viernes, 29 de enero de 2010

No a la violencia visual

De un tiempo a la fecha, los medios de comunicación –tanto impresos como electrónicos– parecen bombardearnos con imágenes escalofriantes, extremadamente crudas y cien por ciento innecesarias. La más reciente es la del futbolista paraguayo Salvador Cabañas, baleado el pasado lunes en el ‘Bar Bar’, con el abdomen descubierto, el rostro lívido y una mancha de sangre junto a su cabeza.

Previamente tuvimos la de Arturo Beltrán Leyva en su departamento de Cuernavaca, con los pantalones a medio bajar, la estructura de uno de sus hombros prácticamente deshecha a balazos y el resto del cuerpo ensangrentado.

Y eso por mencionar las imágenes vinculadas a personajes conocidos, porque han sacado cada cosa relacionada con las ejecuciones… hace tres semanas los trozos de un cuerpo destazado esparcidos por un terreno, hace dos una cara cocida a un balón y la semana pasada una cabeza en un panteón adornada con una flor en la oreja…

Lo peor es que uno no espera encontrar eso a las 9 de la mañana o a las 8 de la noche en el noticiario, pero la violencia visual se ha extendido sin tregua, sin previo aviso y sin respetar que un niño pueda ver eso por accidente.

(Lo mismo sucede con la pornografía, porque lo que antes estaba censurado ahora se puede encontrar a plena luz del día en el puesto de periódicos de cualquier calle, en la zona que sea de la ciudad, incluso en las cercanías de las escuelas… y la gente parece habituada a eso, lo mismo en la televisión).

Ese tipo de imágenes no deberían exhibirse porque se corre el riesgo de que a la gente se le vaya haciendo normal ver cuerpos mutilados, extremidades sobre las calles o cabezas volando por la ventanilla de un automóvil, y, sinceramente, no tenemos ninguna necesidad de acostumbrarnos a eso.

(Como una chica de la oficina, oriunda de Culiacán, que cuenta que las actitudes violentas de los narcotraficantes en esa ciudad, lejos de recibir el repudio de toda la ciudadanía, han sido copiadas por algunos individuos para pasar impunemente sobre los demás. Y eso se está volviendo cotidiano…).

Adicionalmente, lejos de la actividad, profesión o giro del personaje en cuestión, toda persona tiene derecho a que se respete su intimidad, y sacar a la luz fotografías o videos tan deleznables como los que he mencionado no es más que una vejación a la dignidad de las personas y sus familias.

viernes, 22 de enero de 2010

Primero pregunten

Siempre se ha dicho que hay que tener cuidado con las letras chiquitas de cualquier contrato. Ahora, esa recomendación debe aplicarse también a cualquier consumo, pues tanto en los impresos como en la vida real, la publicidad engañosa está de moda – como esos anuncios que hace poco vendían ‘Fin de Año en Nueva York por 700 dólares’ y en letras minúsculas, casi del color de fondo del aviso, decía entre paréntesis ‘600 dólares de impuestos’, o sea, casi más caro el caldo que las albóndigas –.

Recientemente, César y yo fuimos a comer a un Mc.Donalds cercano a mi oficina, aprovechando que había una promoción denominada ‘McTrío del día por 35 pesos’ y que justo esa ocasión tocaba Big Mac.

Hicimos la fila, llegamos a la caja y pedimos los dos paquetes. El tipillo, como es costumbre, preguntó ‘¿los mc tríos grandes?’, a lo cual respondimos con una negativa porque sabemos que eso significa un litro de refresco y unas mega papísimas, además de un cargo adicional que no es mencionado por el cajero.

Al pasar a las bebidas nos dijo ‘¿Coca Cola está bien?’, y nosotros le preguntamos si se podía cambiar el refresco por agua embotellada y respondió que sí, así que procedimos a pagar y recibir la charola con el pedido. Cuál va siendo nuestra sorpresa cuando da la cantidad, ‘son ochenta y cuatro pesos’; las cuentas no salían porque si el combo del día era de 35 pesos y pedimos dos, no podían ser más de 70 pesos.

Hicimos el señalamiento y fulanín, hasta entonces, aclaró ‘es la diferencia por cambiar el refresco por agua’. Pero eso no lo dice cuando le preguntas si se puede o no el cambio y su obligación sería hacerlo.

Sin pena alguna le pedimos cancelara las aguas y que nos diera los refrescos: llegó la supervisora, de mala gana nos hizo llenar un formato para hacer la devolución correcta del cambio y obviamente no les dimos un peso más de lo que pensábamos gastar en eso.

Y ahí les va otra: una ñora de la oficina fue con una amiga a Starbucks por un café de media mañana en día nublado. El cajero, aprovechando la coyuntura, después de tomar nota que la clientela pedía dos capuchinos, les preguntó ‘¿Lo quieren un poco más cargado para el frío?’, a lo que respondieron ‘Bueno, sí’, y una vez más ofreció ‘¿Lo quieren con canela?’, y las ñoras, pensando ‘qué amable es el fulanito’ volvieron a decir que sí.

El ramalazo vino a la hora de pagar: ‘Son noventa pesos’… Quéee, por dos cafesuchos noventa pesos???!!! Y como la ñora no se atrevió a decir ‘Sabes qué, no sabía del costo adicional así que anula el pedido, volvemos a los capuchinos normales’, terminó pagando los noventa pesos (porque, para su mayor coraje, ella se había ofrecido a invitar…).

No tenemos que comprar lo que los cajeros, vendedores o vivales quieran: es dinero y gusto de uno, así que no nos dé pena, y, en un caso de ‘letras chiquitas’, más vale un ‘no gracias’ a tiempo que un arrepentimiento de todo el día (o de varios días).

viernes, 15 de enero de 2010

La tragedia de Haití: el dilema de donar o no donar

Qué lacerantes son las imágenes que hemos visto a lo largo de esta semana en Haití, luego que un terremoto de 7.3 grados arrasara esa pobre isla caribeña – y el sentido de ‘pobre’ aplica en todos sentidos, siendo uno de los países más pobres del mundo, con 65% de la población desempleada, 80% bajo la línea de pobreza y un sistema político infestado de dictadores y saqueadores –.

Luego del sismo, tal pareciera que nada quedó en pie: ni la catedral, ni el Parlamento, ni el Palacio de Gobierno, ni los ministerios, ni la sede de la ONU, ni los hospitales, ni los hoteles, ni el aeropuerto, ni las casas, ni las miles de casas…

Ni qué decir de las tomas más dramáticas, aquellas que llevan consigo dolor y muerte; cuerpos apilados unos sobre otros, el llanto de aquel que se sabe solo en el mundo, o el andar pausado de quien huye a ninguna parte…

Tragedias como esas son las que sacuden a la humanidad entera y que, en un intento por hacer algo ante la impotencia de lo acontecido, une las buenas voluntades y se moviliza para llevar al caído un poco de lo que perdió, al menos en el plano material.

En México, el acopio para los damnificados no nos resulta extraño, ya que prácticamente desde el temblor de 1985 en el Distrito Federal parece que nos solidarizamos con ese tipo de causas, ya sea en territorio nacional o en otros países. Pero conforme pasa el tiempo, dadas la corrupción de quienes colectan y/o distribuyen la ayuda, uno se vuelve desconfiado y se pregunta: ¿dono o no dono?

En el caso de los donativos en especie, me ha entrado duda si en verdad llevaron lo que donamos a los tabasqueños, a los chiapanecos, a los quintanarroenses y hasta a los oriundos de Nueva Orleans cuando los huracanes hicieron de las suyas, debido a lo costoso que resultaba trasladar los víveres.

Además, he sabido que los ‘goberladrones’, digo, gobernadores utilizan la entrega de despensas en medio de desastre naturales como capital político – y lucrar con la desgracia ajena no es válido en ninguna circunstancia –.

O como cuando mi cuate Humbe, de Monitor, quien estuvo de voluntario durante el ’85, dijo haber constatado que decenas de casas de campaña y sleeping bags que donó el gobierno alemán a México fueron a parar a la casa del entonces presidente Miguel de la Madrid.

Y si se trata de depósitos en efectivo, ahí sí ni hablar: yo no le doy un peso al gobierno (y miren que ahí trabajo… jaja) ni a organismos internacionales que se la viven pagando viajes suntuosos a funcionarios que no aportan nada al país. Dudo mucho que si uno da dinero este llegue a las manos indicadas.

Pero luego de volver a ver los noticiarios y saber que la desesperación sigue aflorando entre los haitianos, que no hay comida, que siguen buscando desesperadamente vida entre los escombros y que toda la gente está tirada en la banqueta esperando ayuda, no cabe duda que donaremos un granito de arena para los hermanos en desgracia – y en la conciencia de los pillines quedará si no hacen lo correcto. Dios quiera que lo hagan… –

viernes, 8 de enero de 2010

MMX

Últimos días de 2009. Una sensación extraña pareció apoderarse de la gente, indicando que una especie de acabose estaba por llegar. Sálvese quien pueda: a comprar lo que había que comprar antes del 16% de IVA (qué bruto, en mi vida había visto tanta gente en los centros comerciales. Es más: sólo pasamos en coche frente a Perisur y había fila para entrar al estacionamiento), a terminar con cualquier pendiente (desde subir un dobladillo o cortarse el pelo hasta visitar nuevos lugares o ver las pelis que se te habían pasado hace años) y a almacenar víveres como si el mundo llegara al límite.

La cuenta final se acercaba… Cinco, cuatro, tres, dos, uno… Y al llegar las doce de la noche del 31 de diciembre… la cosa siguió su curso, ya que fuera de los avisos de alza de precios y los impuestos truculentos, todos seguimos en pie, sobreviviendo a la influenza AH1N1, a la crisis económica, a ‘Juanito’ el de Iztapalapa (ya basta de ese tipo…) y a una que otra ‘piedrita en el arroz’ que no impide disfrutar el menú del día a día.

Y aquí estamos, empezando el dos mil diez, el tan llevado y traído año del Bicentenario, ese que ha creado tantas expectativas y que ha puesto en la mesa la discusión interrogantes que tienen que ver con nuestra forma de ser como mexicanos, con nuestros valores nacionales, con el rumbo de este país.

En el mismo sentido, como cada enero, será el momento de pensar hacia dónde vamos como personas, qué queremos y cómo podemos ser mejores (eso sí, nada de ‘propósitos de Año Nuevo’ que no hacen más que bajar la moral a quienes los formulan, porque en un noventa y tantos por ciento terminan por no cumplirse. Lo mejor es cambiar de hábitos justo en el instante en que se contempla esa posibilidad, afirmando aquello de ‘no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy’ para hacer ejercicio, bajar de peso, ahorrar, leer, etc… etc…).

A pesar de que no será fácil por la coyuntura nacional e internacional, debemos ver el MMX (a propósito, ¿todavía enseñarán los números romanos en la escuela…? Porque me late que ya no es tan común, lo mismo que saber manuscrita o conjugar los verbos con el pronombre ‘vosotros’) como una oportunidad para actuar y no sólo suspirar, para caminar y no para quedarse esperando o lamentarse; que las cosas no queden por uno, que nunca conozcamos el ‘hubiera’.

Pero no nos pongamos dramáticos, porque de lo que se trata es de festejar la dicha de estar vivos, de poder iniciar un año más disfrutando y compartiendo con nuestros seres queridos. Además, en 2010 se cumplen cien años del nacimiento de mi queridísimo Abuelín (para mi ese es el verdadero centenario, como de que no!!), es el año posterior a mi operación de vesícula (o sea que estoy de estreno, jaja!! Y aunque hay que seguir la máxima ‘todo con medida’, bienvenidos como siempre el chocolate y un buen vaso de leche con pastel, jajaja) y es tiempo del ‘ahora o nunca’.

Tengan fe, mucha fe en que MMX será un súper año para todos, lleno de amor, salud, trabajo y dinero, y, por qué no, vacaciones, buena música y una que otra buena sorpresita, ya verán!!