la viven victimizándose?

Eso sí, ellos no son los únicos con doble moral en todo esto: los demás países los reconocieron inmediatamente por los fuertes intereses económicos que los grupos judaicos tienen por doquier, y como los palestinos no tienen ‘en qué caerse muertos’ (es decir, ni grupos pudientes, ni petróleo, ni recursos naturales, ni nada que deje dinero) a nadie le interesa si existen o no.

Lo anterior me lleva a recordar que hace unos años, la comunidad judía a nivel mundial puso el grito en el cielo cuando el escritor portugués José Saramago comparó la ocupación israelí de la ciudad palestina de Ramala con los campos de concentración de Auschwitz.

Naturalmente el escándalo tuvo gran eco y todos los judíos del orbe se pronunciaron en contra del Nobel. Cuando leí la nota en el periódico Reforma decidí escribir a la sección de cultura manifestando mi apoyo a Saramago y coincidencia con lo que dijo, porque no se vale que los judíos sigan citando los horrores de los campos de concentración nazis cuando ellos tienen en condiciones similares o aun peores a algunos poblados palestinos.

Tampoco se vale que utilicen tanques y armas de alto calibre al ser atacados con piedras por niños y jóvenes palestinos, o que invadan – cual paracaidistas mexicanos– territorios palestinos para ir ganándoles terreno a su de por sí precario espacio, o que tengan arrinconado a todo un pueblo porque destruyen su infraestructura, bloquean sus intercambios comerciales y prohíben toda posibilidad de desarrollo social y humano.

En aquella ocasión me publicaron y toda la cosa, jaja, ante tan combatiente argumento presentado, y un fulano se indignó mucho (seguro judío) y me contestó diciendo que por qué Saramago, si tanto compromiso tenía con las causas polémicas, por qué no se pronunciaba en relación a otros temas.

No recuerdo si hice o no el intento por responderle, pues seguro el diario tampoco se iba a prestar a un duelo de posturas como ese, pero en la siguiente parte de la discusión yo le hubiera dicho que los judíos están tan ensimismados que no se involucran en ninguna otra causa: ni de China contra Tíbet, ni de Rusia contra Kosovo, por mencionar dos de los más emblemáticos. Eso sí, el hecho de que se hubiera tomado la molestia de responder fue porque le enchiló mi crítica, jaja, y con eso me di por bien servida.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Dependencia médica

Mañana será un día memorable: la pequeña Lety comenzará a comer fruta, además de la leche que ha venido tomando desde que nació. Escogimos la pera para iniciar por ser ligera y de suave sabor. Posteriormente vendrán la manzana, el plátano, el durazno y la papaya antes de la siguiente cita con el pediatra, en la que nos indicará el nuevo menú que incluirá verduras.

Al momento de planear las comidas diarias y centrarse en la dinámica de los sólidos surgieron varias preguntas: ¿qué cantidad se le da en cada comida, cuánta fruta se requiere para hacer una papilla, qué pasa si le da hambre entre comidas, la fruta va cruda o cocida?...

Como sucedió alguna vez le escribí por correo electrónico al pediatra, método que se me hace bastante bueno para comunicarse con un médico porque no ‘enchincha’ uno por teléfono ni utiliza el celular sino sólo para una emergencia, pero al mismo tiempo no se queda con las dudas.

Sin embargo, en esto de las papillas, como dijera la canción del barquito ‘pasaron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete semanas’ –que en nuestro caso no fue más que una sola–, pero nada que el doctor contestaba. Le volví a enviar el correo pasados 8 días, pero en vista que seguía pasando el tiempo y no tenía respuesta, de plano tuve que llamarle al consultorio.

El problema ahí fue la dictadora del teléfono, su secretaria, que parece que su consigna es evitar a toda costa que uno hable con el médico; ‘el doctor no ha llegado y ya tiene pacientes esperándolo, llame después’, ‘a qué hora lo encuentro disponible, ‘dentro de X tiempo’, llama uno a la hora indicada y ‘ya no está, se acaba de ir’.

Día siguiente. Después de mucho pensarlo me animé a volver a llamar, ‘buenos días, quisiera hablar con el doctor’, ‘está en consulta, hable más tarde’, ‘a qué hora recomienda que vuelva a llamar’, ‘en media hora’, hablo en ese plazo y ‘no, el doctor llegó tarde y tiene otros tres pacientes esperándolo. Llame más tarde’, ‘es que no quiero que se vaya antes de hablar con él. A qué hora hablo’, ‘en otra media hora’.

Y después de dos llamadas desistí –eso sí, que ni crea la tipa esa que se va a ir invicta, porque la próxima vez que veamos al doctor la voy a reportar, ¿qué tal si fuera una emergencia?–, pero no por la actitud de la fulana (de perro de cochera) ni por el doctor (que no sé para qué da su dirección electrónica a los pacientes cuando no está dispuesto a responder… o tal vez por eso lo hace, jaja, para quitárselos de encima), sino porque caí en cuenta de una cosa: el sentido común y el instinto maternal dan respuesta práctica a buena parte de las preguntas que teníamos.

Por ejemplo, ¿qué cantidad comerá? Lety dará la pauta al indicar que ya está satisfecha; ¿cuánta fruta se requiere por papilla? Será de acuerdo a la cantidad que coma; ¿fruta cruda o cocida? Dependerá del tipo de fruta.

Y es que pensé que la historia ha estado llena de mamás y no ha habido necesidad de depender enteramente de lo que diga el doctor para seguir adelante: simplemente se va adquiriendo conocimiento sobre la marcha y ya está, sin tanto agobio.

(Eso sí, como no encontré respuesta a la pregunta de qué hacer si a Lety le da hambre entre comidas, tuve que llamar una tercera vez al consultorio; naturalmente el doctor acababa de irse, pero al menos me dijeron que él estaba al tanto de mis llamadas y que le hablara al celular porque no había podido esperarse en el hospital, jaja).

viernes, 9 de septiembre de 2011

¿Qué estábamos haciendo hace 10 años?

Era una mañana normal de martes, en la que Lita, mi mamá y yo desayunábamos en casa mientras oíamos las noticias en radio. De repente, Gutiérrez Vivó dijo ‘Parece que hay un incendio en una de las Torres Gemelas’. Como entonces el programa ‘Monitor de la Mañana’ también se transmitía en televisión, fuimos a la recámara a ver qué pasaba en Nueva York, y con mayor razón luego de que hacía tres meses que habíamos estado ahí.

Las imágenes estáticas, sin el más mínimo parpadeo de las cámaras, mostraban humo saliendo de la parte alta de uno de los rascacielos. La narración del periodista hablaba de un accidente o de la posibilidad de una bomba, daban el antecedente de los atentados en Oklahoma en 1995 y en dos embajadas estadounidenses en África en 1998, y se hacía hincapié en la gravedad implícita en un ataque al corazón del comercio mundial.

De repente se registró un movimiento: se trataba del sobrevuelo de un avión cerca de las Torres Gemelas. Seguro a nadie nos pareció extraño dado que la toma de las cámaras se dirigía a las alturas y no se veía el nivel de calle, sino únicamente el cielo. Lo que sí fue bizarro fue que todos vimos pasar el avión cerca de los edificios, pero nunca lo vimos salir para reaparecer en el espectro visual.

Inesperadamente se generó un estallido. Hubo fuego y mil pedazos volaron por los aires. ¿Qué habría pasado, acaso una nueva explosión en el WTC neoyorkino producto del agravamiento de la primera? Confusión, mucha confusión en todo eso…

Conforme pasaron los minutos se fueron atando algunos cabos y se hizo evidente que el avión nunca se vio pasar al otro lado de la pantalla porque se fue a estrellar a la otra torre y lo que explotó no fue otro piso de ésta sino el avión y el edificio ante el impacto.


Minutos más tarde, los dos colosos de más de 100 pisos se desplomaban irremediablemente sobre Manhattan, dejando a su paso una enorme nube de polvo, vidrios, angustia y desolación, mostrando la fragilidad del ser humano y su mundo.

Ahora las cosas parecían un poco más claras: se trataba de un atentado premeditado, sin precedentes, en el cual se utilizó un avión comercial como arma. De esa forma, en todo el orbe presenciamos en vivo y en directo, en el más real de los tiempos, el atentado más cruento y espeluznantemente genial de la era global, marcando el inicio de lo que sería la paranoia terrorista del siglo XXI.

El día se llenó de sensaciones contradictorias, como si pasara y no pasara a la vez. Así, César y yo nos vimos en la parada del camión escolar como todos los días, comentamos lo sucedido y no encontrábamos una explicación lógica. Llegando a la escuela, el ambiente era de tristeza y desconcierto: ¿cómo es posible que el ser humano sea capaz de dirigir su ingenio a cosas tan perversas, por qué tanto odio, por qué no canalizar esa energía en algo positivo?

En las aulas lo mismo, al grado que el profe en turno se declaró incapaz de dar clase en un ambiente como el que imperaba, y nos limitamos –si a todo eso se puede calificar de limitado– a hablar de lo sucedido. El resto de la historia, al menos en la parte que va, ya la conocemos…

Y a diez años de ese día, el terrorismo sigue azotando a la humanidad. Tal vez no en hechos, pero sí en el acoso psicológico que dejó sembrado aquel 11 de septiembre (y qué me dicen de la situación actual de nuestro pobre México: luego del incendio en el Casino Royale de Monterrey, de los narcobloqueos y otros absurdos, aquí, parece que el asunto apenas comienza…).

viernes, 2 de septiembre de 2011

¿Qué gusto? Sí, cómo no…

Hace dos semanas tuve un evento de dos días en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Estando en un receso, en el área de conferencias, pasó una tipita que conocimos en el ITAM, acompañada de otros funcionarios. El diálogo sucedió más o menos de la siguiente manera:

Tipita: (abriendo los ojos a todo lo que da) ‘Ay, pero qué gusto verte, ¿cómo estás, dónde andas?

Yo: ‘Hola, todo bien, con un evento del trabajo, que estoy en SEDESOL. Tú qué tal’

Tipita: ‘Bien también, aquí en Cancillería. Oye, en serio que qué gusto, qué gustazo me da verte… ¿Alejandra, verdad?’

Yo: ‘Leticia’.

Tipita: ‘Ah, sí, Leticia… Oye, y cuéntame, cómo está (con cara de que estaba forzando la memoria)… tu novio, esposo…

Yo: ‘César’

Tipita: ‘Ah, sí, César…’

Yo: ‘Bien también, gracias. Estamos felices porque nació nuestra hija’

Tipita: ‘Qué gusto, qué bueno, muchas felicidades’

Y dirigiéndose a sus acompañantes dijo ‘Con ellos estuve en varias clases, pero me acuerdo bien de la de Japón, sí, la de Japón, muy buena clase, fueron buenos tiempos’

Y reanudando nuestra conversación (si a eso se le puede llamar así) ‘Ay, déjame darte una tarjeta para que sigamos en contacto, no hay que perdernos la pista. Bueno, aquí estaré sólo un mes más porque me voy a la maestría. Pero si tienes facebook podemos seguir en contacto. Sí, ay, pero en serio que qué emoción, qué gusto’ (y la sonrisa a todo lo que daba)

Nos despedimos y regresé al evento, no sin antes caer en cuenta de lo ridículas que son esas escenas: qué gusto le podía dar a la fulanita esa verme si no nos interesó seguirnos la pista en estos 8 años desde que acabamos la carrera, y peor aun si ni siquiera sabe mi nombre (ni yo el de ella, por supuesto, y menos me acordaba haber llevado una clase relativa a Japón…). Además, para qué hablar de ‘buenos tiempos’ cuando nunca hubo siquiera tiempos. Es más, apenas cruzamos palabra, nada que fuera más allá del ‘buenos días’, así que tampoco hay un pasado compartido que recordar.

Y otra cosa: que te dediques a las Relaciones Internacionales y eso lleve consigo cierta dosis de protocolo y diplomacia no implica que tengas que fingir: hay conversaciones 100% ‘de compromiso’ que no dicen nada y sales del paso, impidiendo así papelazos como el que hizo la pobre tipita (que adicionalmente se disfraza de ñora con el afán de sentirse parte de ese medio; definitivamente digna de lástima, como diría Lita…).