El día de ayer comimos en el Centro Histórico. No sé si el fenómeno social se anticipó a la coyuntura o, como dijo César, la coyuntura se apoderó de la realidad social. Lo cierto es que la zona nos pareció algo depauperada. Más indigentes, mendigos, miseria. No era el mismo Centro de hace ocho o quince días. Y es que el simple anuncio de nuevos impuestos y el aumento en precios nos transporta automáticamente al México de López Portillo o De la Madrid, donde la espiral inflacionaria era un látigo que laceraba sin piedad a toda la población.
Para el gobierno, la ‘reforma fiscal‘ – que no son más de dos o tres disposiciones para aumentar de manera pírrica el presupuesto – debía aprobarse a ultranza, con argumentos tan raquíticos como este: ‘sin reforma, el país no crecerá al 3.7 que puede crecer, sino sólo al 3.5%’. ¡¡Qué gran salto, qué ganancia!!
En cambio, para el resto de los mexicanos, incrementos en bienes y servicios se traducen en disyuntivas de vida: ¿qué coche compramos, cuántos hijos tenemos, en qué escuela los inscribimos, a dónde vamos de vacaciones? O peor aun, ¿qué debemos sacrificar para seguir comiendo? La crudeza de esta última interrogación es una realidad, ya que casi la mitad de la población vive en condiciones de pobreza.
Y es que a pesar del ‘Montessori político’, la administración de los pobres y la truculenta impartición de justicia, por mencionar sólo tres de los males de este país, la estabilidad económica con una inflación manejable era lo único que teníamos, una de las contadas seguridades que hasta hace unos días nos otorgaba el Estado mexicano.
Se teme el retroceso a la incertidumbre de no saber cómo amanecerán los precios, de no poder planear porque hay factores externos fuera de control que incidirán en el presente y probablemente en las perspectivas que tiene la población a futuro.
En ningún momento se pretende ser alarmista, pero esta es la percepción de la gente después de que se notificara que habrá incremento en los precios de energéticos, agua y otras materias primas, además de las consecuencias que tendrá la reforma fiscal en colegiaturas, vales de despensa y donativos, entre otros rubros.
No basta con postergar la entrada en vigor de las nuevas medidas: lo que importa es que los aumentos están a la puerta de la esquina y las expectativas inflacionarias tienen efectos reales en los bolsillos de la gente. Es como si el Apocalipsis de nuestro pasado económico volviera a hacer sombra sobre nuestro camino.
Para el gobierno, la ‘reforma fiscal‘ – que no son más de dos o tres disposiciones para aumentar de manera pírrica el presupuesto – debía aprobarse a ultranza, con argumentos tan raquíticos como este: ‘sin reforma, el país no crecerá al 3.7 que puede crecer, sino sólo al 3.5%’. ¡¡Qué gran salto, qué ganancia!!
En cambio, para el resto de los mexicanos, incrementos en bienes y servicios se traducen en disyuntivas de vida: ¿qué coche compramos, cuántos hijos tenemos, en qué escuela los inscribimos, a dónde vamos de vacaciones? O peor aun, ¿qué debemos sacrificar para seguir comiendo? La crudeza de esta última interrogación es una realidad, ya que casi la mitad de la población vive en condiciones de pobreza.
Y es que a pesar del ‘Montessori político’, la administración de los pobres y la truculenta impartición de justicia, por mencionar sólo tres de los males de este país, la estabilidad económica con una inflación manejable era lo único que teníamos, una de las contadas seguridades que hasta hace unos días nos otorgaba el Estado mexicano.
Se teme el retroceso a la incertidumbre de no saber cómo amanecerán los precios, de no poder planear porque hay factores externos fuera de control que incidirán en el presente y probablemente en las perspectivas que tiene la población a futuro.
En ningún momento se pretende ser alarmista, pero esta es la percepción de la gente después de que se notificara que habrá incremento en los precios de energéticos, agua y otras materias primas, además de las consecuencias que tendrá la reforma fiscal en colegiaturas, vales de despensa y donativos, entre otros rubros.
No basta con postergar la entrada en vigor de las nuevas medidas: lo que importa es que los aumentos están a la puerta de la esquina y las expectativas inflacionarias tienen efectos reales en los bolsillos de la gente. Es como si el Apocalipsis de nuestro pasado económico volviera a hacer sombra sobre nuestro camino.