viernes, 25 de septiembre de 2009

No más 'fishers' en Reforma

Nota: para mí, fisher es una expresión propia que alude al pesero, aquellos camiones que cobraban la tarifa de un peso, y he utilizado el término desde que estaba en secundaria (hace casi 20 años, uuuhh… jajaja). Pero jugando con el lenguaje, como en inglés fish significa pez, entonces fisher sería pesero, jajaja.

El primer paso fue Insurgentes, donde se dio lo que parecía imposible: de la noche a la mañana dejaron de circular por esa vía los cientos de microbuses que provocaban buena parte del caos (sumados a los valet parking y a los ‘vale-gorrín’ que de plano se paraban en el carril de extrema derecha sin límite de tiempo, emulando el ejemplo de los microbuses).

Qué maravilla, qué hazaña la de haber desalojado esa linda calle – la más larga de la ciudad – de tan infame plaga. Esa medida, aunada a la prohibición de quedarse en doble fila y con la introducción del metrobús como un servicio de transporte público decente (con todo y el ensardinamiento de las horas pico), mejoró para los usuarios de a pie y de auto el traslado de un extremo a otro de la ciudad.

Ante los resultados y tomando en cuenta su importancia y vistosidad, escogieron Reforma para continuar con la renovación vial. ‘Qué bueno’, dijimos, ‘no más fishers en Reforma’, con su música de mal gusto a todo volumen, parándose en cada esquina, frenando como si llevaran ganado, con una altura interior de 1.60-1.65 en la cual con trabajos quepo parada (ya se imaginarán cuando el pobre César los tiene que utilizar…), más las modificaciones que hacen para que entre toda una tropa, dejando unos asientitos de miniatura en los cuales de plano no cabe uno (y eso también es literal).

Adiós, malditos pes-cerdos, nunca más los tendremos que padecer por estos lares, qué bueno, por fin los van a borrar de la avenida, del mapa, ya no más virulencia vial, qué bueno!! Porque a mi juicio, ellos son los responsables de que la circulación en la ciudad se volviera un desorden, pues como nadie les aplicaba la ley, la ciudadanía se contagió de los mismos vicios: pasarse el alto, no dejar pasar a quien pone la direccional y dar ‘cerrones’, entre los más comunes.

Durante mi convalecencia, vimos por televisión las imágenes de la puesta en marcha de los nuevos autobuses: modernísimos, menos contaminantes, algunos con aire acondicionado, con la consigna de sólo detenerse en las paradas establecidas. ‘Qué bien va a estar eso’, afirmamos.

Inocentes nosotros: el primer día de oficina luego de la operación empecé a padecer el nuevo azote. Al salir del trabajo, me dirigí a la parada de autobuses, feliz de iniciarme en tan civilizada medida. Cual fue mi sorpresa que, al ver venir uno con todo y su letrero electrónico de primer mundo (que no les ha durado ni el mes porque ya les están poniendo los cartones con letras fluorescentes que usaban los desvencijados microbuses) y disponerme a subir, este se siguió, abarrotado de gente por todas partes. Y así otro, y otro, y otro, y otro más.

No menos de 10 minutos esperé para subirme a uno, y con el coraje adicional de que en las paradas la gente no hace fila, sino que es de ‘a ver quién gana’ y el apeñusque se puede poner rudo.

Ay, fishercito, cómo te extraño… (imagínense el grado de desbarajuste: ya para que les llore y les hable con cariño…): cuando circulabas por estos lares laborales me daba el lujo de escoger en cuál me quería subir, si tenía prisa llegaba en dos segundos y por un costo 66% menor al que pago ahorita por una chafez de servicio…

viernes, 18 de septiembre de 2009

Cerco gubernamental

Mi optimismo inicial ante esta crisis va decreciendo, y más ante la propuesta económica presentada por las autoridades fiscales de este país que, con tal de subsanar el déficit existente de 300,000 millones de pesos en las arcas públicas, han ideado una serie de sogas colectivas para exprimirnos hasta el tuétano.

Que si vamos a pagar 30% de ISR, que si habrá un impuesto de 2% generalizado al consumo, que si habrá una tasa para gravar el uso de celulares y de nuevo ronda el fantasma de extender el IVA a alimentos y medicinas.

Peor aun: como funcionarios públicos del gobierno federal, el palazo es mayor, porque pagamos las medidas generales además de las específicas, como si uno no fuera un ciudadano cualquiera, como si verdaderamente tuviéramos una condición extraordinaria (al menos no en el nivel donde estamos ubicados, que no tenemos ni vehículo oficial, ni nos pagan la gasolina, ni tenemos chofer, ni nada de eso).

Por ejemplo, eso de congelar los salarios a mandos medios y superiores, lo cual no es nada nuevo, pues desde los dos últimos años de la administración Zedillo no han subido un peso a los empleados federales, y en ese tiempo – más de 10 años –, esos sueldos han perdido 40% de su poder adquisitivo (en contraposición a las empresas privadas, donde al menos les otorgan aumentos salariales por el equivalente a la tasa inflacionaria).

Y ahora ‘con el Jesús en la boca’, porque entre las politiquerías y la miopía institucional, están proponiendo desaparecer Secretarías como cualquier cosa, con un simple plumazo. Voy de acuerdo en que Reforma Agraria dejó de funcionar hace décadas, porque cuántas veces no se ha repartido el equivalente a todo el territorio nacional, pero Turismo, Turismo…

Reducidos los ingresos petroleros y la recepción de remesas, el turismo es la tercera fuente de ingresos para México, y veo en la desaparición de SECTUR el mayor desprecio gubernamental de los últimos años.

El turismo planificado es una verdadera panacea: genera empleos directos e indirectos, contribuye a preservar la cultura, promueve el desarrollo sustentable y genera buenos montos de ingresos, entre otras bondades.

Pero qué les importa, qué más da turismo que cultura, deporte o la manga del muerto por igual, porque en serio que ni siquiera saben y de un día para otro borran todo un sector de vital importancia para nuestro país (y si el turismo no es importante, que le pregunten a Francia, España o Estados Unidos, que reciben millones de millones en divisas por esa vía).

Con propuestas como la de desaparecer SECTUR me han hecho dudar aun más respecto a la posibilidad de que se concrete aquella contundente y maravillosa frase de Don Samuel Ramos, nuestro filósofo mexicano de principios del siglo XX: ‘Creo en la salvación de este país’.

La descubrí en su libro El perfil del hombre y la cultura en México – altamente recomendable, de donde pienso que Octavio Paz se pirateó ideas para su famoso El laberinto de la soledad –. La utilicé como epígrafe de la introducción de mi tesis, con la firme convicción de que el turismo cultural puede ser la mejor estrategia para impulsar el desarrollo y el crecimiento de México. Ahora, con todo esto, en serio que veo difícil lo que está por venir.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Antes del 9/11

Justo hoy se cumplen 8 años de los atentados terroristas a las Torres Gemelas de Nueva York, esas moles de corazón de acero y piel de hormigón que parecían inalterables. Y no dejo de recordar cada año que tres meses antes de tan terribles acontecimientos, mi mamá y yo estábamos en Manhattan festejando de lo lindo su cumpleaños.

Les voy a platicar la experiencia, al tiempo que pasan por mi mente todas y cada una de las escenas de ese increíble viaje:

Luego de tomar el barco que nos llevó a la Isla de la Libertad, donde se encuentra la famosa estatua con antorcha y corona, decidimos caminar hasta el World Trade Center, donde tenían toda una sección habilitada para que cientos (o miles) de personas conocieran diariamente las Torres.

Hicimos fila, pagamos los 13.50 dólares que cobraban por persona (sí, carito, bastante carito el asunto…) y en la banda de seguridad por la que uno pasaba sus pertenencias para evitar que alguien introdujera armas o algún utensilio prohibido (irónico, ni una bomba ni una pistola fueron el problema posterior), me dijo el guardia de seguridad, un señor negro corpulento, al encontrar a Chiqui, nuestra ardilla de peluche:

El ñor, en tono súper serio: ¿Quién es?
Yo: Mi ardilla.
El ñor: No puede subir… bueno, sólo cerciórate que no muerda a nadie arriba.
(Qué pasó, si somos gente civilizada, jajaja)

Sonrió, reímos ante la puntada y pasamos al área de elevadores, donde decenas de personas nos dirigiríamos al piso 107, sólo tres niveles debajo de la azotea.

Qué cosa más impresionante, qué experiencia tan particular la de haber estado allá arriba. Todas las ‘paredes’ que daban a la calle eran cristales de piso a techo, así que si te acercabas a ellos sentías que te ibas por la borda. Incluso había algunas bancas para observar hacia abajo, pero la altura era tal que ni siquiera conseguía uno ver el fin del edificio, sino que este parecía hundirse en sí mismo, como orillando al observador a un precipicio…

Vértigo, fascinación, escalofrío… Mejor nos paramos de ahí, pero en serio que qué impresión, con la Gran Manzana a nuestros pies, casi al nivel de las nubes, admirando lo que la ingeniería y la arquitectura (supongo que fue obra de ambas disciplinas) pueden crear: un edificio al que nada podía pasarle, una especie de faro urbano que se erigió como uno de los íconos de la ciudad, que observaba y era observado, que interactuaba con propios y extraños, que tejió un sinnúmero de relaciones laborales, personales, turísticas y de vida.

Seguimos rodeando el piso, donde se contaba la historia de la construcción del inmueble, visitamos la tiendita y posteriormente nos dispusimos a descender los pisos, y pisos, y pisos hasta llegar a nivel de calle para ir a la librería Borders, en la zona comercial del mismo complejo urbanístico, donde compramos dos o tres libros de cocina.

Al poco tiempo, tal pareciera que este relato no fue más que la fantasía de un viajero con imaginación. Pero ahí están las fotos, los dos tickets por 13.50 dólares cada uno, la nota de Borders y excelentes recuerdos de aquel viaje.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Son mentadas

(Con la libertad de expresión que me confieren los artículos 1, 6 y 7 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos)

Varios meses han pasado desde que las autoridades de nuestro país reconocieron que México había entrado en recesión económica. Pero lejos de presentar la más mínima mejoría, esto sigue cayendo en picada, sin visos de revertir la tendencia negativa. Es más: organismos como el Fondo Monetario Internacional afirman que México es el país más afectado por la crisis de toda América Latina.

Y la situación no sólo se presenta grave para las miles de personas que diariamente pierden su empleo y con ello ven mermada su calidad de vida, sino también para las finanzas públicas, que con la caída en la recepción de remesas y la reducción en los precios del petróleo han tenido que contraerse varios miles de millones de pesos.

Fue entonces cuando por primera vez en los tres años que van de esta administración que se sustituyó ‘combate a la delincuencia’ por ‘¿y ahora qué hacemos?’, porque verdaderamente la contingencia económica está muy rebasada.

Y que sacan su varita mágica, ‘tríiiiin’ (sonido del momento en que salen las hadas en los cuentos, jaja), y en escena, o mejor dicho en el discurso, que aparece con letras de salvación la palabra austeridad. Calderón pidió a la nación ‘ajustarse el cinturón’, hacer un esfuerzo colectivo para salir del bache (o del abismo, dijeran los más perjudicados…).

La ciudadanía entera apechugamos a fortiori, porque no nos queda más que pagar pesos adicionales por los mismos bienes y servicios que consumimos. No así ha respondido el sector público, donde la doble lectura de un mismo texto es la vergonzante realidad.

O qué tal el call center habilitado para ‘difundir los logros’ del gobierno federal, o el magno evento montado en Palacio Nacional para que ‘sólo los elegidos’ tuvieran la fortuna de aplaudir tan loables acciones y no respondieran con críticas a la inoperancia generalizada.

O qué les parece una austeridad tan plausible que los altos funcionarios ya no viajan en primera clase (pero, parafraseando el libro de Verne, siguen dando la vuelta al mundo en menos de 80 días) y ahora sólo tienen un vehículo oficial (del cual no pagan ni la gasolina ni el salario del conductor que lo opera y muchas veces lo utilizan para fines estrictamente personales).

Cómo ven que por ley los servidores públicos no pueden ganar más que el presidente (pero siguen embolsándose decenas de miles de pesos a la quincena por ‘hacer que hacen’ calentando el asiento 12 horas al día) y que en las reuniones sólo ‘amenizan’ con galletas Gamesa y ya no con costosas pastitas de más de 100 pesos por unos cuantos gramos (pero se compran decenas y decenas de cajas de galletas ‘surtido rico’).

Y como tienen la camiseta bien puesta, en lugar de utilizar jarras de cristal con agua, mandan hacer botellitas de plástico con los logos del gobierno federal, bien coloridas, con todas las tintas posibles, porque ahí sí, qué importa lo que se gaste con tal de hacer una buena campaña de comunicación social.

¿Austeridad…? Son mentadas.