viernes, 28 de marzo de 2008

Y se hizo la luz

Como cada octubre, el año pasado llegó el cambio de horario. Francamente a mi no me hace muy feliz el de invierno porque eso implica salir a oscuras del trabajo, como si fuera ya muy tarde a pesar de ser la hora habitual.

Pero dejando a un lado las preferencias, el problema apareció cuando César y yo llegamos a la estación C.U. de la línea 3 del metro el primer lunes después del cambio: era aquello una boca de lobo, súper oscuro, sin una sola luz funcionando en todo el paradero de transporte público, que es un área bastante amplia.

Como es mi costumbre, ni tarda ni perezosa externé mi inconformidad al escribir un correo electrónico al Sistema de Transporte Colectivo Metro, argumentando que la falta de iluminación puede traer consigo problemas de inseguridad para usuarios y ciudadanos en general. Cuál fue mi sorpresa que al día siguiente ya habían dado respuesta escrita a mi demanda, con número de folio y todo para llevar el seguimiento (aunque no hubo lugar a eso): el alumbrado público del paradero compete directamente a la Delegación Coyoacán.

Proseguí a escribir ahora al Departamento de Atención Ciudadana de esa demarcación, y ahí ni respuesta ni nada a pesar de dos correos y tres intentos telefónicos de contactar a algún funcionario, unos verdaderos ‘oídos sordos’ los muy infelices. Pero ahí no dejé el asunto: escribí a dos diputados locales, de esos que están buenos para poner carteles en el rumbo pero no para atender a la ciudadanía – a pesar de que el erario capitalino les concede miles de pesos al mes para mantener un Módulo u Oficina de Atención Ciudadana–. Tampoco hubo respuesta.

Casi agotadas las instancias – el siguiente paso eran los medios para ‘quemar’ al responsable –, que vamos viendo un camión de luz revisando arbotante por arbotante, desde avenida Imán hasta el paradero C.U., y la semana siguiente ya estaba iluminado el tramo por el que caminamos todos los días.

¿Qué tal: casualidad, cansancio, cumplimiento del deber…? Lo cierto es que se hizo la luz y nosotros quedamos satisfechos. Y es que la ciudad es tan grande, con tantos recovecos y callejuelas de tránsito local – aunado a la apatía institucional, porque definitivamente la hay –, que los ciudadanos también tenemos que levantar la voz para decir lo que está bien, lo que está mal y señalar lo que haga falta.

No sólo como ciudadanos, sino como consumidores y como personas en general que tenemos derechos y obligaciones en cada uno de los ámbitos en que nos veamos involucrados directa o indirectamente. Así lo he hecho con malos conductores suplentes en la televisión, con cereales Kellog’s que no tenían el sabor habitual, cuando una sopa Maggi no traía el sobre con condimento, cuando una fulana fumaba sustancias tóxicas en el Auditorio Nacional, ante cobros indebidos, para denunciar falta de señalamientos carreteros adecuados, etc… etc… etc… y siempre ha sido para bien.

Eso sí: no volveremos a disfrutar del alumbrado público de C.U. hasta que termine el horario de verano, que inicia en tan sólo una semana, jaja!! Pero bueno, valieron la pena las gestiones!!

viernes, 14 de marzo de 2008

Dime a quién admiras y te diré quién eres

Reza el dicho: ‘dime con quién andas y te diré quién eres’, lo cual se puede aplicar al ámbito de la ropa, la música y otros gustos, vicios y virtudes. En este caso, la cuestión es ‘dime a quién admiras y te diré quién eres’.

Pensé en esto luego de que César, por azares del trabajo, recibiera esta semana en su oficina a Lourdes Arizpe. Después de la reunión se tomó una foto con ella, y cuando me la enseñó celebré el hecho.

Yo conozco a la Dra. Arizpe por ser una de las personas que ha dedicado su vida a los estudios culturales, lo mismo que Néstor García Canclini y Eduardo Nivón, ambos de la Autónoma Metropolitana, o a Gloria López Morales y Jordi Juan Tresseras, expertos de turismo cultural a nivel mundial.

Y es curioso: uno lee sus libros, sus artículos académicos, y al tenerlos frente a frente, uno se queda mudo.

En el caso de García Canclini, por mucho tiempo estuve sondeando sus eventos académicos para conocerlo en persona, hasta que pudimos ir al Centro Nacional de las Artes, donde él iba a ser presentador de un libro. Al final del evento le pedí su número telefónico para consultarlo al redactar mi tesis. Sin embargo, unos días después, cuando me dispuse a marcarle, me pregunté ¿y qué le digo?

Lo mismo me paso con Gloria López Morales, quien un día estaba en el Sam’s de San Jerónimo. Ahí, en fin de semana, sin micrófono, ni sesión de preguntas y respuestas, ni una sala llena de asistentes. Pero tampoco pude articular palabra. Simplemente, no pude (y miren que no me considero precisamente tímida, jaja).

¿Qué decir, qué le puede preguntar uno a quienes se pueden considerar maestros del tema que a uno más le interesa en el plano profesional, a ellos que han dictado cátedra en la materia, cuyos argumentos sustentan toda una disciplina social?

Lo mismo debe pasar a los admiradores del grupo musical del momento. Lo bizarro es que, a diferencia de la estrella de moda, es atípico – e incluso casi improbable – que un investigador genere revuelo en la calle, o que se apile la gente para estar cerca de él.

Eso nos pasó cuando encontramos en el cine de Perisur a Lorenzo Meyer con su hijo. Y nosotros volados, felices porque en la fila de atrás estaba ese tipazo, cuyos conocimientos de historia y su aguda crítica son de primer nivel. Le dije a César, ‘¿Lo saludamos?’ y él me contestó ‘Tal vez no quiere que lo reconozcan’. Nos volteamos a ver y no pudimos evitar soltar la carcajada: ¡¿quién, en promedio, quiere una foto con gente de cubículo, pluma o pincel?!

Donde sí coinciden ambas ‘admiraciones’ es en tomar la foto – como con Arizpe – o solicitar que el personaje plasme su firma en un libro de su autoría. Eso lo aplicamos con José Saramago, Edgar Morin, Koichiro Matsuura y Jorge Volpi.

Y si analizamos el ‘dime a quién admiras...’, lo anterior nos lleva a una posible conclusión: somos unos nerdillos consuetudinarios, jajaja (y a mucha honra, jajaja).

viernes, 7 de marzo de 2008

Una auténtica política de género

La verdad no me gusta la perorata de género. Se habla mucho de los derechos de la mujer, de su condición de vulnerabilidad y fragilidad social, pero nadie se ha dado cuenta que eso nos aleja aún más de la equidad entre hombres y mujeres.

Hablar de género haciendo alusión a las mujeres anula per se al otro género, el masculino, provocando que en ciertos ámbitos se revierta la tendencia discriminatoria y dando mayor juego al doble discurso. Juzguen ustedes:

- Se quiere que los padres participen en la atención y cuidados del hijo recién nacido cuando la ley sólo otorga a la mujer cierto número de días para el mismo fin, dejando al hombre ajeno a la nueva dinámica del hogar.

- Se quiere eliminar la violencia de género cuando en muchos casos son las mismas mujeres las que golpean a los hijos cuando son menores de edad, creándoles secuelas psicológicas que más tarde reflejan en sus nuevos entornos.

- Se quiere que las mujeres tengan mayor presencia en ámbitos como la ciencia o la política cuando a los hombres se les limita el ingreso a ramas como la enfermería o la pedagogía.

- Se quiere que los hombres participen de las labores domésticas cuando son las mismas mujeres las que les impiden ingresar a “sus espacios” porque pueden ensuciar, porque no saben, porque según su criterio no conocen el cómo de los menesteres del hogar.

No es que pretenda hacer una apología masculina, pero la vida no debe ser un péndulo, viviendo de extremo a extremo en una especie de revanchismo que no lleva a ninguna parte, porque el ‘quítate tú para ponerme yo’ y ‘me hiciste, ahora te la cobro’ no es bueno, así como tampoco es buena la ‘dictadura de género’ que pretenden con aquello de “arriba las mujeres”.

Las mujeres no deben utilizar su condición para obtener privilegios y hacer que la balanza, en lugar de equilibrarse hacia el centro, se incline a su favor. Por ejemplo, imponerse de la peor manera para que forzosamente les cedan el asiento en el transporte público, o que pretendan no hacer fila y pasar antes para realizar un trámite o ingresar a un espectáculo por el simple hecho de ser mujeres. Ese tipo de chantaje está completamente fuera de lugar.

Ambos géneros deben aportar lo mejor de sus capacidades en cualquiera de sus ámbitos de acción, garantizando siempre su participación por igual y sin importar que los colaboradores sean hombres o mujeres. Asimismo, cada parte debe reconocer sus limitaciones y no extrapolar su realidad, pretendiéndose completamente iguales. Somos diferentes y en ello radica la complementariedad inter-género. Ahí está el encanto de la convivencia y el aprendizaje en las relaciones humanas.

Y más que seguir en la dinámica de cuál es la política de género que queremos, estoy segura que las cosas habrán cambiado cuando no se hable más de política de género.