En el marco de la celebración de nuestros primeros 6 meses de casados, César y yo tuvimos la fortuna de conocer Xochicalco, sitio arqueológico que en diciembre de 1999 fue declarado Patrimonio Común de la Humanidad por la UNESCO por su excelente estado de conservación, por ser vivo ejemplo de las ciudades fortificadas del Período Epiclásico y porque su arquitectura muestra la fusión de distintos estilos mesoamericanos.
En medio de cerros cubiertos de un verdor singular, bajo un cielo pletórico de azul y con el delicioso calor morelense acompañado de un ligero viento fresco a nuestro favor, recorrimos la zona, la cual comprende la tradicional plaza con monumentos que emulan la cosmogonía prehispánica, un monumento a Quetzalcóatl, basamentos civiles, estelas, una gruta donde se estableció el observatorio y tres juegos de pelota, entre otras construcciones.
Nos deleitamos con los grillos, las mariposas, los pájaros y hasta una iguana que apareció tan milenaria como el lugar mismo. Adicionalmente, las vistas son espectaculares y los tabachines dan la mano al visitante a lo largo del recorrido. Es verdaderamente impresionante el estado en que se conserva Xochicalco, tanto por los trabajos de restauración que en algún momento se realizaron, como por el mantenimiento que el INAH da al sitio (recolección de basura, recorte del pasto, señalización, establecimiento de paneles solares, etc…).
Como es natural, hay secciones donde el paso está prohibido con la finalidad de que futuras generaciones puedan disfrutar de un patrimonio que desde ahora les pertenece tanto como a nosotros y como les perteneció a otros en el pasado.
Sin embargo, cuál fue nuestra sorpresa cuando al estar en la etapa final de la visita, sentados sobre el pasto que cubre un basamento de la pirámide principal, escuchamos que una persona de vigilancia le pedía a alguien que bajara de la parte más alta de esa misma construcción, donde está estrictamente prohibido subir. La amable solicitud a descender fue repetida en tres ocasiones, a lo que retadoramente respondió una voz ‘échame a la policía’.
Fue en ese momento cuando nos dimos cuenta que la acción no la realizaba un estudiante inconsciente, sino una persona con la madurez suficiente para comprender y acatar una norma. Mayor fue nuestra sorpresa cuando lo vimos y nos dimos cuenta que era un hombre que rondaba los treinta y tantos, con vestimenta que denotaba su buena posición socioeconómica y que seguramente por capricho permanecía en la zona prohibida. En pocas palabras, se trataba del prototipo de una bestia peluda.
La situación era intolerable, así que lo increpamos, exigiendo que bajara en ese momento. La gente que pasaba por la plaza principal se fue uniendo desde su lugar a nuestra causa hasta que, luego de que el fulano nos propinara una serie de insultos, señas obscenas y con una prepotencia de aquellas – que incluye intimidación con binoculares y con una cámara digital –, el personaje salió corriendo. Al poco tiempo nos dimos cuenta que gracias a que lo entretuvimos, el personal de seguridad hizo lo propio y en unos minutos llegó la policía estatal para consignarlo.
¿En qué paró la historia? Lo desconocemos, pero lo que sí nos quedó claro fue que el tipo ha de ver pasado un mal rato a salto de mata. Suponemos que probablemente sí lo atraparon, ya que por su ubicación geográfica sobre un cerro, Xochicalco cuenta únicamente con dos vías de acceso.
Sin embargo, la situación nos lleva al mismo tema: respeto. ¿Por qué gente como esa no acata que no debe subir a un monumento para que sus hijos, nietos y los que están por venir también lo disfruten, porqué la agresión contra los demás, porqué el abuso?
Lo ideal es que impere la actitud respetuosa, pero mientras eso sucede, reside en nosotros la obligación de acatar lo que debe ser. No es cuestión de ‘echar pleito’, sino de ‘hacer respetar’, porque las consecuencias de todo acto repercuten en todos.
P.D.: Y si tienen oportunidad, no dejen de visitar Xochicalco, un lugar excepcional a hora y media de la Ciudad de México (y tampoco pierdan las nieves de mamey que venden en las cercanías, mmm!!).
En medio de cerros cubiertos de un verdor singular, bajo un cielo pletórico de azul y con el delicioso calor morelense acompañado de un ligero viento fresco a nuestro favor, recorrimos la zona, la cual comprende la tradicional plaza con monumentos que emulan la cosmogonía prehispánica, un monumento a Quetzalcóatl, basamentos civiles, estelas, una gruta donde se estableció el observatorio y tres juegos de pelota, entre otras construcciones.
Nos deleitamos con los grillos, las mariposas, los pájaros y hasta una iguana que apareció tan milenaria como el lugar mismo. Adicionalmente, las vistas son espectaculares y los tabachines dan la mano al visitante a lo largo del recorrido. Es verdaderamente impresionante el estado en que se conserva Xochicalco, tanto por los trabajos de restauración que en algún momento se realizaron, como por el mantenimiento que el INAH da al sitio (recolección de basura, recorte del pasto, señalización, establecimiento de paneles solares, etc…).
Como es natural, hay secciones donde el paso está prohibido con la finalidad de que futuras generaciones puedan disfrutar de un patrimonio que desde ahora les pertenece tanto como a nosotros y como les perteneció a otros en el pasado.
Sin embargo, cuál fue nuestra sorpresa cuando al estar en la etapa final de la visita, sentados sobre el pasto que cubre un basamento de la pirámide principal, escuchamos que una persona de vigilancia le pedía a alguien que bajara de la parte más alta de esa misma construcción, donde está estrictamente prohibido subir. La amable solicitud a descender fue repetida en tres ocasiones, a lo que retadoramente respondió una voz ‘échame a la policía’.
Fue en ese momento cuando nos dimos cuenta que la acción no la realizaba un estudiante inconsciente, sino una persona con la madurez suficiente para comprender y acatar una norma. Mayor fue nuestra sorpresa cuando lo vimos y nos dimos cuenta que era un hombre que rondaba los treinta y tantos, con vestimenta que denotaba su buena posición socioeconómica y que seguramente por capricho permanecía en la zona prohibida. En pocas palabras, se trataba del prototipo de una bestia peluda.
La situación era intolerable, así que lo increpamos, exigiendo que bajara en ese momento. La gente que pasaba por la plaza principal se fue uniendo desde su lugar a nuestra causa hasta que, luego de que el fulano nos propinara una serie de insultos, señas obscenas y con una prepotencia de aquellas – que incluye intimidación con binoculares y con una cámara digital –, el personaje salió corriendo. Al poco tiempo nos dimos cuenta que gracias a que lo entretuvimos, el personal de seguridad hizo lo propio y en unos minutos llegó la policía estatal para consignarlo.
¿En qué paró la historia? Lo desconocemos, pero lo que sí nos quedó claro fue que el tipo ha de ver pasado un mal rato a salto de mata. Suponemos que probablemente sí lo atraparon, ya que por su ubicación geográfica sobre un cerro, Xochicalco cuenta únicamente con dos vías de acceso.
Sin embargo, la situación nos lleva al mismo tema: respeto. ¿Por qué gente como esa no acata que no debe subir a un monumento para que sus hijos, nietos y los que están por venir también lo disfruten, porqué la agresión contra los demás, porqué el abuso?
Lo ideal es que impere la actitud respetuosa, pero mientras eso sucede, reside en nosotros la obligación de acatar lo que debe ser. No es cuestión de ‘echar pleito’, sino de ‘hacer respetar’, porque las consecuencias de todo acto repercuten en todos.
P.D.: Y si tienen oportunidad, no dejen de visitar Xochicalco, un lugar excepcional a hora y media de la Ciudad de México (y tampoco pierdan las nieves de mamey que venden en las cercanías, mmm!!).