Coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 y a 40 años de haberse celebrado la justa deportiva en México, fuimos a ver la exposición de diseño gráfico del ’68 en el Museo de Arte Moderno. Ahí se muestran artículos promocionales, videos, ediciones filatélicas, folletos, uniformes y boletos para el evento, y se incluye el testimonio actual del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, artífice de la estrategia que logró que la olimpiada en México fuera todo un éxito.
Como parte esencial de la organización se retomó el ideal griego de la tregua olímpica, es decir, dejar a un lado las rencillas, los rencores y los enfrentamientos para dar paso al deporte en sí mismo durante el periodo en que se desarrollaran los Juegos. De esa manera, en la Villa Olímpica mexicana convivieron pacíficamente soviéticos con checoslovacos, israelíes con árabes y sudafricanos con otros nacionales de países de su continente contrarios al apartheid.
Posteriormente, se procedió a diseñar la campaña que posicionaría los Juegos Olímpicos de México en cada rincón del planeta, a pesar de que decían que por la altura no era viable que aquí se realizaran y que no se tenía la experiencia requerida. Así, se designó un color y un logotipo por cada disciplina, se contó con instalaciones de primer nivel, se señalizó perfectamente toda la ciudad, se utilizaron motivos olímpicos para el mobiliario urbano, había globos enormes por todas partes señalando los lugares de competencia, etc… etc… etc…
Bien se podría decir que Ramírez Vázquez fue pionero en el marketing de las naciones, porque sin manuales de por medio y echando mano únicamente del sentido común, logró hacer de México ’68 un evento deportivo de primer orden.
¿Y nos sorprendemos con Beijing 2008? Admirados debemos estar de lo que se hizo en aquellos años, en plena Guerra Fría, cuando se consiguió más con menos, cuando se dudaba de la capacidad organizacional y logística de un país en desarrollo, cuando la creatividad bastaba para hacer cosas grandes. La tecnología para el evento era prácticamente inexistente, pero no hizo falta para que la emotividad estuviera presente en cada competencia y en cada ceremonia celebrada.
Que Beijing tuvo lo suyo, indudablemente: no en balde debieron pagar millones de dólares al director de cine chino Zhang Yimou para organizar las impresionantes ceremonias de inauguración y clausura que vimos, que incluyeron la movilización simultánea de miles de personas con sus respectivos cambios de vestuario y escenografía. Asombroso en verdad.
Lo anterior sin contar los montos que debieron desembolsar para comprar a los padres de la niña que grabó uno de los temas principales del evento para que otra pequeña usara la pista el día de la apertura, o los que correspondieron a la distribución de un video con imágenes de fuegos artificiales espectaculares a todas las televisoras que habían contratado la transmisión de Beijing 2008 porque la fantasía debía superar a la contaminada realidad de la ciudad sede, o los que compraron el silencio de la familia de una cantante que participaría en los Juegos pero que quedó inmovilizada luego de un accidente durante los ensayos.
Esperen, lo olvidaba: ese dinero se lo ahorraron, porque todo se puede en un régimen autoritario como el de China.
Como parte esencial de la organización se retomó el ideal griego de la tregua olímpica, es decir, dejar a un lado las rencillas, los rencores y los enfrentamientos para dar paso al deporte en sí mismo durante el periodo en que se desarrollaran los Juegos. De esa manera, en la Villa Olímpica mexicana convivieron pacíficamente soviéticos con checoslovacos, israelíes con árabes y sudafricanos con otros nacionales de países de su continente contrarios al apartheid.
Posteriormente, se procedió a diseñar la campaña que posicionaría los Juegos Olímpicos de México en cada rincón del planeta, a pesar de que decían que por la altura no era viable que aquí se realizaran y que no se tenía la experiencia requerida. Así, se designó un color y un logotipo por cada disciplina, se contó con instalaciones de primer nivel, se señalizó perfectamente toda la ciudad, se utilizaron motivos olímpicos para el mobiliario urbano, había globos enormes por todas partes señalando los lugares de competencia, etc… etc… etc…
Bien se podría decir que Ramírez Vázquez fue pionero en el marketing de las naciones, porque sin manuales de por medio y echando mano únicamente del sentido común, logró hacer de México ’68 un evento deportivo de primer orden.
¿Y nos sorprendemos con Beijing 2008? Admirados debemos estar de lo que se hizo en aquellos años, en plena Guerra Fría, cuando se consiguió más con menos, cuando se dudaba de la capacidad organizacional y logística de un país en desarrollo, cuando la creatividad bastaba para hacer cosas grandes. La tecnología para el evento era prácticamente inexistente, pero no hizo falta para que la emotividad estuviera presente en cada competencia y en cada ceremonia celebrada.
Que Beijing tuvo lo suyo, indudablemente: no en balde debieron pagar millones de dólares al director de cine chino Zhang Yimou para organizar las impresionantes ceremonias de inauguración y clausura que vimos, que incluyeron la movilización simultánea de miles de personas con sus respectivos cambios de vestuario y escenografía. Asombroso en verdad.
Lo anterior sin contar los montos que debieron desembolsar para comprar a los padres de la niña que grabó uno de los temas principales del evento para que otra pequeña usara la pista el día de la apertura, o los que correspondieron a la distribución de un video con imágenes de fuegos artificiales espectaculares a todas las televisoras que habían contratado la transmisión de Beijing 2008 porque la fantasía debía superar a la contaminada realidad de la ciudad sede, o los que compraron el silencio de la familia de una cantante que participaría en los Juegos pero que quedó inmovilizada luego de un accidente durante los ensayos.
Esperen, lo olvidaba: ese dinero se lo ahorraron, porque todo se puede en un régimen autoritario como el de China.