Se acerca el Día de Muertos y con él un cúmulo de tradiciones que hacen de la ocasión una delicia a la vista, al paladar y a la memoria; a la vista porque el papel picado, las flores de cempasúchil y las catrinas de vestido largo y elegante sombrero lucen espléndidas en las ofrendas; al paladar porque el pan de muerto y la calabaza de Castilla (cocida con piloncillo y canela y sumergida en un buen vaso de leche, mmm) visten de manteles largos las mesas donde se disfrutan; y a la memoria, porque es difícil que alguien deje pasar la fecha sin pensar en sus seres queridos ‘que se han adelantado’.
Mención aparte merecen todas las alusiones que se hacen en estos días a las calaveras en todas y cada una de sus presentaciones. Entre las más clásicas se encuentran las de azúcar, consideradas artesanías por su técnica y por su significado en el imaginario colectivo, las cuales aseguran que se encuentran en peligro de extinción debido a los altos precios registrados por todos los derivados de la caña y porque el control de peso ha provocado que se convierta en el terror de más de uno.
Confieso que yo he comido innumerables calaveritas de azúcar en mi vida, pues si tengo una no la dejo de ornato, y con mayor razón si tiene mi nombre: con unas mordiditas uno va dando cuenta de la mandíbula, las órbitas de los ojos y termina con la colorida decoración que se ostenta a lo ancho del hueso frontal, mmm (y por el azúcar no se preocupen: el secreto está en quemar toda la energía aportada por ese ingrediente y comer sin remordimiento, que al día siguiente se compensa con más fruta, verdura y otros nutrientes).
Y tampoco le digo que no a las modalidades de golosinas de calaverita que de unos años para acá se dan lugar en toda clase de comercios: las de amaranto son buenísimas, endulzadas con miel y/o piloncillo, y qué tal las de chocolate, que también son una delicia, mmm (la primera vez que comí una de esas pensé que sería puro chocolate macizo; cuál fue mi sorpresa cuando al morderla estaba hueca… pero bueno, así es un cráneo real, la pura orillita de hueso, ¿en qué estaba pensando? jaja).
Otro clásico son las calaveras literarias, que a manera de rima relatan algún pasaje chusco vivido imaginariamente entre un personaje y la muerte. Por lo general se escriben en torno a un político o artista y son bastante divertidas.
Este año me inspiré, y dados sus rasgos característicos y la personalidad de cada uno de ellos, escribí unas ‘calaveras’ para mis queridísimos Abuelines (que siempre han permanecido a nuestro lado, aunque en otro plano). A continuación las comparto con ustedes:
Una noche la Huesuda llegó por Lita
Para ofrecerle un pozole tradicional
Cuál fue su sorpresa al no encontrarla en la camita
Porque andaba de ‘pata de perro’ en el centro comercial
* * * *
Abuelín atrapaba una araña
Cuando la Catrina apareció
Como él no le vio tanta maña
Hasta un tequilita con botana le ofreció
Mención aparte merecen todas las alusiones que se hacen en estos días a las calaveras en todas y cada una de sus presentaciones. Entre las más clásicas se encuentran las de azúcar, consideradas artesanías por su técnica y por su significado en el imaginario colectivo, las cuales aseguran que se encuentran en peligro de extinción debido a los altos precios registrados por todos los derivados de la caña y porque el control de peso ha provocado que se convierta en el terror de más de uno.
Confieso que yo he comido innumerables calaveritas de azúcar en mi vida, pues si tengo una no la dejo de ornato, y con mayor razón si tiene mi nombre: con unas mordiditas uno va dando cuenta de la mandíbula, las órbitas de los ojos y termina con la colorida decoración que se ostenta a lo ancho del hueso frontal, mmm (y por el azúcar no se preocupen: el secreto está en quemar toda la energía aportada por ese ingrediente y comer sin remordimiento, que al día siguiente se compensa con más fruta, verdura y otros nutrientes).
Y tampoco le digo que no a las modalidades de golosinas de calaverita que de unos años para acá se dan lugar en toda clase de comercios: las de amaranto son buenísimas, endulzadas con miel y/o piloncillo, y qué tal las de chocolate, que también son una delicia, mmm (la primera vez que comí una de esas pensé que sería puro chocolate macizo; cuál fue mi sorpresa cuando al morderla estaba hueca… pero bueno, así es un cráneo real, la pura orillita de hueso, ¿en qué estaba pensando? jaja).
Otro clásico son las calaveras literarias, que a manera de rima relatan algún pasaje chusco vivido imaginariamente entre un personaje y la muerte. Por lo general se escriben en torno a un político o artista y son bastante divertidas.
Este año me inspiré, y dados sus rasgos característicos y la personalidad de cada uno de ellos, escribí unas ‘calaveras’ para mis queridísimos Abuelines (que siempre han permanecido a nuestro lado, aunque en otro plano). A continuación las comparto con ustedes:
Una noche la Huesuda llegó por Lita
Para ofrecerle un pozole tradicional
Cuál fue su sorpresa al no encontrarla en la camita
Porque andaba de ‘pata de perro’ en el centro comercial
* * * *
Abuelín atrapaba una araña
Cuando la Catrina apareció
Como él no le vio tanta maña
Hasta un tequilita con botana le ofreció