viernes, 18 de diciembre de 2009

¡Ya vámonos!

De un momento a otro parece que el ajetreo laboral se detuvo, así, de tajo. Son los últimos días laborales antes de vacaciones: la gente llega cada vez más tarde a la oficina, sus atuendos son más ‘casuales’ y sinceramente se piensa en todo menos en los asuntos del trabajo.

Todos estamos al día de las ventas especiales a meses sin intereses (qué buenas son!!), nos damos tiempo de reenviar los mensajes electrónicos que no habíamos podido y, aquí ‘entre nos’, confiamos que en el entorno laboral no organicen más comidas, brindis e intercambios que mermen nuestros bien ganados dineritos de fin de año.

Ya no hay recato para esconder sitios electrónicos de tiendas, recetas de cocina o eventos personales cuando alguien pasa cerca de la computadora, ni se corre para contestar el teléfono cuando se recibe una llamada de chamba.

Algunos hablan en el pasillo por su celular (si lo haces adentro se oye toooodo, y la verdad qué les importa tu plática) para ponerse de acuerdo sobre cómo o dónde celebrar, los que vienen de otros estados pasan el día entero comparando precios de una aerolínea a otra, y unos más – como yo – hacemos a diario la cuenta regresiva para saber qué tan cerca se está de la libertad vacacional.

Los más negativos – esos típicos malos elementos a los que les llueve permanentemente sobre la cabeza – especulan sobre el establecimiento de guardias para no dejar sola la oficina (y, por supuesto, si se decide tal cosa, es a ellos a quienes toca hacerlas). Los rebeldes – como yo, que me incluyo en esta categoría – recomiendan no preguntar, imprimir el documento oficial en el que se establece el periodo vacacional y así ampararse en caso necesario.

A ratos se recuerda lo que han sido los festejos de oficina de años anteriores, y hay cada anécdota…: que si una vez pidieron entre 750 y 1,200 pesos por no más de cinco micro antojitos mexicanos en el Hotel Fiesta Americana (al cual por supuesto no fui ni di un clavo porque no estoy de acuerdo con esos desfalcos) o que si antes daban una flor de nochebuena por persona y ahora ni las gracias por el trabajo de todo el año (y eso no es austeridad sino pura codería de los personajes, porque esos regalitos no salían del erario público sino de su bienintencionado bolsillo, jaja).

Por todo lo anterior, es evidente que ya no tenemos NADA que hacer en la oficina y que este changarro debe cerrarse hasta el próximo año. Es así como levanto la voz: ¡YA VÁMONOS! ¡¡¡¡Jajajajaja!!!!

Ahora, a disfrutar las vacaciones y a relajarse en serio para darle la mejor cara al 2010, ¡FELICES FIESTAS!

viernes, 11 de diciembre de 2009

Las bondades del cine de arte

Llega noviembre y con él la Muestra Internacional de Cine, que es el evento por excelencia para los amantes del llamado ‘cine de arte’. Ahí uno puede encontrar pelis de todo el mundo, incluyendo óperas primas y lo más nuevo de directores consagrados.

César y yo consultamos previamente las sinopsis de los filmes a exhibirse, anotando cuáles no nos podemos perder – por temática o por director – y cuáles de plano pintan para mugrero (como el cine francés, que tiende a ser tedioso e incomprensible, el cine de oriente – chino, japonés, taiwanés, etc… que no nos resulta atractivo, o esas pelis ‘corta-venas’, de una crudeza que no hay necesidad...).

Este año, después de varias Muestras de mediana calidad, la selección fue simplemente sensacional: abrió con ‘Los abrazos rotos’ de Pedro Almodóvar (me encanta el cine de Almodóvar, incluyendo su etapa estridente repleta de psicodelia, situaciones inverosímiles y transexuales, excepto ‘Qué he hecho yo para merecer esto’, que es una bazofia…) y se pudieron ver largometrajes como ‘Nueva York, te amo’ y ‘Un hombre serio’.

Nueva York, te amo’ forma parte del ciclo ‘ciudades de amor’, en las cuales una decena de directores exponen un corto de lo que para ellos es emblemático, importante o bizarro de la cotidianidad de esas urbes. En la cinta neoyorkina, es paradójico ver que, a pesar del tamaño de la ciudad, finalmente todo puede estar relacionado. La primera película de la serie fue ‘París, te amo’ y también es muy buena (lo que César y yo nos preguntamos es, ¿qué otras ciudades icono del romance mundial estarán considerando para el ciclo?).

Por su parte, ‘Un hombre serio’ es una clásica película de los hermanos Ethan y Joel Coen, esos maestros del cine que han sabido satirizar con lo mejor del humor negro los excesos religiosos (como esta peli, donde se mofan de las hipocresías al interior del judaísmo), la frivolidad (como los matrimonios por conveniencia de ‘El amor cuesta caro’), la violencia extrema (como se pudo ver en ‘Sin lugar para los débiles’, que les hizo acreedores al Premio Óscar a la mejor película en 2007) y las organizaciones delictivas de corte mafioso (no se pueden perder ‘El quinteto de la muerte’, buenisisísima!!).

Denle una oportunidad al cine de arte – que eso no significa abandonar o despreciar al cine comercial –, porque encima de que pueden encontrar muy buenos filmes, ofrece al espectador ventajas únicas. Ustedes dirán:

- Prácticamente siempre hay boletos. Ya sea que uno quiera ir en la mañana o en la tarde, el cine de arte es garantía de encontrar entradas para el horario que uno desee.

- Uno elige el asiento. Siempre hay buenos lugares porque el cine nunca se llena, así que aun llegando con el tiempo justo puede elegir las mejores butacas de la sala.

- No te patean el asiento. La gente que gusta del cine de arte tiende a ser más consciente y por ello respeta los derechos del prójimo, así que procura no patear el asiento delantero.

- No huele a comida. El olor a palomitas puede considerarse tradicional en un cine, no así el queso y los chiles jalapeños de los nachos, los ‘jochos’ calientes o los antojitos que ahora se estilan en las pelis más socorridas. Quienes van al cine de arte sólo van a ver la película, no a desayunar, comer o cenar mientras se encuentran en la sala.

¿Qué les parece, tentador…? Espero que sí, verán que les gustará!!

viernes, 4 de diciembre de 2009

La UNAM, un espíritu que habla por su raza

Hace unas semanas, la UNAM recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2009, por ser un semillero natural de científicos y artistas de México e Iberoamérica, además de haber tendido la mano a los intelectuales del exilio español durante la Guerra Civil de ese país.

Como ustedes saben, tuve la fortuna de estudiar ahí durante tres años y verdaderamente celebro el reconocimiento hecho a la Máxima Casa de Estudios – que aunque en el mercado laboral está subvaluada siempre será la más grande por su corazón humanista – porque el legado a los estudiantes no sólo es académico, sino de vida.

Algo que me gustaba mucho de la Universidad era el respeto a la diferencia: uno pasó el kínder, la primaria, secundaria y prepa con personas del mismo espectro socio económico, así que las pláticas, los gustos y las experiencias de vida eran similares. Llegar a la UNAM fue descubrir los múltiples Méxicos de los que se compone esta sociedad.

Había compañeros de clase que seguían hablando de marxismo cuando hacía años había caído el bloque socialista, había hijos de político que por las mañanas iban a la Ibero u otros institutos y por la tarde se daban su baño de pueblo en la facultad, y había otros que llegaban a faltar un día a la escuela porque no habían tenido recursos para tomar el transporte público y llegar a clase… Y todos convivíamos en santa paz (eso sí, hasta que llegó la huelga y se rompió el encanto).

En la UNAM aprendí lo que es el cine de arte, a disfrutar de una buena lectura tumbada en los prados, a reírme ante escenas tan surrealistas como ver un perro callejero husmeando en las aulas sin que nadie lo saque, a lidiar con la médula de la burocracia nacional, a ver vendedores en los andadores de la facultad y a deleitarme con las visitas a la biblioteca.

También aprendí a transitar hasta con los ojos cerrados por todo el campus, a disfrutar de las deliciosas ensaladas que vendían en Diseño Gráfico, a utilizar internet y a reconocer la ubicación y autoría de buena parte de los murales de Ciudad Universitaria, magna obra, también reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2007.

A pesar de que tuve que cambiar de escuela, de la UNAM me llevé unas excelentes clases de historia del siglo XX, la crítica social, una de las mejores empapadas de mi vida, las clases de francés donde aprendí y me divertí mucho, los paseos por el jardín botánico y el bioterio, las idas al cinito del Centro Cultural Universitario con Lita y un sinnúmero de momentos y lugares que siempre tendrán un lugar especial en mi memoria.

Pero lo mejor, lo mejor, lo mejor que me dio la UNAM, fue la bendición de conocer a César hace 11 años, 1 mes, 17 días. Simplemente por eso valió la pena y con creces haber estado ahí.