viernes, 19 de diciembre de 2008

La odisea de los intercambios navideños

No sé por qué, pero en todo intercambio de escuela o de oficina siempre hay una persona indeseable a quien nadie quiere dar regalo, otra a la que se le olvida el evento y una más que da una porquería.

En el primer caso, es típico que si alguien saca el papelito con el nombre del excluido dice ‘Me toqué yo, denme otro papel’. Si la estrategia falla al no poder comprobar la afirmación, la persona intentará a toda costa cambiar o donar el papelito a algún incauto. Por ejemplo, dárselo ‘cachirul’ a aquel que no estuvo en la rifa de nombres y le encarga a alguien que saque el papel en su lugar (así que cuidadito con esos encargos en futuros intercambios, jaja).

En el segundo caso, no falla el infeliz que antes de salir de su casa o ya estando en el trabajo dice ‘Ups, ¿es hoy el intercambio?...’ y obviamente no compró nada, así que deja sin regalo al prójimo, que siente hacer un papelazo al ser el único que queda con las manos vacías, fingiendo que no hay problema con la negligencia del olvidadizo. O peor aún: da un objeto usado.

Un día, en quinto de primaria, hubo un intercambio de discos (de acetato, por supuesto) y casetes. Yo quedé muy feliz con mi Descanso dominical de Mecano, y así buena parte de los niños del salón. Sin embargo, hubo a quien le dieron una lotería usada y un yoyo ya raspadón, convirtiendo el evento en la tragicomedia de la temporada – tragedia para la niña que padeció la afrenta y comedia para el resto, porque la verdad, a la fecha me da risa al acordarme, jajaja –.

Esto último también viene a colación con el tercer caso, cuando por olvido o por molestar se obsequia una cuchada. Así le pasó a mi amiga Marianiux, a quien le dieron unas naranjas y unos chicles – sin envolver, naturalmente, para hacer patente la mala leche – al finalizar una dinámica escolar de ‘amigo secreto’ – pero recuerden, como dice el dicho ‘a cada cerdo le llega su San Martín’, así que la vida le ha de ver cobrado cara la naranjiza al muy tipo –.

Pero existe una cuarta opción: cuando de plano ni te contemplaron en el intercambio, y lo peor es que me pasó a mí. Verán: a ese intercambio entraron varias personas, incluidas mi mamá y yo. Al parecer, los organizadores, sin hacer distinción, pusieron ‘Lety’ y ‘Lety’, así que mi mamá tuvo dos regalos y yo me quedé chiflando en la loma, buh… y ni perdón dijeron…

Este año, en la chamba se organizó un intercambio de tazas y termos, idea que me pareció original y simbólica. Afortunadamente a mi me tocó una linda taza de fondo blanco y motivos ‘chocolateros’ de colores, con su linda caja que tenía el mismo estampado – no sé si Nelly, del área de Prospectiva, me sabe algo o me la dio al tanteo, jajaja –.

Eso sí, no faltaron las categorías antes mencionadas a las que se sumaron las compras de última hora, los regalos sin envolver, el que compró lo primero que encontró con tal de salir del paso, el codito, el que se avergüenza del pulguero que va a obsequiar y la ‘pena ajena’, entre los más notorios, jajaja.

Pero la verdad fue un buen ejercicio de convivencia, al tiempo que cada vez nos acercamos más a la Navidad, muchas felicidades!!!!!!!!!!!!!!

viernes, 12 de diciembre de 2008

Somos afortunados

Hace poco, por circunstancias del trabajo, en una misma semana visité un Centro Cultural para Adultos Mayores, que depende del INAPAM – antes INSEN –, así como tres Estancias Infantiles para Apoyar a Madres Trabajadoras. Ambas iniciativas han sido instrumentadas desde la Secretaría de Desarrollo Social (SEDESOL), es decir, desde la institución donde trabajo. Ambas experiencias fueron verdaderamente enriquecedoras.

En el primer caso, el objetivo es contar con espacios donde los adultos mayores tomen diversas clases al tiempo que se interrelacionan. Ahí estaba la gente tocando guitarra, pintando, tejiendo, haciendo repujado, vitromosaico, tai chi y aprendiendo a usar las computadoras e internet. También tenían una exposición de textiles que habían elaborado en el taller de bordado.

En el segundo, el gobierno federal promueve la creación de guarderías a cargo de la ciudadanía, con la finalidad de proporcionar a las madres trabajadoras y padres solos un lugar donde sus hijos estén cuidados y seguros mientras laboran.

Vistos así, ambos programas suenan a mera institucionalidad, a fotos con caritas felices. Pero conocer las historias de la gente que asiste a esos lugares, verlos y saberlos de carne y hueso, hace la diferencia. Por ejemplo, la directora del INAPAM dijo que también cuentan con albergues, y que conocerlos es muy duro porque hay infinidad de casos en los cuales los familiares abandonan a los adultos mayores y se desentienden para siempre de ellos.

En cuanto a los niños de las estancias, uno ve a decenas de pequeñitos jugando, sonriendo, muy contentos de permanecer 6 o hasta 8 horas en ese lugar, donde cantan, reciben tres alimentos al día y aprenden buenos hábitos, cuando su origen son familias disfuncionales que presentan violencia intrafamiliar, sus padres o madres padecen adicciones, alguno de ellos está en prisión o no dudan en llevar a los menores al supermercado para regalarlos.

El abandono, la soledad y el maltrato son el alimento diario de miles de personas, y las condiciones en que se desarrollan no siempre son las mejores. Y no necesita uno ir al centro para adultos mayores o a la guardería para darse cuenta de ello.

Por ejemplo, en mi oficina hay una señora de más de ochenta años que está seis días de la semana hasta las nueve de la noche lavando los baños, de rodillas, así de frágil como está. Y hay otra viejecita en el metro C.U. que vende chicles desde que abre la estación, como a las 5:30 o 6:00 hrs., así llueva, truene, haga frío, cierren la avenida o suceda cualquier eventualidad en los alrededores.

O los niños: sale uno y en el puesto de periódicos de la acera contraria a SEDESOL hay un bebé al que tienen en una caja de cartón, con un trapito por cobija para protegerlo del viento, o los chiquitos a los que llevan en el transporte público a las 7 u 8 de la mañana, entre empujones, corrientes de aire y el gentío de hora pico a pie.

Todo lo anterior me llevó a pensar que somos muy afortunados por tener lo que tenemos, porque ninguno escoge dónde nace. Así, hay que dar gracias a Dios porque nuestros niños y adultos mayores comen todos los días, porque pueden ir al médico, toman leche caliente, se bañan a diario, tienen una infinidad de bienes materiales y duermen arropados en una rica y mullida cama. Y eso por mencionar únicamente las necesidades básicas, porque definitivamente, qué afortunados somos.

viernes, 5 de diciembre de 2008

La víspera navideña en la Ciudad de México

El gobierno del Distrito Federal se inspiró y la víspera navideña se instaló en las inmediaciones del Centro Histórico. Por segundo año consecutivo hay una pista de hielo en el Zócalo, con sus respectivas gradas a los lados para que la gente pueda observar a los patinadores.

La novedad es que pusieron un árbol de Navidad enorme, con más de doscientas mil luces y adornos anaranjados, toboganes y, al parecer, una villa donde la gente puede jugar con nieve natural.

En los noticiarios pasaban algunas escenas de lo que fue la inauguración por parte de autoridades y patrocinadores y lo cierto es que lució muchísimo: el árbol a todo lo que daba, los edificios históricos de los alrededores con esa maravillosa iluminación que le ponen cada año con nochebuenas, estrellas y campanas en luces de colores, y la pista enmarcada por fuegos artificiales.

Dejando a un lado si el evento inaugural de la pista fue un montaje televiso de pacotilla o si el hecho de colocar todo eso es mero populismo, lo cierto es que hay que darse una vuelta por esos lares para ver lo contenta que está la gente con esas instalaciones. El año pasado César y yo pasamos por ahí algunas veces y el ambiente era festivo, cordial, 100% familiar, sin el acelere de costumbre.

Sí son varios millones los que se invierten, pero hay que recordar que parte de la función del gobierno es procurar el bienestar de la población y ese bienestar incluye el entretenimiento.

Es muy probable que buena parte de las personas que van a patinar al Zócalo no puedan pagar los 65 pesos que cuesta una hora en una pista privada, y menos sumarle 45 pesos por contar con la asesoría de un profesor de patinaje, y menos si va toda la familia porque los 110 pesos se multiplican por 3, 4 o 5. En el Zócalo tienen todo eso y la posibilidad de ir diariamente o incluso varias veces en un mismo día sin costo alguno.

Si no fuera por la pista de hielo y la villa instalados en el Centro Histórico, sería muy difícil que esa gente conociera el patinaje y la nieve. Lo mismo pasó con las playas públicas: suena medio folclórico y todo que las pongan, pero la verdad es que mucha gente no conocería siquiera la arena si no fuera por esos sitios (con todo y el chapopote que pusieron para ‘impermeabilizar’ el interior de las albercas…).

Contar con esa gama de actividades inverno-navideñas en el Zócalo genera mayor convivencia familiar y un sano esparcimiento, lo que tiende a fomentar una mejor ciudadanía – aunque eso sea temporal…–, al tiempo que se rescata el espacio público. Y no dudo que uno que otro vaguillo se entretenga en patinar en lugar de hacer maldades.

Y los que no nos cansamos de admirar el Centro Histórico de la Ciudad de México, podemos aprovechar para darnos una vuelta por ahí, disfrutar la iluminación y luego tomar un buen chocolate con churros en El Moro, o un capuchino con pastel en Los Azulejos, mmm!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!