viernes, 16 de diciembre de 2011

Las indeseables comidas de fin de año en la oficina

Llegan los primeros días de diciembre y, con ellos, la amenaza de las comidas de fin de año en las oficinas. Hay a quienes les gustan, pero en mi caso las detesto porque se organizan de compromiso, los asistentes van por obligación y además salen en un ojo de la cara.

Todo empieza cuando el jefe del área (conste que hablo de la dinámica gubernamental), ya sea por recordatorio de algún allegado que sí quiere fiesta o porque malamente se acordó, se siente obligado a organizar una comida para que todos los que están adscritos a su unidad administrativa (la burocracia de su servidora a todo lo que da con la terminología, jajaja!!) convivan.

Generalmente al ‘superior’ en cuestión le importan un bledo tanto la comida como la convivencia –en ocasiones ni siquiera sabe cómo se llaman todos los que trabajan con él–y ‘delega’ –por no decir que se deslinda– los detalles a algún entusiasta –quien le recordó del evento–.

Habiendo fecha, hora y menú, los subordinados empiezan a comentar el punto entre ellos; si se debe ir porque no hay más remedio, que si pa’ colmo los platillos no les gustan, que si van a dar la tarde libre al terminar la comida (porque en mi oficina ni eso), que si invitaron a gente de otras áreas que no viene al caso…

Y encima de todo se establece un tabulador conforme a la posición en la jerarquía laboral. Así se arrancan: al director general le toca poner tantos miles de pesos, a los adjuntos miles y tantos, a los directores otro pico, subdirectores otro ramalazo y a los jefes de departamento otro más. El resto, que son unos cuantos, va de gorra.

Ese no sería el mayor problema, el del subsidio, sino que uno, en su sano juicio, jamás pagaría esas cantidades por una triste comida, y menos con gente que no le interesa. ¿El meollo del asunto? Que casi siempre incluyen las bebidas alcohólicas, es decir, hay que financiar a los que toman aún cuando uno va por agua mineral sin hielo.

Lo más patético es que, a pesar de todos esos inconvenientes, de que la gente no está contenta con la idea del evento y que tiene mejores cosas en qué invertir su dinero, ahí van todos ‘por cumplir’.

Yo, sin pena, digo que no a las comidas de fin de año en la oficina. ¿Por qué? Porque la convivencia se tiene a diario (y más pasando tantas horas en el trabajo), cualquier día se puede uno ir a comer con la gente que le interesa (sin soplarse presencias indeseables como la del jefe mismo, por ejemplo) y porque no estoy dispuesta a financiar los alcoholes del prójimo.

Cuando me preguntan, ‘¿Vas a ir a la comida?’ y explico mis razones para no hacerlo, a la gente no le queda más que asentar con la cabeza y poner cara de ‘¿Por qué no me atrevo a hacer eso?’. Porque la experiencia me ha demostrado que ir a esos eventos a la fuerza: a) ni suma puntos para un ascenso; b) ni da mayor popularidad ante los demás; c) ni aporta al bolsillo familiar.

Nota: y no por lo anterior soy una ‘grinch’, para nada!!, pues si algo disfruto en la vida son las fiestas navideñas con mis seres queridos. Y es en este colofón donde aprovecho para desearles lo mejor, dense tiempo para las celebraciones y que 2012 sea un año de verdaderos cambios (pero para bien…!!).

viernes, 9 de diciembre de 2011

Al son del mariachi

Como era de esperarse lo hicimos una vez más: durante la Sexta Reunión del Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Inmaterial de la UNESCO, celebrada los últimos días de noviembre en Bali, Indonesia, el mariachi fue declarado patrimonio cultural de la humanidad.

Los expertos del Comité decidieron otorgar el reconocimiento porque el mariachi es una tradición que se ha transmitido de generación en generación y se le ha recreado constantemente durante eventos festivos, religiosos y sociales, reforzando el sentido de identidad y continuidad de sus comunidades portadoras, tanto en México como en el extranjero.

Celebro ese tipo de acontecimientos porque muestran que hay cosas que trascienden el plano material, que dejan a un lado rencillas, que continúan a pesar de los problemas y que forman parte de la esencia de las comunidades. Porque una persona puede cambiar de lugar de residencia, de nivel socioeconómico, de estado civil o de empleo, entre muchas transformaciones de vida, pero lleva siempre consigo un cúmulo de elementos que no pueden ser enajenados porque se llevan en lo más profundo.

Eso es el patrimonio cultural inmaterial, manifiesto en las artesanías, festividades, conocimientos empíricos, gastronomía, música y danza, es algo inherente a la identidad y que se transmite de generación en generación.

Tal es el caso del mariachi, pues uno puede estar en otro país o conviviendo con extranjeros y al escuchar ciertos acordes interpretados en conjunto por violines, guitarra, vihuela, guitarrón y trompetas se percata al instante que se trata de esa música, aquella con la que uno se identifica como mexicano –porque hay que señalar que aunque las manifestaciones culturales inmateriales son tan variadas como lo es nuestra diversidad, lo cierto es que el mariachi, los charros y el tequila se han erigido como los grandes iconos de la mexicanidad–.

Y me lleno de emoción al pensar en el momento en que se otorgaron las declaratorias –porque también se extendieron al fado portugués, la equitación tradicional francesa, los conocimientos de los chamanes jaguares colombianos y el duelo poético chipriota Tsiattista, entre otras–, pues luego de los discursos, los aplausos y la formalidad, se abrieron las puertas del recinto donde sesionaban para dar paso a la irrupción triunfal, vibrante e intensa de un mariachi entonando el emblemático ‘Son de la negra’, sellando con un auténtico broche de oro musical las sesiones de trabajo del Comité.

Enhorabuena, mexicanos, que este reconocimiento es para orgullo de todos nosotros!!

viernes, 2 de diciembre de 2011

La otra infraestructura

El día de mañana se celebrará el Día Internacional de las Personas con Discapacidad. Destaco la fecha porque ahora que tenemos a Lety y necesitamos cierta infraestructura para su carriola nos damos cuenta que al menos esta ciudad no está hecha para personas con necesidades especiales.

Un ejemplo son las banquetas: muy pocas tienen las condiciones que se requieren para circular con algún tipo de ‘microvehículo’, llámese silla de ruedas o carrito infantil, ya que son muy angostas, o el pavimento está levantado por las raíces de los árboles, o no hay rampas para subir y bajar de ellas (y si las hay no faltan los autos que las obstruyen).

Otro son las escaleras: prácticamente todo tiene escalones, qué terrible. En ocasiones, cuando van dos o más personas acompañando al ‘microvehículo’, en caso necesario se levanta simultáneamente de adelante y atrás y se logra el desplazamiento. Pero cuando va una persona, ni modo que quien va a bordo vaya dando tumbos de escalón en escalón (además eso puede ser peligroso).

Si se corre con suerte hay elevadores en algunos sitios, llámense centros comerciales, salas de concierto, librerías, hospitales o museos. Sin embargo, aunque se especifica que discapacitados, adultos mayores y personas con bebés tienen la preferencia, lo cierto es que pocos respetan y hasta se apuran para ganar el lugar dentro del ascensor y cerrar las puertas para abusar a expensas de su anonimato.

Y concretamente en materia de infraestructura exclusiva para bebés, lo cierto es que se adolece de espacios para cambiarles el pañal o alimentarlos cuando uno está fuera de casa. En el primer caso, no todos los baños de espacios públicos cuentan con cambiadores (en ocasiones ni baños hay…) , y si los tienen, como en algunas tiendas, muchas veces están en medio de las puertas de los demás baños y uno queda ‘de salero’ con todo y crío. El colmo es que ni siquiera en instalaciones de gobierno, que es donde se debería ir a la vanguardia en esos temas, se tienen condiciones adecuadas.

Por ejemplo, cuando fuimos a una clínica del ISSSTE para vacunar a Lety, tuvimos necesidad de cambiarla, pregunté si había un cambiador y luego de verse con cara de interrogación, dos enfermeras me dijeron ‘Pues en una banca’, voltee a ver a mi alrededor y como no vi claro volví a dirigirme a ellas ‘Y dónde está esa banca’, y las tipitas ‘Pues cualquiera de esas’, señalando esos grupos de pseudo butacas individuales, unidas mediante una base de metal, duras como pata de muerto, que ponen en ciertas oficinas públicas, como si ahí se pudiera maniobrar…

Y de la comida ni hablar, debe uno darse por bien servido si encuentra lugar en el área de comida rápida del centro comercial o si se topa con una banca disponible para proceder a la papilla o la mamilita, muchas veces con la incomodidad de no tener dónde poner al pequeño o dónde apoyarse.

En ambos casos, la carencia se puede amortiguar cambiando al bebé en su carriola o dándole de comer en la silla del auto. Pero yo digo, ¿y qué hacen aquellos que no disponen de recursos para adquirir ciertos adminículos, o los que andan a pie o en el transporte público? Porque las necesidades de discapacitados y bebés no corresponden a un sector con cierto poder adquisitivo, sino que la infraestructura especial debería ser accesible a toda la población.

Y ahora que estamos más conscientes que nunca de esas carencias, me quito el sombrero ante todo aquel que ante la adversidad física sale adelante y se desplaza sin importar que no existan las condiciones adecuadas para hacerlo. Si no, a darse una vuelta por el metro para asombrarse con todos los invidentes y minusválidos que por necesidad utilizan ese transporte: sinceramente, mis respetos…