¿Porqué le cuesta tanto obedecer al mexicano? O mejor dicho, ¿porqué le cuesta tanto obedecer al capitalino? Esta interrogante se reaviva a partir de la puesta en marcha de la nueva versión del Reglamento de Tránsito. Como bien se ha señalado, el texto no presenta mayores novedades que el sistema de sanciones por puntaje. Sin embargo, es precisamente en ese rubro de infracciones donde se suscita mayor polémica.
Por parte de la autoridad (o al menos de quienes en el papel suponen serlo), a pesar de la campaña anti corrupción paralela, se podría esperar la reactivación del esquema de extorsiones. Los policías, en lugar de levantar la infracción ante una falta real a la normatividad, podrían ‘ofrecer una alternativa’ a pagar la boleta, y eso no es más que la tristemente célebre ‘mordida’.
Pero ojo, aquí la culpa también es del ciudadano, que incumple por partida doble el reglamento al cometer una falta y encima no ingresar los recursos al erario público local.
Asimismo, existe una extensa laguna en el reglamento: no indica cómo se puede comprobar que realmente uno haya cometido la falta. Frecuentemente, cuando la gente intenta vender un automóvil o acude a verificar su vehículo, en el sistema aparecen multas que no han sido pagadas, cuando éstas ni siquiera existieron, sino que son inventadas por los funcionarios administrativos de las dependencias correspondientes y/o los agentes de tránsito.
Siendo así, cualquier policía puede anotar las placas de los vehículos que ve pasar y señalar que han cometido esta o aquella falta al reglamento.
Por parte de los conductores, el problema es de conciencia, pues tal parece que en lugar de interesarse por conocer el reglamento para seguirlo al pie de la letra, la preocupación del ciudadano es cómo continuar usando el celular mientras se conduce, cómo sacar provecho a la capacidad del automóvil para aumentar la velocidad y cómo llevar a los niños incluso al volante sin ser multados.
Pienso que esto último es donde radica la gravedad del asunto, porque más allá del aumento en los ingresos para el gobierno vía multas, lo que se pretende con cualquier ley es el establecimiento de condiciones óptimas para la vida en sociedad. Por más ‘segundos pisos’, pasos a desnivel, puentes, semáforos y otras medidas que se implementen para mejorar el tránsito, todo será insuficiente mientras las personas no pongan de su parte.
¿A qué me refiero con esto último? A algo tan sencillo como es el respeto: respeto por el otro, respeto por uno mismo, por el entorno, por el medio ambiente, por dar el mejor ejemplo, por tener una ciudad de la que nos sintamos orgullosos. Y ese respeto es lo que hay detrás del llamado Nuevo Reglamento de Tránsito, que aplica tanto para conductores como para peatones, ciclistas, etc…
Lo más recomendable es que cada persona haga conciencia de lo que implica cumplir o no con el reglamento, acordarse de lo molesto que es cuando a pesar de tener ‘el verde’ del semáforo no puedes circular porque los del otro sentido pasaron ‘su alto’, cuando los demás no ceden el paso, cuando el tiempo de un recorrido se duplica porque un carril está obstruido con autos estacionados…
No es ‘que me vea o no el agente de tránsito’ o ‘simulo que cumplo mientras se les pasa’, sino sentirme tranquilo habiendo cumplido un deber cívico. ¿Se oye como algo simple? Lo es, tanto que por eso me cuesta trabajo encontrar respuesta a la pregunta ¿porqué la dificultad de obedecer?
Por parte de la autoridad (o al menos de quienes en el papel suponen serlo), a pesar de la campaña anti corrupción paralela, se podría esperar la reactivación del esquema de extorsiones. Los policías, en lugar de levantar la infracción ante una falta real a la normatividad, podrían ‘ofrecer una alternativa’ a pagar la boleta, y eso no es más que la tristemente célebre ‘mordida’.
Pero ojo, aquí la culpa también es del ciudadano, que incumple por partida doble el reglamento al cometer una falta y encima no ingresar los recursos al erario público local.
Asimismo, existe una extensa laguna en el reglamento: no indica cómo se puede comprobar que realmente uno haya cometido la falta. Frecuentemente, cuando la gente intenta vender un automóvil o acude a verificar su vehículo, en el sistema aparecen multas que no han sido pagadas, cuando éstas ni siquiera existieron, sino que son inventadas por los funcionarios administrativos de las dependencias correspondientes y/o los agentes de tránsito.
Siendo así, cualquier policía puede anotar las placas de los vehículos que ve pasar y señalar que han cometido esta o aquella falta al reglamento.
Por parte de los conductores, el problema es de conciencia, pues tal parece que en lugar de interesarse por conocer el reglamento para seguirlo al pie de la letra, la preocupación del ciudadano es cómo continuar usando el celular mientras se conduce, cómo sacar provecho a la capacidad del automóvil para aumentar la velocidad y cómo llevar a los niños incluso al volante sin ser multados.
Pienso que esto último es donde radica la gravedad del asunto, porque más allá del aumento en los ingresos para el gobierno vía multas, lo que se pretende con cualquier ley es el establecimiento de condiciones óptimas para la vida en sociedad. Por más ‘segundos pisos’, pasos a desnivel, puentes, semáforos y otras medidas que se implementen para mejorar el tránsito, todo será insuficiente mientras las personas no pongan de su parte.
¿A qué me refiero con esto último? A algo tan sencillo como es el respeto: respeto por el otro, respeto por uno mismo, por el entorno, por el medio ambiente, por dar el mejor ejemplo, por tener una ciudad de la que nos sintamos orgullosos. Y ese respeto es lo que hay detrás del llamado Nuevo Reglamento de Tránsito, que aplica tanto para conductores como para peatones, ciclistas, etc…
Lo más recomendable es que cada persona haga conciencia de lo que implica cumplir o no con el reglamento, acordarse de lo molesto que es cuando a pesar de tener ‘el verde’ del semáforo no puedes circular porque los del otro sentido pasaron ‘su alto’, cuando los demás no ceden el paso, cuando el tiempo de un recorrido se duplica porque un carril está obstruido con autos estacionados…
No es ‘que me vea o no el agente de tránsito’ o ‘simulo que cumplo mientras se les pasa’, sino sentirme tranquilo habiendo cumplido un deber cívico. ¿Se oye como algo simple? Lo es, tanto que por eso me cuesta trabajo encontrar respuesta a la pregunta ¿porqué la dificultad de obedecer?