De un momento a otro parece que el ajetreo laboral se detuvo, así, de tajo. Son los últimos días laborales antes de vacaciones: la gente llega cada vez más tarde a la oficina, sus atuendos son más ‘casuales’ y sinceramente se piensa en todo menos en los asuntos del trabajo.
Todos estamos al día de las ventas especiales a meses sin intereses (qué buenas son!!), nos damos tiempo de reenviar los mensajes electrónicos que no habíamos podido y, aquí ‘entre nos’, confiamos que en el entorno laboral no organicen más comidas, brindis e intercambios que mermen nuestros bien ganados dineritos de fin de año.
Ya no hay recato para esconder sitios electrónicos de tiendas, recetas de cocina o eventos personales cuando alguien pasa cerca de la computadora, ni se corre para contestar el teléfono cuando se recibe una llamada de chamba.
Algunos hablan en el pasillo por su celular (si lo haces adentro se oye toooodo, y la verdad qué les importa tu plática) para ponerse de acuerdo sobre cómo o dónde celebrar, los que vienen de otros estados pasan el día entero comparando precios de una aerolínea a otra, y unos más – como yo – hacemos a diario la cuenta regresiva para saber qué tan cerca se está de la libertad vacacional.
Los más negativos – esos típicos malos elementos a los que les llueve permanentemente sobre la cabeza – especulan sobre el establecimiento de guardias para no dejar sola la oficina (y, por supuesto, si se decide tal cosa, es a ellos a quienes toca hacerlas). Los rebeldes – como yo, que me incluyo en esta categoría – recomiendan no preguntar, imprimir el documento oficial en el que se establece el periodo vacacional y así ampararse en caso necesario.
A ratos se recuerda lo que han sido los festejos de oficina de años anteriores, y hay cada anécdota…: que si una vez pidieron entre 750 y 1,200 pesos por no más de cinco micro antojitos mexicanos en el Hotel Fiesta Americana (al cual por supuesto no fui ni di un clavo porque no estoy de acuerdo con esos desfalcos) o que si antes daban una flor de nochebuena por persona y ahora ni las gracias por el trabajo de todo el año (y eso no es austeridad sino pura codería de los personajes, porque esos regalitos no salían del erario público sino de su bienintencionado bolsillo, jaja).
Por todo lo anterior, es evidente que ya no tenemos NADA que hacer en la oficina y que este changarro debe cerrarse hasta el próximo año. Es así como levanto la voz: ¡YA VÁMONOS! ¡¡¡¡Jajajajaja!!!!
Ahora, a disfrutar las vacaciones y a relajarse en serio para darle la mejor cara al 2010, ¡FELICES FIESTAS!
Todos estamos al día de las ventas especiales a meses sin intereses (qué buenas son!!), nos damos tiempo de reenviar los mensajes electrónicos que no habíamos podido y, aquí ‘entre nos’, confiamos que en el entorno laboral no organicen más comidas, brindis e intercambios que mermen nuestros bien ganados dineritos de fin de año.
Ya no hay recato para esconder sitios electrónicos de tiendas, recetas de cocina o eventos personales cuando alguien pasa cerca de la computadora, ni se corre para contestar el teléfono cuando se recibe una llamada de chamba.
Algunos hablan en el pasillo por su celular (si lo haces adentro se oye toooodo, y la verdad qué les importa tu plática) para ponerse de acuerdo sobre cómo o dónde celebrar, los que vienen de otros estados pasan el día entero comparando precios de una aerolínea a otra, y unos más – como yo – hacemos a diario la cuenta regresiva para saber qué tan cerca se está de la libertad vacacional.
Los más negativos – esos típicos malos elementos a los que les llueve permanentemente sobre la cabeza – especulan sobre el establecimiento de guardias para no dejar sola la oficina (y, por supuesto, si se decide tal cosa, es a ellos a quienes toca hacerlas). Los rebeldes – como yo, que me incluyo en esta categoría – recomiendan no preguntar, imprimir el documento oficial en el que se establece el periodo vacacional y así ampararse en caso necesario.
A ratos se recuerda lo que han sido los festejos de oficina de años anteriores, y hay cada anécdota…: que si una vez pidieron entre 750 y 1,200 pesos por no más de cinco micro antojitos mexicanos en el Hotel Fiesta Americana (al cual por supuesto no fui ni di un clavo porque no estoy de acuerdo con esos desfalcos) o que si antes daban una flor de nochebuena por persona y ahora ni las gracias por el trabajo de todo el año (y eso no es austeridad sino pura codería de los personajes, porque esos regalitos no salían del erario público sino de su bienintencionado bolsillo, jaja).
Por todo lo anterior, es evidente que ya no tenemos NADA que hacer en la oficina y que este changarro debe cerrarse hasta el próximo año. Es así como levanto la voz: ¡YA VÁMONOS! ¡¡¡¡Jajajajaja!!!!
Ahora, a disfrutar las vacaciones y a relajarse en serio para darle la mejor cara al 2010, ¡FELICES FIESTAS!