¿Qué fue primero: el huevo o la gallina? Un dilema similar se me presentó el pasado fin de semana, luego de padecer por tercera vez consecutiva un cierre de avenidas principales en pleno domingo. No tiene que ver con las marchas y la libre circulación sino con el derecho a un sano entretenimiento. Me explico:
Resulta que el gobierno del Distrito Federal ha instituido que el último domingo de cada mes se cierren algunas calles al tránsito vehicular para que las personas puedan andar en bici o en patines. La idea me parece muy buena porque realmente existen pocos lugares para practicar esas actividades. De esa manera, grandes avenidas como Reforma o Juárez se convierten en magnas ciclopistas.
El hecho coincide con que buena parte de la gente que pretende ir a los museos, ya sea por gusto o por obligación, lo hace también los domingos por la conveniencia de aprovechar la gratuidad de la entrada – recordemos que para la mayoría de los mexicanos, pagar 48 pesos por persona para ingresar a un museo tiene fuertes implicaciones en la economía familiar –.
No parece haber problema. Sin embargo, ante el éxito del ‘bicitón’ y debido a que el populismo es madre de diversos vicios políticos, los funcionarios ya no se conforman con programar un cierre al mes, sino que prácticamente todos los domingos se ha vuelto prohibitivo pararse por la zona cultural de Chapultepec: competencias deportivas, nuevas rutas para ciclistas y el “perrotón”, entre otros, hacen inminente el cierre de toda el área.
Sería fácil dejar el auto en las cercanías y llegar caminando, pero ni todos tienen un vehículo propio ni todos los que lo tienen están en condiciones de arribar a pie. En el primer caso, no es lo mismo que el transporte público deje a la gente a unos metros del lugar de interés, a caminar kilómetros con un niño en brazos, más su pañalera, la bolsa de víveres, etc… En el segundo caso, hay personas con alguna discapacidad física a quienes se les dificulta visitar los museos si no los dejan prácticamente en la entrada.
Y no sólo se trata de ir a los museos – que ni a todo mundo gustan ni a todo mundo interesan –, sino porque dentro del entretenimiento y los ratos de ocio también entran los días de campo, la visita al zoológico, remar en el lago y conocer el jardín botánico.
Alguna vez leí que la entrada libre a los recintos culturales obedece a que el descanso dominical es una conquista de los trabajadores. Ese día pueden dedicarse a otros menesteres ajenos al ámbito laboral, como son la cultura y las artes. Para tener acceso a éstas, poniéndolas al alcance de todos, fue que se generalizó a nivel mundial la práctica de no cobrar la entrada a los museos cuando fuera domingo.
Por lo tanto, ¿dónde queda el derecho a disfrutar de una exposición en domingo, en las condiciones que tradicionalmente se crearon para privilegiar dicha actividad? En ningún lado, definitivamente se anula por dar paso al derecho de los otros a circular en sus bicis.
¿Cómo solucionar la controversia? Al ser una práctica recurrente, lo mejor sería regular ambas prácticas para que no se contrapongan, porque no saben qué coraje da llegar a Reforma, tempranito, con la ilusión de ver tal o cual exposición, a buena hora para encontrar el mejor lugar de estacionamiento y poca gente a la redonda, y encontrarse con las patrullas atravesadas desviando a los autos hacia otro camino.
Resulta que el gobierno del Distrito Federal ha instituido que el último domingo de cada mes se cierren algunas calles al tránsito vehicular para que las personas puedan andar en bici o en patines. La idea me parece muy buena porque realmente existen pocos lugares para practicar esas actividades. De esa manera, grandes avenidas como Reforma o Juárez se convierten en magnas ciclopistas.
El hecho coincide con que buena parte de la gente que pretende ir a los museos, ya sea por gusto o por obligación, lo hace también los domingos por la conveniencia de aprovechar la gratuidad de la entrada – recordemos que para la mayoría de los mexicanos, pagar 48 pesos por persona para ingresar a un museo tiene fuertes implicaciones en la economía familiar –.
No parece haber problema. Sin embargo, ante el éxito del ‘bicitón’ y debido a que el populismo es madre de diversos vicios políticos, los funcionarios ya no se conforman con programar un cierre al mes, sino que prácticamente todos los domingos se ha vuelto prohibitivo pararse por la zona cultural de Chapultepec: competencias deportivas, nuevas rutas para ciclistas y el “perrotón”, entre otros, hacen inminente el cierre de toda el área.
Sería fácil dejar el auto en las cercanías y llegar caminando, pero ni todos tienen un vehículo propio ni todos los que lo tienen están en condiciones de arribar a pie. En el primer caso, no es lo mismo que el transporte público deje a la gente a unos metros del lugar de interés, a caminar kilómetros con un niño en brazos, más su pañalera, la bolsa de víveres, etc… En el segundo caso, hay personas con alguna discapacidad física a quienes se les dificulta visitar los museos si no los dejan prácticamente en la entrada.
Y no sólo se trata de ir a los museos – que ni a todo mundo gustan ni a todo mundo interesan –, sino porque dentro del entretenimiento y los ratos de ocio también entran los días de campo, la visita al zoológico, remar en el lago y conocer el jardín botánico.
Alguna vez leí que la entrada libre a los recintos culturales obedece a que el descanso dominical es una conquista de los trabajadores. Ese día pueden dedicarse a otros menesteres ajenos al ámbito laboral, como son la cultura y las artes. Para tener acceso a éstas, poniéndolas al alcance de todos, fue que se generalizó a nivel mundial la práctica de no cobrar la entrada a los museos cuando fuera domingo.
Por lo tanto, ¿dónde queda el derecho a disfrutar de una exposición en domingo, en las condiciones que tradicionalmente se crearon para privilegiar dicha actividad? En ningún lado, definitivamente se anula por dar paso al derecho de los otros a circular en sus bicis.
¿Cómo solucionar la controversia? Al ser una práctica recurrente, lo mejor sería regular ambas prácticas para que no se contrapongan, porque no saben qué coraje da llegar a Reforma, tempranito, con la ilusión de ver tal o cual exposición, a buena hora para encontrar el mejor lugar de estacionamiento y poca gente a la redonda, y encontrarse con las patrullas atravesadas desviando a los autos hacia otro camino.