Por décadas, los niños esperaban que fuera domingo para acercarse a sus padres, tíos, o abuelitos para recibir su domingo. En ese acto tan sencillo y fraternal estaba implícita la adopción de un excelente hábito: el ahorro. Los niños sabían que con ese dinero podían comprar golosinas, un juguete que querían o regalos para ocasiones especiales como Navidad o cumpleaños de los seres queridos.
Al contar con un ahorro, los niños llegaban a sentirse en cierta medida autosuficientes y comprendían el valor de las cosas al saber que no es fácil adquirirlas, que no es tan sencillo hacerse de los recursos para tenerlas, que si no las cuido me tendré que esforzar aun más para poder alcanzarlas de nuevo.
Paralelamente, existía el hábito del almuerzo o lunch que los niños llevaban a la escuela para comerlo a media mañana durante su descanso o recreo. Ya fuera un sándwich casero, verdura picada, galletas, panecitos dulces o yogurt, además de agua de frutas, jugo o leche de sabores, el almuerzo tenía la finalidad de no quedarse con el estómago vacío hasta la hora de la comida.
Pero no sólo se trataba de comer sano – que en sí ya es un excelente hábito –, sino que cada lunch llevaba consigo el cariño del miembro de la familia que lo preparaba, acompañado de un pedacito de hogar transportable en una lonchera y una cantimplora.
Por desgracia, nuestra actualidad ya no registra con la frecuencia de antes esos buenos hábitos: que si un niño quiere un videojuego, se lo compro; que si quiere unos patines, se los compro; que si quiere una nueva película en DVD, se la compro. Lo mismo con el lunch: como ‘no tengo tiempo’ y ‘no me quiero complicar’, le doy dinero al menor para que compre algo en la tiendita escolar, que seguro serán frituras, refrescos o cualquier alimento de escaso contenido nutricional, que no está mal para un antojo semanal, pero no para consumirse todos los días.
¿Qué refleja esta pérdida de buenos hábitos de infancia? Dos cosas: por una parte, la intención de querer compensar horas de ausencia con beneficios materiales, y, por otra, la extensión de la cultura light y el mínimo esfuerzo a lo más recóndito de nuestra convivencia humana.
Debemos rescatar tanto el domingo como el lunch. De pesito en pesito, los niños sabrán valorar lo que tienen, que se aplica tanto en lo tangible como en lo intangible – más vale tiempo de calidad que cantidad de tiempo sin sentido o mal compensado en el seno familiar –. Asimismo, levantándose 10 minutos antes, ni más ni menos, se puede preparar un delicioso y nutritivo refrigerio con un premio semanal o quincenal para el recreo, como un delicioso sándwich de cajeta o mermelada de fresa, mmm.
Al contar con un ahorro, los niños llegaban a sentirse en cierta medida autosuficientes y comprendían el valor de las cosas al saber que no es fácil adquirirlas, que no es tan sencillo hacerse de los recursos para tenerlas, que si no las cuido me tendré que esforzar aun más para poder alcanzarlas de nuevo.
Paralelamente, existía el hábito del almuerzo o lunch que los niños llevaban a la escuela para comerlo a media mañana durante su descanso o recreo. Ya fuera un sándwich casero, verdura picada, galletas, panecitos dulces o yogurt, además de agua de frutas, jugo o leche de sabores, el almuerzo tenía la finalidad de no quedarse con el estómago vacío hasta la hora de la comida.
Pero no sólo se trataba de comer sano – que en sí ya es un excelente hábito –, sino que cada lunch llevaba consigo el cariño del miembro de la familia que lo preparaba, acompañado de un pedacito de hogar transportable en una lonchera y una cantimplora.
Por desgracia, nuestra actualidad ya no registra con la frecuencia de antes esos buenos hábitos: que si un niño quiere un videojuego, se lo compro; que si quiere unos patines, se los compro; que si quiere una nueva película en DVD, se la compro. Lo mismo con el lunch: como ‘no tengo tiempo’ y ‘no me quiero complicar’, le doy dinero al menor para que compre algo en la tiendita escolar, que seguro serán frituras, refrescos o cualquier alimento de escaso contenido nutricional, que no está mal para un antojo semanal, pero no para consumirse todos los días.
¿Qué refleja esta pérdida de buenos hábitos de infancia? Dos cosas: por una parte, la intención de querer compensar horas de ausencia con beneficios materiales, y, por otra, la extensión de la cultura light y el mínimo esfuerzo a lo más recóndito de nuestra convivencia humana.
Debemos rescatar tanto el domingo como el lunch. De pesito en pesito, los niños sabrán valorar lo que tienen, que se aplica tanto en lo tangible como en lo intangible – más vale tiempo de calidad que cantidad de tiempo sin sentido o mal compensado en el seno familiar –. Asimismo, levantándose 10 minutos antes, ni más ni menos, se puede preparar un delicioso y nutritivo refrigerio con un premio semanal o quincenal para el recreo, como un delicioso sándwich de cajeta o mermelada de fresa, mmm.