viernes, 18 de marzo de 2011

¡¡Ya, sal de ahí!!

Es increíble cómo la pequeña Leticita, a sus casi 9 meses de vida intrauterina, ya tiene mucho mundo recorrido:

- Ha ido al cine: su primera peli fue Toy story 3, luego Harry Potter y las reliquias de la muerte, parte I y la más reciente Tron.

- Ha cruzado la frontera en coche a Estados Unidos.

- Ha estado presente en la instalación de ofrendas del Día de Muertos y dando dulces a los niños en las mismas fechas.

- Ha asistido a diversos conciertos; primero a uno de gaitas y percusiones y luego a otro navideño.

- Ha viajado en avión.

- Ha estado presente en nuestros festejos de cumpleaños.

- Ha nadado, ido al gimnasio y caminado kilómetros y kilómetros y kilómetros.

- Ha visitado la librería, el supermercado y el centro comercial.

- Ha disfrutado, tanto al cocinar como al saborear, el panqué de calabaza y la lasagna de atún, ambos platillos especialidad de temporada de la casa.

- Ha cruzado la ciudad en automóvil y utilizando transporte público, incluyendo metro, autobús y metrobús.

- Ha festejado con sus papás el día 14 de cada mes.

- Ha subido al mirador de la Torre Latinoamericana y ha ido a Coyoacán a tomar chocolate caliente en El Jarocho.

- Ha practicado meditación y kundalini yoga.

- Ha ido al museo: primero al de Arte Moderno (MAM), luego al Castillo de Chapultepec, posteriormente a UNIVERSUM y el pasado mes de enero al Museo Nacional de Antropología.

- Ha celebrado la Navidad y el Día de Reyes (que por cierto le dejaron algunos regalitos!!).

Lo único que le falta es repetir esas actividades pero ahora descansando en nuestros brazos. Nena, que llegues bien, de lleno a este mundo!!

viernes, 11 de marzo de 2011

Saudade arqueológica

Durante nuestra Luna de Miel en 2007, César y yo fuimos al sitio arqueológico de Chichén Itzá. Desde la llegada al lugar la experiencia se torna mágica al atravesar la verde espesura yucateca y, de repente, ya caminando, se topa uno con esa edificación excepcional que es la Pirámide de Kukulkán –también conocida como El Castillo–. En ella, durante los equinoccios, es posible apreciar por efecto óptico la sombra de una serpiente descendiendo por las escalinatas, producto de la perfección arquitectónica y astronómica de los mayas de esa zona.

Yo conocí Chichén Itzá en 1996 con mi mamá, por lo que tenía la expectativa de subir con César al Castillo, como aquella vez nosotras, y ver desde las alturas la grandeza del sitio. Cuál fue mi sorpresa cuando en esa segunda visita ya no dejaban subirse –eso sí, en el ‘96 no permitían subir al basamento donde se encuentra el Chac Mol– y tampoco permitían ingresar a la pirámide interna de la Pirámide de Kukulkán donde se encuentra el Jaguar con los Ojos de Jade –aun recuerdo la humedad sofocante de ese lugar–.

En abril de 2010, cuando César y yo fuimos a festejar nuestro 3º aniversario al sureste mexicano, uno de mis máximos deseos era entrar al Templo de las Inscripciones, en Palenque, y conocer en vivo y en directo la tumba del rey Pakal II, uno de los más grandes gobernantes de la civilización maya, con quien la ciudad floreció, se construyeron innumerables edificios públicos y se alcanzó un grado de estética sin par.

Subimos por una selvática y escalonada cuesta, acompañados por exuberante vegetación, llegamos a la explanada e iniciamos nuestro recorrido: el Templo del Conde, el Conjunto de las Cruces, el Palacio y finalmente divisamos el Templo de las Inscripciones… cerrado al público.

Qué sentimiento me invadió, qué impotencia el no poder entrar ahí… Sin embargo, con todo y la nostalgia a flor de piel pero el raciocinio bien plantado, comprendo que esa situación se esté extendiendo en los sitios arqueológicos del mundo: esos lugares no fueron concebidos para la afluencia masiva de personas. Incluso, hay templos a los que sólo entraban los sacerdotes y/o la clase gobernante, así que los tumultos sólo están deteriorando las estructuras –y peor aun conociendo lo desordenados, desobedientes e irrespetuosos que son algunos turistas–.

Todo esto viene a colación porque justo en estos días el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en coordinación con la UNAM, sellaron finalmente la tumba de Pakal II. Imagino perfecto la escena y me emociono: expertos maniobrando bajo el intenso calor del sitio, con precisión milimétrica, para colocar la misma lápida de 7 toneladas que hace 1,300 años cobijara el reposo eterno del ilustre personaje.

Alegrémonos al poder ir a los sitios arqueológicos y admirar su grandeza desde afuera; sintámonos satisfechos de tener la fortuna de conocer esos lugares gracias a las labores de preservación; y, finalmente, deleitémonos con los trabajos preparados para el visitante en los museos de sitio, que permiten conocer réplicas espléndidas como es el caso de la misma tumba de Pakal II; es mejor así.

(A propósito, a principios de este mes también cerraron la Tumba de Tutankamon, en Egipto. Y aquí no sé qué esperan para prohibir que la gente siga subiendo a la Pirámide del Sol, en Teotihuacan, particularmente durante cada llegada de la primavera; por negligencias como esa se derrumbó la Casa de los Gladiadores en Pompeya, Italia, en noviembre de 2010; claro, las autoridades tienden a anteponer el interés económico sobre el cultural, y cerrar un centro turístico de esa magnitud, aunque sea temporalmente, les resulta impensable –aunque tampoco le inviertan un quinto de las ganancias a su conservación–).

viernes, 4 de marzo de 2011

Sociedad ‘light’

Hace unos meses una amiga nos regaló un libro de kundalini yoga para el embarazo y el parto, el cual resultó ser un muy buen texto que, además de ampliar mis conocimientos en torno a tan importantes procesos, me hizo reflexionar en relación a lo frívola, comodina y hedonista que es nuestra sociedad actual.

Uno de los ejemplos más claros es el peso corporal: en televisión, cualquier fin de semana es posible encontrar de manera simultánea en más de 10 canales, anuncios que prometen eliminar varios kilos y reducir medidas con tal sólo tomar determinado brebaje o pastilla o portando unos tenis especiales.

Lo cierto es que si uno desea mantenerse en forma, lo que necesita es alimentarse balanceadamente y hacer ejercicio real, porque eso de seguirle ‘metiendo duro’ a la comida de manera ilimitada no da resultados positivos –y ojo, porque hay quienes dicen ‘Gracias, pero no quiero postre porque me estoy cuidando’, pero antes de llegar al término de la velada ya han tomado varias bebidas altamente calóricas o han dado cuenta del pan blanco de la canastita correspondiente–.

Y el ‘calzado deportivo mágico’ no es más que una falacia; la persona que lo porta seguramente no dará un paso adicional al día por traerlos, y la distancia de la recámara al baño y de la puerta de la casa al auto no serán actividades suficientes para quemar la grasa corporal sobrante (con esto me acordé de Dave, uno de los personajes del filme británico The Full Monty, que quería bajar de peso envolviéndose el torso en papel plástico mientras disfrutaba de una deliciosa barra de chocolate con nougat). Además, ni modo de andar todo el día con tenis, como que no son lo más estético…

Lo mismo sucede con los partos: muchas mujeres hoy en día solicitan que les practiquen una cesárea, pero no porque tengan necesidad de ello –como cuando el bebé está sentado o al tratarse de un embarazo múltiple–, sino por la ‘comodidad’ implícita en saber fecha y forma exacta en que nacerá el pequeñín porque, ¿para qué desgastarse en dolores? Mejor que les pongan anestesia en el día y a la hora indicados y así ya no ‘sufren’ (y luego piden también que ‘las dopen’ con medicamentos intravenosos que alivian el dolor).

¿A partir de cuándo la humanidad transitaría a ese estado de concha? No lo sé, y aunque facilitarse la vida es válido –como el uso de la tecnología para comunicarse, transportarse, hacer labores domésticas y producir bienes masivamente–, me parece que hay ámbitos en que el encanto se pierde cuando se buscan los ‘caminos fáciles’.

Tal es el caso de la gestación y el nacimiento de un hijo, que no lleva más de 9 meses de embarazo si se trata de uno solo ni 24 horas de trabajo de parto, es decir prácticamente un suspiro en términos totales de la vida promedio de una persona (hay que considerar que pasamos alrededor de 20 años en la escuela y otros 30 desempeñando un empleo para poder jubilarnos).

¿Por qué no mejor disfrutar el fruto de un esfuerzo propio, porque no gozar el factor sorpresa? A mi, el hecho de no saber cuándo ni cómo va a nacer Leticita no me preocupa en lo más mínimo, porque tengo confianza en que todo fluirá de manera natural y que a pesar del dolor (o mejor dicho, de las sensaciones, como dice Gurmukh, la autora del libro de yoga, lejos de las definiciones occidentales) Dios nos creó perfectos para el milagro de la vida (y se los dice una amante declarada de la planeación y la certidumbre).