Nota: para mí, fisher es una expresión propia que alude al pesero, aquellos camiones que cobraban la tarifa de un peso, y he utilizado el término desde que estaba en secundaria (hace casi 20 años, uuuhh… jajaja). Pero jugando con el lenguaje, como en inglés fish significa pez, entonces fisher sería pesero, jajaja.
El primer paso fue Insurgentes, donde se dio lo que parecía imposible: de la noche a la mañana dejaron de circular por esa vía los cientos de microbuses que provocaban buena parte del caos (sumados a los valet parking y a los ‘vale-gorrín’ que de plano se paraban en el carril de extrema derecha sin límite de tiempo, emulando el ejemplo de los microbuses).
Qué maravilla, qué hazaña la de haber desalojado esa linda calle – la más larga de la ciudad – de tan infame plaga. Esa medida, aunada a la prohibición de quedarse en doble fila y con la introducción del metrobús como un servicio de transporte público decente (con todo y el ensardinamiento de las horas pico), mejoró para los usuarios de a pie y de auto el traslado de un extremo a otro de la ciudad.
Ante los resultados y tomando en cuenta su importancia y vistosidad, escogieron Reforma para continuar con la renovación vial. ‘Qué bueno’, dijimos, ‘no más fishers en Reforma’, con su música de mal gusto a todo volumen, parándose en cada esquina, frenando como si llevaran ganado, con una altura interior de 1.60-1.65 en la cual con trabajos quepo parada (ya se imaginarán cuando el pobre César los tiene que utilizar…), más las modificaciones que hacen para que entre toda una tropa, dejando unos asientitos de miniatura en los cuales de plano no cabe uno (y eso también es literal).
Adiós, malditos pes-cerdos, nunca más los tendremos que padecer por estos lares, qué bueno, por fin los van a borrar de la avenida, del mapa, ya no más virulencia vial, qué bueno!! Porque a mi juicio, ellos son los responsables de que la circulación en la ciudad se volviera un desorden, pues como nadie les aplicaba la ley, la ciudadanía se contagió de los mismos vicios: pasarse el alto, no dejar pasar a quien pone la direccional y dar ‘cerrones’, entre los más comunes.
Durante mi convalecencia, vimos por televisión las imágenes de la puesta en marcha de los nuevos autobuses: modernísimos, menos contaminantes, algunos con aire acondicionado, con la consigna de sólo detenerse en las paradas establecidas. ‘Qué bien va a estar eso’, afirmamos.
Inocentes nosotros: el primer día de oficina luego de la operación empecé a padecer el nuevo azote. Al salir del trabajo, me dirigí a la parada de autobuses, feliz de iniciarme en tan civilizada medida. Cual fue mi sorpresa que, al ver venir uno con todo y su letrero electrónico de primer mundo (que no les ha durado ni el mes porque ya les están poniendo los cartones con letras fluorescentes que usaban los desvencijados microbuses) y disponerme a subir, este se siguió, abarrotado de gente por todas partes. Y así otro, y otro, y otro, y otro más.
No menos de 10 minutos esperé para subirme a uno, y con el coraje adicional de que en las paradas la gente no hace fila, sino que es de ‘a ver quién gana’ y el apeñusque se puede poner rudo.
Ay, fishercito, cómo te extraño… (imagínense el grado de desbarajuste: ya para que les llore y les hable con cariño…): cuando circulabas por estos lares laborales me daba el lujo de escoger en cuál me quería subir, si tenía prisa llegaba en dos segundos y por un costo 66% menor al que pago ahorita por una chafez de servicio…
El primer paso fue Insurgentes, donde se dio lo que parecía imposible: de la noche a la mañana dejaron de circular por esa vía los cientos de microbuses que provocaban buena parte del caos (sumados a los valet parking y a los ‘vale-gorrín’ que de plano se paraban en el carril de extrema derecha sin límite de tiempo, emulando el ejemplo de los microbuses).
Qué maravilla, qué hazaña la de haber desalojado esa linda calle – la más larga de la ciudad – de tan infame plaga. Esa medida, aunada a la prohibición de quedarse en doble fila y con la introducción del metrobús como un servicio de transporte público decente (con todo y el ensardinamiento de las horas pico), mejoró para los usuarios de a pie y de auto el traslado de un extremo a otro de la ciudad.
Ante los resultados y tomando en cuenta su importancia y vistosidad, escogieron Reforma para continuar con la renovación vial. ‘Qué bueno’, dijimos, ‘no más fishers en Reforma’, con su música de mal gusto a todo volumen, parándose en cada esquina, frenando como si llevaran ganado, con una altura interior de 1.60-1.65 en la cual con trabajos quepo parada (ya se imaginarán cuando el pobre César los tiene que utilizar…), más las modificaciones que hacen para que entre toda una tropa, dejando unos asientitos de miniatura en los cuales de plano no cabe uno (y eso también es literal).
Adiós, malditos pes-cerdos, nunca más los tendremos que padecer por estos lares, qué bueno, por fin los van a borrar de la avenida, del mapa, ya no más virulencia vial, qué bueno!! Porque a mi juicio, ellos son los responsables de que la circulación en la ciudad se volviera un desorden, pues como nadie les aplicaba la ley, la ciudadanía se contagió de los mismos vicios: pasarse el alto, no dejar pasar a quien pone la direccional y dar ‘cerrones’, entre los más comunes.
Durante mi convalecencia, vimos por televisión las imágenes de la puesta en marcha de los nuevos autobuses: modernísimos, menos contaminantes, algunos con aire acondicionado, con la consigna de sólo detenerse en las paradas establecidas. ‘Qué bien va a estar eso’, afirmamos.
Inocentes nosotros: el primer día de oficina luego de la operación empecé a padecer el nuevo azote. Al salir del trabajo, me dirigí a la parada de autobuses, feliz de iniciarme en tan civilizada medida. Cual fue mi sorpresa que, al ver venir uno con todo y su letrero electrónico de primer mundo (que no les ha durado ni el mes porque ya les están poniendo los cartones con letras fluorescentes que usaban los desvencijados microbuses) y disponerme a subir, este se siguió, abarrotado de gente por todas partes. Y así otro, y otro, y otro, y otro más.
No menos de 10 minutos esperé para subirme a uno, y con el coraje adicional de que en las paradas la gente no hace fila, sino que es de ‘a ver quién gana’ y el apeñusque se puede poner rudo.
Ay, fishercito, cómo te extraño… (imagínense el grado de desbarajuste: ya para que les llore y les hable con cariño…): cuando circulabas por estos lares laborales me daba el lujo de escoger en cuál me quería subir, si tenía prisa llegaba en dos segundos y por un costo 66% menor al que pago ahorita por una chafez de servicio…