Desde tiempos ancestrales, el hombre ha velado por que sus muertos descansen en paz, quedando constancia de ello en los incontables vestigios de entierros, tumbas y sepulturas que la arqueología ha descubierto en épocas recientes.
Les interesaba que los que se iban pudieran cruzar el camino al ‘otro mundo’, muchas veces acompañados por perros, otras con sus objetos de valor como joyas o utensilios de la vida diaria. En ciertas culturas, también era importante que la persona ‘se conservara intacta’ para llegar a su destino final. Fue así como se inició la tradición de momificar los cuerpos, aunque, en ocasiones, algunos cadáveres se llegan a conservar de manera fortuita por las condiciones de su entierro.
Así sucedió en algunos casos en el Panteón de Santa Paula, en Guanajuato, lo que llevó a la creación de un museo que al día de hoy posee una de las colecciones más importantes de momias a nivel mundial, incluyendo cuerpos de hombres, mujeres y niños exhumados entre 1865 y 1989.
El pasado mes de septiembre, anunciaron que 24 de las 111 momias que alberga el museo comenzarían una ‘gira artística’, que tendría como primera parada la Ciudad de México. César y yo pensamos que sería bueno ir en noviembre. Curiosamente, aunque él ha estado varias veces en Guanajuato porque un tío allegado vive allá, nunca ha visitado el museo, y en mi caso, las dos veces que he ido a esa ciudad también ha sido ‘de pisa y corre’ y de momias sólo conozco las del Ex Convento del Carmen, en San Ángel.
Pasó septiembre, luego octubre y cuando finalmente se acercaba la fecha que habíamos establecido para visitarlas, nos enteramos que las momias se habían ido para ser expuestas en Detroit. ¿Qué pasó, por qué no tuvo éxito la exhibición de las momias, por qué no hubo suficiente público? Sospecho que pudo haber sido por respeto a las personas que habitaron alguna vez esos cuerpos o simplemente porque la gente se estremece al pensar en cadáveres, y peor aun si se trata de hacer un plan para verlos.
Todo esto me hizo pensar en que los pobres muertos también han experimentado en carne propia – o mejor dicho, en hueso propio, jaja – las prácticas culturales de la modernidad, en las que doblemente ha importado un soberano cacahuate su descanso eterno: primero porque profanaron sus tumbas para extraerlas y luego porque vuelven a trasladarlas, de un lado a otro, para mostrarlas al mundo.
¿Realmente le interesa a alguien que esos cadáveres descansen en paz? Probablemente no, aunque tal vez ya se acostumbraron al movimiento, a los visitantes y al ajetreo del museo. O qué tal si es cierto lo que dice la canción de Mecano, No es serio este cementerio, cuya letra bien podría aplicarse al caso de las momias de Guanajuato:
Y los muertos aquí lo pasamos muy bien
Entre flores de colores
Y los viernes y tal, si en la fosa no hay plan
Nos vestimos y salimos
Para dar una vuelta, oh oh oh
Sin pasar de la puerta, eso sí
Que los muertos aquí es donde tienen que estar
Y el cielo por mi se puede esperar.
Les interesaba que los que se iban pudieran cruzar el camino al ‘otro mundo’, muchas veces acompañados por perros, otras con sus objetos de valor como joyas o utensilios de la vida diaria. En ciertas culturas, también era importante que la persona ‘se conservara intacta’ para llegar a su destino final. Fue así como se inició la tradición de momificar los cuerpos, aunque, en ocasiones, algunos cadáveres se llegan a conservar de manera fortuita por las condiciones de su entierro.
Así sucedió en algunos casos en el Panteón de Santa Paula, en Guanajuato, lo que llevó a la creación de un museo que al día de hoy posee una de las colecciones más importantes de momias a nivel mundial, incluyendo cuerpos de hombres, mujeres y niños exhumados entre 1865 y 1989.
El pasado mes de septiembre, anunciaron que 24 de las 111 momias que alberga el museo comenzarían una ‘gira artística’, que tendría como primera parada la Ciudad de México. César y yo pensamos que sería bueno ir en noviembre. Curiosamente, aunque él ha estado varias veces en Guanajuato porque un tío allegado vive allá, nunca ha visitado el museo, y en mi caso, las dos veces que he ido a esa ciudad también ha sido ‘de pisa y corre’ y de momias sólo conozco las del Ex Convento del Carmen, en San Ángel.
Pasó septiembre, luego octubre y cuando finalmente se acercaba la fecha que habíamos establecido para visitarlas, nos enteramos que las momias se habían ido para ser expuestas en Detroit. ¿Qué pasó, por qué no tuvo éxito la exhibición de las momias, por qué no hubo suficiente público? Sospecho que pudo haber sido por respeto a las personas que habitaron alguna vez esos cuerpos o simplemente porque la gente se estremece al pensar en cadáveres, y peor aun si se trata de hacer un plan para verlos.
Todo esto me hizo pensar en que los pobres muertos también han experimentado en carne propia – o mejor dicho, en hueso propio, jaja – las prácticas culturales de la modernidad, en las que doblemente ha importado un soberano cacahuate su descanso eterno: primero porque profanaron sus tumbas para extraerlas y luego porque vuelven a trasladarlas, de un lado a otro, para mostrarlas al mundo.
¿Realmente le interesa a alguien que esos cadáveres descansen en paz? Probablemente no, aunque tal vez ya se acostumbraron al movimiento, a los visitantes y al ajetreo del museo. O qué tal si es cierto lo que dice la canción de Mecano, No es serio este cementerio, cuya letra bien podría aplicarse al caso de las momias de Guanajuato:
Y los muertos aquí lo pasamos muy bien
Entre flores de colores
Y los viernes y tal, si en la fosa no hay plan
Nos vestimos y salimos
Para dar una vuelta, oh oh oh
Sin pasar de la puerta, eso sí
Que los muertos aquí es donde tienen que estar
Y el cielo por mi se puede esperar.