Como cada octubre, el año pasado llegó el cambio de horario. Francamente a mi no me hace muy feliz el de invierno porque eso implica salir a oscuras del trabajo, como si fuera ya muy tarde a pesar de ser la hora habitual.
Pero dejando a un lado las preferencias, el problema apareció cuando César y yo llegamos a la estación C.U. de la línea 3 del metro el primer lunes después del cambio: era aquello una boca de lobo, súper oscuro, sin una sola luz funcionando en todo el paradero de transporte público, que es un área bastante amplia.
Como es mi costumbre, ni tarda ni perezosa externé mi inconformidad al escribir un correo electrónico al Sistema de Transporte Colectivo Metro, argumentando que la falta de iluminación puede traer consigo problemas de inseguridad para usuarios y ciudadanos en general. Cuál fue mi sorpresa que al día siguiente ya habían dado respuesta escrita a mi demanda, con número de folio y todo para llevar el seguimiento (aunque no hubo lugar a eso): el alumbrado público del paradero compete directamente a la Delegación Coyoacán.
Proseguí a escribir ahora al Departamento de Atención Ciudadana de esa demarcación, y ahí ni respuesta ni nada a pesar de dos correos y tres intentos telefónicos de contactar a algún funcionario, unos verdaderos ‘oídos sordos’ los muy infelices. Pero ahí no dejé el asunto: escribí a dos diputados locales, de esos que están buenos para poner carteles en el rumbo pero no para atender a la ciudadanía – a pesar de que el erario capitalino les concede miles de pesos al mes para mantener un Módulo u Oficina de Atención Ciudadana–. Tampoco hubo respuesta.
Casi agotadas las instancias – el siguiente paso eran los medios para ‘quemar’ al responsable –, que vamos viendo un camión de luz revisando arbotante por arbotante, desde avenida Imán hasta el paradero C.U., y la semana siguiente ya estaba iluminado el tramo por el que caminamos todos los días.
¿Qué tal: casualidad, cansancio, cumplimiento del deber…? Lo cierto es que se hizo la luz y nosotros quedamos satisfechos. Y es que la ciudad es tan grande, con tantos recovecos y callejuelas de tránsito local – aunado a la apatía institucional, porque definitivamente la hay –, que los ciudadanos también tenemos que levantar la voz para decir lo que está bien, lo que está mal y señalar lo que haga falta.
No sólo como ciudadanos, sino como consumidores y como personas en general que tenemos derechos y obligaciones en cada uno de los ámbitos en que nos veamos involucrados directa o indirectamente. Así lo he hecho con malos conductores suplentes en la televisión, con cereales Kellog’s que no tenían el sabor habitual, cuando una sopa Maggi no traía el sobre con condimento, cuando una fulana fumaba sustancias tóxicas en el Auditorio Nacional, ante cobros indebidos, para denunciar falta de señalamientos carreteros adecuados, etc… etc… etc… y siempre ha sido para bien.
Eso sí: no volveremos a disfrutar del alumbrado público de C.U. hasta que termine el horario de verano, que inicia en tan sólo una semana, jaja!! Pero bueno, valieron la pena las gestiones!!
Pero dejando a un lado las preferencias, el problema apareció cuando César y yo llegamos a la estación C.U. de la línea 3 del metro el primer lunes después del cambio: era aquello una boca de lobo, súper oscuro, sin una sola luz funcionando en todo el paradero de transporte público, que es un área bastante amplia.
Como es mi costumbre, ni tarda ni perezosa externé mi inconformidad al escribir un correo electrónico al Sistema de Transporte Colectivo Metro, argumentando que la falta de iluminación puede traer consigo problemas de inseguridad para usuarios y ciudadanos en general. Cuál fue mi sorpresa que al día siguiente ya habían dado respuesta escrita a mi demanda, con número de folio y todo para llevar el seguimiento (aunque no hubo lugar a eso): el alumbrado público del paradero compete directamente a la Delegación Coyoacán.
Proseguí a escribir ahora al Departamento de Atención Ciudadana de esa demarcación, y ahí ni respuesta ni nada a pesar de dos correos y tres intentos telefónicos de contactar a algún funcionario, unos verdaderos ‘oídos sordos’ los muy infelices. Pero ahí no dejé el asunto: escribí a dos diputados locales, de esos que están buenos para poner carteles en el rumbo pero no para atender a la ciudadanía – a pesar de que el erario capitalino les concede miles de pesos al mes para mantener un Módulo u Oficina de Atención Ciudadana–. Tampoco hubo respuesta.
Casi agotadas las instancias – el siguiente paso eran los medios para ‘quemar’ al responsable –, que vamos viendo un camión de luz revisando arbotante por arbotante, desde avenida Imán hasta el paradero C.U., y la semana siguiente ya estaba iluminado el tramo por el que caminamos todos los días.
¿Qué tal: casualidad, cansancio, cumplimiento del deber…? Lo cierto es que se hizo la luz y nosotros quedamos satisfechos. Y es que la ciudad es tan grande, con tantos recovecos y callejuelas de tránsito local – aunado a la apatía institucional, porque definitivamente la hay –, que los ciudadanos también tenemos que levantar la voz para decir lo que está bien, lo que está mal y señalar lo que haga falta.
No sólo como ciudadanos, sino como consumidores y como personas en general que tenemos derechos y obligaciones en cada uno de los ámbitos en que nos veamos involucrados directa o indirectamente. Así lo he hecho con malos conductores suplentes en la televisión, con cereales Kellog’s que no tenían el sabor habitual, cuando una sopa Maggi no traía el sobre con condimento, cuando una fulana fumaba sustancias tóxicas en el Auditorio Nacional, ante cobros indebidos, para denunciar falta de señalamientos carreteros adecuados, etc… etc… etc… y siempre ha sido para bien.
Eso sí: no volveremos a disfrutar del alumbrado público de C.U. hasta que termine el horario de verano, que inicia en tan sólo una semana, jaja!! Pero bueno, valieron la pena las gestiones!!