viernes, 28 de enero de 2011

Bazofia mediática

A partir de la segunda quincena de diciembre hubo una noticia que acaparó los medios nacionales, tanto impresos como electrónicos, y tiene que ver con una denuncia de abuso sexual de una menor de edad contra el cantante Kalimba. Los hechos sucedieron en un antro de Cancún, lugar donde la joven de 17 años trabajaba como edecán y el intérprete había sido contratado para dar un concierto.

La nota va y viene y muchos comentan si Kalimba es culpable, si no lo es, si hay dinero de por medio por parte de la disquera para que no se desprestigie ‘su producto’, si fueron una o dos las afectadas y si hay que investigar a la familia de la chica porque probablemente sólo quiere dinero.

Pero las especulaciones y los comentarios no quedan ahí: que qué tenía que hacer la menor como edecán, que si la culpa es de los administradores del antro por contratar a quien no cumple con la edad permitida, que si los familiares no sabían en qué andaba su hija y que si la joven envió mensajes de texto al celular de Kalimba las semanas posteriores a la demanda.

Y la cosa sigue: que si no sería el novio el que abusó de la menor, que si realmente hubo algún tipo de contacto físico entre el cantante y la chica, que si las cosas ocurrieron en un hotel o en el antro, que si ella era o no menor de edad…

El asunto tiene más de un mes en titulares y primeras planas de medios electrónicos e impresos, que le destinan cada vez más tiempo y atención en sus respectivos espacios- no dudo que hasta hayan organizado foros de discusión para el caso–, lo cual me lleva a una sola y contundente conclusión: qué pobreza mediática la que tenemos en el país, pues lejos de contar con buenos trabajos periodísticos de investigación, de fondo, con temas serios, nos topamos con que los ‘profesionales’ de ese ámbito se limitan a repetir lo que dicen los comunicados de prensa oficiales, casi siempre sin ir más allá o sin cuestionar contenidos, o creando falsa polémica.

Adicionalmente convierten una estupidez en nota estrella de ocho columnas, porque ¿quién diablos es Kalimba, qué canta, a quién le importa lo que él y una equis fulana hagan de su vida, o sus padres, o su novio?

Cuando trabajaba en Grupo Monitor, recuerdo que un día llegó a la sala de espera un chavito de raza negra, de estatura baja, queriendo llamar la atención con la actitud (se paraba de puntas y aparentaba buscar a alguien). No faltó quien preguntara ‘Ese quién será’ y alguien respondió ‘No sé, ha de ser hijo de Johnny Laboriel’ (sin afán de ofender ni mucho menos). Ya cuando lo llamaron al estudio y salió al aire para ser entrevistado en un espacio de entretenimiento resultó ser un tal Kalimba, quien, a la fecha, no ha dejado de ser un auténtico Don Nadie.

viernes, 21 de enero de 2011

Hipocresía nutricional

Hace dos semanas que entraron en vigor las medidas dictadas por el gobierno federal para limitar la oferta de alimentos con escaso valor nutricional en las escuelas, con objeto de reducir los índices de sobrepeso entre los niños y jóvenes del país. Para ello, se recomienda aumentar la ingesta de agua simple, disminuir el consumo de azúcar, grasa y sodio, comer más frutas y verduras y limitar las porciones de los alimentos.

Pero francamente no veo que ello refleje una voluntad real para erradicar el problema, sino que lo hacen para evitar las críticas de no hacer algo al respecto. Por ejemplo, en septiembre de 2010, los alimentos permitidos eran 50; ahora, la cifra asciende a más de 600 (claro, cómo vetar a empresas como Sabritas o Bimbo, para qué enemistarse con quienes aportaron sus buenos milloncitos a las campañas políticas; sería de mal agradecidos…). Así, en la lista emitida por las dependencias gubernamentales se encuentran frituras, refrescos light (excepto aquellos sabor cola que quedan excluidos en cualquier versión), agua con endulcorantes y toda clase de pastelillos.

Como lo comenté en algún tutti frutti del año pasado, me parece absurdo que quieran erradicar de las tienditas escolares las golosinas de toda la vida, porque cada quien debe comer lo que quiere, y la restricción de ciertos alimentos llega a atentar contra la libertad de elección de un consumidor aunque se trate de niños (eso sí, todo con medida, que tampoco hay que dar rienda suelta al antojo y perderse en el atracón).

Además, pienso que el mayor problema radica en que los chicos ya no tienen la actividad física de antes, porque qué casualidad que los productos son prácticamente los mismos y hace 30 años no se registraban los índices de obesidad infantil de ahora.

Confieso que yo comí todo el dulce del mundo cuando era niña, pasando por los caramelos macizos, los chilitos, lo agridulce, los bombones, chiclosos, mazapanes, paletas, el chocolate en todas sus presentaciones y los cereales bien azucarados. Incluso hay dos casos particularmente emblemáticos y deliciosos en mi haber: una que otra tarde abría una lata tamaño normal de leche condensada (mejor conocida como La Lechera) y con cuchara en mano no me detenía hasta verle el fondo, mmm. El otro era llenar un bowl individual con choco krispis, ponerle dos cucharadas copeteadas de cajeta y después bañar la mezcla con leche, qué ricura!!

Si bien no era yo una sílfide, jamás tuve sobrepeso por una simple y sencilla razón: jugué muchísimo y corrí a más no poder durante toda mi infancia, practicando con todos los vecinitos futbol, kickball, escondidas, policías y ladrones, bote pateado, encantados, andábamos en patines y le dábamos duro a la bicicleta.

Ahora, entre el aplatanamiento que propician los videojuegos (o el encierro, en el caso del Wii) y que el espacio público no garantiza la seguridad de nadie, se ha ido reduciendo el número de niños que tienen algún tipo de actividad al aire libre que les permita correr, saltar e interactuar de manera más dinámica.

Por todo lo anterior, afirmo que las estrategias más efectivas para reducir la obesidad infantil son apostar por la actividad física intensiva y fomentar una cultura nutricional donde se incluya todo tipo de alimentos con sus respectivos límites, porque las medidas de medio pelo que están promoviendo no creo que sirvan de gran cosa (comenzando porque son los propios padres de familia los que comen terrible…).

viernes, 14 de enero de 2011

Mercados cautivos de padres primerizos

Ahora que estamos adentrándonos en el mundo de los bebés, nos hemos dado cuenta que ha surgido una serie de necesidades absurdas que han creado todo un mercado de consumo para padres primerizos. No sé si por verdadera convicción, o porque ‘lo que hace la mano hace el de atrás’, o con la idea de que ‘el bebé lo vale todo’, pero muchísimas parejas caen en la tentación y terminan pagando fortunas por servicios que a mi juicio son cien por ciento prescindibles.

¿A qué me refiero? A los cursos psicoprofilácticos, a la música adaptada a los bebés y a las escuelas de estimulación temprana, a los cuales encuentro alternativas mejores, más divertidas, que te llenan más y con un costo infinitamente menor. Y es que habiendo generaciones y generaciones y generaciones de hombres y mujeres que han pasado los siglos y siglos y siglos de historia de la humanidad sin eso, ¿por qué habríamos de necesitarlo ahora?

Y no es que sea una conservadora o, peor aun, una retrógrada, sino que hay que reconocer que existen cosas que uno puede hacer por sí mismo y obteniendo mejores resultados gracias a la convivencia y el cariño que llevan consigo. He aquí mis argumentos:

Los cursos psicoprofilácticos suponen una preparación para el parto, mayor compenetración entre el padre y la madre (siempre y cuando asistan ambos) y el análisis de temas colaterales como el embarazo, la respiración al momento del alumbramiento, la anestesia y la lactancia, entre otros. Sus costos rondan entre los 5 y 7 mil pesos promedio por unos tres meses de clases, una o dos horas una vez por semana.

Sin embargo, hemos sabido que uno de los motivos más socorridos para tomarlos es intercambiar experiencias con otras parejas embarazadas, entablar amistades de ocasión y luego reunirse a tomar café para seguir hablando de sus problemas de infantes ya con los bebés en brazos. ¿Qué no bastaría con recurrir a un buen ginecólogo que resuelva las dudas que van surgiendo en el proceso, así como la consulta de libros serios que expliquen a detalle la evolución de nuestros hijos?

En el caso de la música adaptada a los bebés (que no tiene que ver con las obras creadas ex profeso para ellos), hace poco vimos en Mixup diversos CDs con melodías interpretadas especialmente para los chiquitines, destacando The Beatles, Coldplay, Madonna, U2 y Bob Marley. ‘¿A qué sonará eso?’, nos preguntábamos, y la respuesta la tuvimos en casa de unos amigos que tenían algunas de esas rolas ‘for babies’ en su acervo.

Qué chafón nos pareció escuchar Strawberry fields con dos o tres instrumentos que suenan a organito barato, pues si algo tiene la música es que se le disfruta tal como es en su forma original, esa que hace que nos guste. Simplificarla no sólo la arruina sino que implica menospreciar la capacidad de un bebé para sentirla per se.

En cuanto a las escuelas de estimulación temprana, se trata de lugares con diversas actividades y juegos didácticos que incluyen texturas, formas, colores y sonidos, de acuerdo a cada etapa de desarrollo de los bebés.

Pero lejos de cumplir exclusivamente su cometido, tal parece que esos recintos se han convertido en el escape perfecto de aquellas madres que quieren ‘descansar’ de su hijo un buen rato al día (que ahora cómo se quejan de cuidar a los pequeñitos…) o que lo único que les interesa es socializar con otras madres.

¿Qué no sería más fácil, enriquecedor y divertido hacerles uno mismo los ejercicios de estimulación en casa, en una alberca o en un jardín? El bebé no sólo avanzaría en su desarrollo psicomotor, sino que adicionalmente sentiría el amor y la dedicación de su madre, lo que le daría mayor seguridad en sí mismo.

En suma, ¿qué no sería mejor leer más para conocer las necesidades de nuestros hijos, qué no sería más conveniente saber más de sus etapas de crecimiento, qué no sería mejor dedicarles todo el tiempo que sea posible para dar continuidad al vínculo creado desde el vientre, y qué no sería más conveniente todo lo anterior con la ventaja adicional de ahorrarse unos buenos pesos?

(Ironía: los padres de hijos pequeños dicen –o se quejan– que se gasta mucho en pañales, que son elementos indispensables y cuya necesidad no se discute, pero nunca cuestionan los miles de pesos que gastan en cursos psicoprofilácticos, música adaptada para bebés o escuelitas de estimulación temprana…)

viernes, 7 de enero de 2011

De golosinas y otros dulces momentos

Entre mis lecturas de primera infancia, una de las indiscutibles favoritas era ‘Bugs Bunny encuentra trabajo’, en la cual el famoso personaje obtiene empleo en una fuente de sodas, donde preparaba malteadas, helados especiales y toda clase de ricuras.

Me acuerdo que una de mis ilustraciones estrella era cuando Bugs Bunny asistía a su primer día de trabajo, en el que le enseñaban qué tendría que hacer y cuáles serían los insumos necesarios, y eso implicaba los helados en sus botes, frascos llenos de golosinas y contenedores de galletas, todo en colores alegres que me transportaban a los sabores de esas delicias, mmm.

Para mi era un episodio tan increíble y tan deseable que me trasladaba a la escena, y podía incluso saborear el helado de fresa si en la imagen aparecía un mantecado color rosa, o una nieve de limón si se iluminaba de verde pálido. Y mi imaginación llegaba a desarrollarse a tal grado con esos relatos que aunque no aparecieran tan explícitamente, yo imaginaba las botellas donde seguro guardaban los jarabes de caramelo o chocolate que coronaban los preparados.

Aprovechando que andábamos por ese rumbo, César y yo decidimos ir a la pastelería La Ideal, que está en pleno Centro Histórico. No era la primera vez que estábamos ahí, pero si la primera en que hice consciente el momento tan especial que se vive al entrar en ese templo de la panadería mexicana, pues aunque el pan dulce de ahí no es lo máximo –como sí lo es en La Paloma, por casa de mis queridos Tíos Héctor y Silvia, o La Condesa, de tooooda la vida, donde Lita me compraba ‘chicles flecha’ de yerbabuena en la miscelánea que hay en el interior del local–, los aromas, formas y coberturas de cada pieza son un manjar a los sentidos, a todos y cada uno de los sentidos.

En La Ideal hay pasteles de un piso hasta otros de varios niveles que llegan a pesar hasta 50 kilos, hay gelatinas multicolor y multisabor de agua, leche y yogurt, hay pan dulce con una variedad impresionante, que va de las tradicionales conchas y corbatas hasta los daneses y aquellos que llevan higo u otros frutos secos entreverados.

De ahí me gustan los garibaldis de vainilla o chocolate y otros panecitos especiales que tienen pompones de cajeta al centro y están cubiertos de chochitos blancos, aunque ese día fuimos por galletas, porque qué buenas y qué baratas son ahí las galletas; son pastitas con glaseado de café o limón, o con grageas de colores, o con granillo de chocolate, o de esas de dos pisos con mermelada de chabacano o zarzamora al centro (las favoritas de mi mamá!!), o cubiertas de azúcar, o con canela espolvoreada, con forma de rombo, o estrella, flor, círculo, luna o corazón.

Y la caja de cartón donde las despachan me encanta, en tonos azul rey, blanco y detalles en rojo simulando mosaicos o talavera, a la cual las encargadas cierran con un hilo de cáñamo que manejan magistralmente.

En pocas palabras, ¡en ese lugar siento vivir en carne propia el cuento de la fuente de sodas! Es por eso que les recomiendo no perderse la experiencia de ir al menos una vez en la vida a La Ideal: los que viven en el D.F. anímense y de paso vayan al Museo del Estanquillo o a otra de las joyas guardadas por el corazón de la ciudad. Quienes viven en otro estado o país, cuando vengan por estos lares y se encuentren en el centro, no duden hacer una parada que no les quitará ni 10 o 15 minutos, pero que les llenará el momento de dulce vivencia.

(Otro lugar donde tuve la misma sensación fue al llegar por primera vez al parque del Club Asturiano, pues en una sección tienen una dulcería que es un auténtico sueño, con estantes de cristal llenos de gomitas, chocolates, obleas con cajeta, chamoys, pasitas cubiertas, baloncitos de chocolate rellenos de rompope, chochitos agridulces, paletas Payaso – siempre serán súper!! –, brinquitos, tamarindos y un larguísimo etcétera que ya me hizo agua la boca de sólo pensarlo, jaja!!).