Ante el alarmante crecimiento de la obesidad infantil en México, la opinión pública se ha dedicado a buscar culpables de tan severo problema. Los señalamientos más recientes apuntan a las escuelas como primera fuente responsable por vender alimentos de escaso valor nutricional. Y yo pregunto, ¿por qué las escuelas?
En su lugar, yo señalo al hogar, a la casa, como origen principal de vicios y virtudes de las personas. En el caso de la comida, es responsabilidad de los padres (abuelos, tíos o quienes vivan bajo el mismo techo) preparar a los pequeños diariamente para asistir a la escuela, y eso implica uniforme, libros, aditamentos diversos y, en el mismo de nivel de importancia – si no es que más – el conocido lunch.
Quienes acusan a las escuelas se justifican con lo siguiente: ‘es que con la dinámica matutina y el ritmo de vida actual no hay tiempo de prepararlo. Además, algunas mamás trabajan. Por eso, para que los niños no se queden con el estómago vacío a media mañana, mejor se les da dinero para que compren algo durante el recreo’.
Desmenucemos la frase y veremos que no tiene sentido:
- Arguyen la falta de tiempo en la mañana para hacer el lunch. Pero, ¿por qué no levantarse un poco antes para hacerlo o por qué no prepararlo la noche previa? No toma más de 15, máximo 20 minutos. Recordemos que se trata de dar a los niños una opción rica y sana para mediodía: un sándwich de jamón y queso, fruta picada, un yogurt, una barrita de cereal o unas galletas, nada muy elaborado.
- El hecho de que las madres de familia trabajen tampoco es excusa: mi mamá siempre trabajó y siempre llevé mi lonchera llena de cosas ricas preparadas por ella y por Lita: jícama, pepino, zanahoria o germen de alfalfa con sal, limón y chilito, y un termo con agua de limón (ya ven de dónde saqué mi incipiente gusto por frutas y vegetales, jaja. Ah, y en ocasiones llevaba sándwich de cajeta o mermelada como algo más especial, mmm).
- También se curan en salud diciendo que dan efectivo a los pequeñines para que se compren algo. Sin embargo, es evidente que la mayor parte de los niños, por su misma condición, elegirán una golosina chocolatosa o una bolsa de frituras para saciar el hueco a la hora del recreo. ¿Por qué no mejor ayudarles a cultivar buenos hábitos alimenticios? No está mal el dinerillo de vez en cuando para algún antojo, pero diario es mera holgazanería casera.
Echados a tierra todos los justificantes, no cabe duda que quienes atribuyen la culpa del sobrepeso en menores de edad a las instituciones educativas están en un gran error, pues los hábitos alimenticios por la casa empiezan: ¿que por qué los niños compran porquerías para comer en la escuela? Porque en su casa no se preocupan por prepararles lunch; ¿y por qué las escuelas no mejor venden sólo comida sana? Porque los hábitos alimenticios tienen que inculcarse en el hogar sin importar que el entorno esté repleto de antojos y comida deliciosamente pecaminosa (porque a quién no le seduce un dulce pastelito o una dona glaseada…).
La gente es chistosa: quiere que la escuela supla las funciones inherentes a los padres, como son rutinas de higiene, valores, gusto por la lectura, hábitos alimenticios y enseñanza religiosa, entre muchos otros. Tengámoslo muy presente: todo viene de casa.
En su lugar, yo señalo al hogar, a la casa, como origen principal de vicios y virtudes de las personas. En el caso de la comida, es responsabilidad de los padres (abuelos, tíos o quienes vivan bajo el mismo techo) preparar a los pequeños diariamente para asistir a la escuela, y eso implica uniforme, libros, aditamentos diversos y, en el mismo de nivel de importancia – si no es que más – el conocido lunch.
Quienes acusan a las escuelas se justifican con lo siguiente: ‘es que con la dinámica matutina y el ritmo de vida actual no hay tiempo de prepararlo. Además, algunas mamás trabajan. Por eso, para que los niños no se queden con el estómago vacío a media mañana, mejor se les da dinero para que compren algo durante el recreo’.
Desmenucemos la frase y veremos que no tiene sentido:
- Arguyen la falta de tiempo en la mañana para hacer el lunch. Pero, ¿por qué no levantarse un poco antes para hacerlo o por qué no prepararlo la noche previa? No toma más de 15, máximo 20 minutos. Recordemos que se trata de dar a los niños una opción rica y sana para mediodía: un sándwich de jamón y queso, fruta picada, un yogurt, una barrita de cereal o unas galletas, nada muy elaborado.
- El hecho de que las madres de familia trabajen tampoco es excusa: mi mamá siempre trabajó y siempre llevé mi lonchera llena de cosas ricas preparadas por ella y por Lita: jícama, pepino, zanahoria o germen de alfalfa con sal, limón y chilito, y un termo con agua de limón (ya ven de dónde saqué mi incipiente gusto por frutas y vegetales, jaja. Ah, y en ocasiones llevaba sándwich de cajeta o mermelada como algo más especial, mmm).
- También se curan en salud diciendo que dan efectivo a los pequeñines para que se compren algo. Sin embargo, es evidente que la mayor parte de los niños, por su misma condición, elegirán una golosina chocolatosa o una bolsa de frituras para saciar el hueco a la hora del recreo. ¿Por qué no mejor ayudarles a cultivar buenos hábitos alimenticios? No está mal el dinerillo de vez en cuando para algún antojo, pero diario es mera holgazanería casera.
Echados a tierra todos los justificantes, no cabe duda que quienes atribuyen la culpa del sobrepeso en menores de edad a las instituciones educativas están en un gran error, pues los hábitos alimenticios por la casa empiezan: ¿que por qué los niños compran porquerías para comer en la escuela? Porque en su casa no se preocupan por prepararles lunch; ¿y por qué las escuelas no mejor venden sólo comida sana? Porque los hábitos alimenticios tienen que inculcarse en el hogar sin importar que el entorno esté repleto de antojos y comida deliciosamente pecaminosa (porque a quién no le seduce un dulce pastelito o una dona glaseada…).
La gente es chistosa: quiere que la escuela supla las funciones inherentes a los padres, como son rutinas de higiene, valores, gusto por la lectura, hábitos alimenticios y enseñanza religiosa, entre muchos otros. Tengámoslo muy presente: todo viene de casa.