viernes, 26 de septiembre de 2008

Derecho contra derecho. El disfrute del espacio público

¿Qué fue primero: el huevo o la gallina? Un dilema similar se me presentó el pasado fin de semana, luego de padecer por tercera vez consecutiva un cierre de avenidas principales en pleno domingo. No tiene que ver con las marchas y la libre circulación sino con el derecho a un sano entretenimiento. Me explico:

Resulta que el gobierno del Distrito Federal ha instituido que el último domingo de cada mes se cierren algunas calles al tránsito vehicular para que las personas puedan andar en bici o en patines. La idea me parece muy buena porque realmente existen pocos lugares para practicar esas actividades. De esa manera, grandes avenidas como Reforma o Juárez se convierten en magnas ciclopistas.

El hecho coincide con que buena parte de la gente que pretende ir a los museos, ya sea por gusto o por obligación, lo hace también los domingos por la conveniencia de aprovechar la gratuidad de la entrada – recordemos que para la mayoría de los mexicanos, pagar 48 pesos por persona para ingresar a un museo tiene fuertes implicaciones en la economía familiar –.

No parece haber problema. Sin embargo, ante el éxito del ‘bicitón’ y debido a que el populismo es madre de diversos vicios políticos, los funcionarios ya no se conforman con programar un cierre al mes, sino que prácticamente todos los domingos se ha vuelto prohibitivo pararse por la zona cultural de Chapultepec: competencias deportivas, nuevas rutas para ciclistas y el “perrotón”, entre otros, hacen inminente el cierre de toda el área.

Sería fácil dejar el auto en las cercanías y llegar caminando, pero ni todos tienen un vehículo propio ni todos los que lo tienen están en condiciones de arribar a pie. En el primer caso, no es lo mismo que el transporte público deje a la gente a unos metros del lugar de interés, a caminar kilómetros con un niño en brazos, más su pañalera, la bolsa de víveres, etc… En el segundo caso, hay personas con alguna discapacidad física a quienes se les dificulta visitar los museos si no los dejan prácticamente en la entrada.

Y no sólo se trata de ir a los museos – que ni a todo mundo gustan ni a todo mundo interesan –, sino porque dentro del entretenimiento y los ratos de ocio también entran los días de campo, la visita al zoológico, remar en el lago y conocer el jardín botánico.

Alguna vez leí que la entrada libre a los recintos culturales obedece a que el descanso dominical es una conquista de los trabajadores. Ese día pueden dedicarse a otros menesteres ajenos al ámbito laboral, como son la cultura y las artes. Para tener acceso a éstas, poniéndolas al alcance de todos, fue que se generalizó a nivel mundial la práctica de no cobrar la entrada a los museos cuando fuera domingo.

Por lo tanto, ¿dónde queda el derecho a disfrutar de una exposición en domingo, en las condiciones que tradicionalmente se crearon para privilegiar dicha actividad? En ningún lado, definitivamente se anula por dar paso al derecho de los otros a circular en sus bicis.

¿Cómo solucionar la controversia? Al ser una práctica recurrente, lo mejor sería regular ambas prácticas para que no se contrapongan, porque no saben qué coraje da llegar a Reforma, tempranito, con la ilusión de ver tal o cual exposición, a buena hora para encontrar el mejor lugar de estacionamiento y poca gente a la redonda, y encontrarse con las patrullas atravesadas desviando a los autos hacia otro camino.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Balance deportivo: la mediocridad olímpica vs el mérito paralímpico

Dos de oro, una de bronce, lugar 36 del medallero, un total de 85 atletas. Ese fue el resultado obtenido por la delegación mexicana que participó en los pasados Juegos Olímpicos de Beijing. ¿Satisfactorio? De acuerdo a las declaraciones de Felipe “El Tibio” Muñoz, nadador y medallista olímpico transformado en burócrata del deporte, ‘se cumplió con los objetivos’. Entonces, ¿cuáles serían esos objetivos: llevar decenas de deportistas para que sólo 3 sean de excelencia, conformarse con ser mediocres?

Muchos dirán, ‘no hay que criticar tan severamente el desempeño de los mexicanos, o a ver, hazlo tú’, pero francamente pienso que quien va a esas competencias es porque tiene en la mente metas muy concretas: ganar o al menos quedar entre los 5 mejores del mundo.

No sé bien cuáles sean los criterios para seleccionar a las personas que competirán en Juegos Olímpicos, pero definitivamente yo sólo llevaría a aquellos que den los mejores tiempos de cada categoría. Porque no sólo es ‘dar la marca’, que al parecer es un estándar bastante pobre, sino prepararse para ser los mejores.

Tampoco se trata de cubrir todas las disciplinas, sino sólo participar en aquellas donde se pueda hacer un papel digno. Por ejemplo, si sólo estamos picudillos en tae kwon do, clavados y caminata, sólo mandar 3 o 5 personas, pero con la seguridad de que su desempeño será de primerísima. En cambio, van los de remo, salto de altura, judo, lanzamiento de disco, basket, volley, lucha y hasta natación– imagínense: para qué demonios mandamos nadadores cuando hay alguien como Phelps como contrincante… –.

No culpo del todo a los deportistas, porque apostar a dedicarse profesionalmente a eso en México es muy arriesgado, con apoyos mínimos, un presupuesto ínfimo, la manipulación de los medios y la grilla de los pseudo funcionarios para quienes la máxima ‘lo importante no es ganar, sino competir’ se ha transformado en ‘lo importante no es competir, sino pasear’, y eso no puede ser válido a esos niveles.

Diez de oro, tres de plata, siete de bronce, lugar 14 del medallero, un total de 115 atletas. Ese fue el resultado obtenido por la delegación mexicana que participó en los pasados Juegos Paralímpicos de Beijing. Esto es definitivamente la otra cara de una misma moneda. Qué trascendente me parece que esos deportistas tengan ese nivel, que realicen proezas deportivas a pesar de tener capacidades diferentes.

Prácticamente nadie transmite sus competencias y ninguno de ellos aparece en campañas publicitarias de las grandes empresas deportivas, pero eso no es impedimento cuando se quiere hacer bien las cosas, cuando se tiene un reto en la mira, cuando la discapacidad física se convierte en una oportunidad para probarse a sí mismo que todo es posible.

Además, con eso se demuestra que los mexicanos no tenemos ninguna ‘maldición deportiva’, conjuro bizarro o mala suerte generalizada como quieren hacernos creer la Selección de Futbol o los otros atletas que compiten a nivel olímpico: de que se puede, se puede, siempre y cuando se tenga voluntad.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Buenos hábitos de infancia (III)

Los tiempos cambian. Con ellos hay cosas que se van, otras que se quedan. Sin embargo, hay dos hábitos que deben cultivarse desde la infancia y deben permanecer siempre: el establecimiento de horarios y tomar el desayuno.

Muchas familias entran en una dinámica poco sana donde la falta de horarios establecidos lleva a que la gente se duerma muy tarde, en la mañana salga corriendo y no desayune. Dicen que prefieren dormir un poco más, pero eso les desquicia el día entero. Se bañan de volada, se visten como pueden y salen como chiflido, olvidando el desayuno, que varios estudios señalan como el alimento más importante del día.

Si en el camino se acuerdan que hay que desayunar, ‘malcomen’ lo que caiga. Por ejemplo, frecuentemente vemos que del Oxxo cercano a la casa sale un señor con sus dos hijos – edad kinder – con hot dogs y refresco ¡a las 8.15 de la mañana! porque seguramente no desayunaron en casa. Y la misma escena se repite en un puesto de tamales rumbo al metro C.U., donde los pequeñines se recetan su tamal con atole antes de ir a la escuela.

¿Y la lavada de dientes? Bien gracias, porque no sólo se queda el mal hábito de salir sin desayunar, sino también el de no lavarse los dientes después de cada comida, trayendo consigo problemas de caries o el debilitamiento de las piezas dentales ocasionado por bacterias.

Actualmente se promueven ‘desayunos de camino’ más nutritivos, como los jugos de naranja naturales en el ‘alto’ del semáforo, la venta de frutas en tiendas como Seven Eleven o la ingesta de yogurts bebibles con alto contenido de calcio. Sin embargo, no sólo influye la parte alimenticia, sino que en el desayuno la familia se reúne a la mesa y platica un rato, se ríen, oyen noticias, comparten puntos de vista e inician el día todos juntos.

En cuanto a los horarios, es terrible ver que a la gente lo mismo le da llegar a las 9.15 que a las 9.35 cuando la cita era a las 8.30 (lo veo toooodos los días en el trabajo). Así, todas las mañanas nos cruzamos en el camino con algunos niños – siempre los mismos – que van a la escuela corriendo, 10 minutos después de que cierran la puerta – se supone que entran a las 8 y corren a las 8.10, 8.15. Además ¡viven a 5 minutos caminando de la primaria! –. Y ‘tiro por viaje’, ya en la noche, nos volvemos a topar con esos mismos niños a las 22 hrs., cuando se supondría que están descansando para ir a la escuela temprano al día siguiente (¿qué hace un niño de entre 6 y 12 años a esa hora en la calle?...).

Esos pequeños son los que de grandes no llegan a la hora indicada, su trabajo está desfasado y simplemente no se les confían responsabilidades mayores porque no tienen hechura, como dijera Lita. Ah, y, naturalmente, llegan a desayunar diario a la oficina.

Aunque el día a día sea a veces complicado, no lo revolvamos más: organicémonos y procuremos inculcar estos hábitos de infancia que rinden buenos frutos en todos los ámbitos de la edad adulta.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Las cajas del tiempo: el hombre y su memoria

Desde su origen, el hombre se ha empeñado en ser memoria. Tiempos van, tiempos vienen, y él precisa dejar huella de lo que es y lo que ha sido, de su momento y sus aspiraciones, de su espacio y su deseo de trascender.

Así fueron creadas las ‘cajas del tiempo’, que en México, desde la época colonial, reúnen objetos de una época para conmemorar el inicio o término de la construcción de grandes edificaciones. Recientemente fue encontrada una de ellas en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, que consiste en un arca de plomo con monedas, medallas, grabados, cruces, un relicario, un dibujo y un pergamino, fechado el 14 de mayo de 1791.

Meses más tarde, hace apenas unas semanas, Felipe Calderón y otras personalidades colocaron su propia caja del tiempo en la misma torre de Catedral. El contenido, el cual fue introducido en una caja de acero inoxidable, incluyó una bandera mexicana, una Constitución, textos de Octavio Paz, la película ‘Los olvidados’ de Luis Buñuel, una foto satelital del país y el genoma decodificado del maíz, entre otras cosas.

Me parece una iniciativa interesante, quizá subjetiva por la selección del material, pero muy emocionante cuando uno piensa en quién abrirá esa caja, en qué fecha, qué pensará de los que vivimos en esta época…

También reflexioné en lo individual: ¿cómo sería la caja del tiempo de cada uno de nosotros, cómo nos gusta que nos piensen, qué nos caracteriza, qué es ‘lo nuestro’? Muy probablemente esas cajas siempre han existido, pero las tenemos de manera intangible en la mente, en el corazón, al recordar a los seres queridos que están con nosotros de manera distinta. Nos acordamos de sus anécdotas, sus gustos, sus frases, y en medio de todo eso están su tiempo y su espacio.

Pero si hiciéramos nuestra propia cápsula, ¿qué pondríamos en ella?

La mía seguramente incluiría muchas mariposas en distintos colores y materiales, envolturas de chocolate (para no introducir elementos orgánicos, pero sí dejar testimonio de mi gusto por ese manjar), los libros de César, mis tarjetas de felicitación de cumpleaños, discos de Mecano, los ochenta y Miguel Bosé, las fotos especiales, boletos de avión, museos y cinito, mi recetario electrónico, mi tapete para hacer ejercicio, un cartel de Snoopy y los Peanuts y, por supuesto, un USB con todos y cada uno de mis blogs Tutti Frutti (para que quien los lea conozca mi pensar y mi contexto).

¿Y dónde se colocaría el acervo? Definitivamente en una gran caja rosa, cerca de un lugar donde dé el sol!!