Luego de una pausa de tres meses, regreso a estos ciber lares coincidiendo con el cuarto aniversario de Tutti Frutti, tiempo en el que he compartido con ustedes anécdotas, proyectos, situaciones chuscas, escenarios escabrosos, chocoaventuras varias, sentidas reflexiones y toda clase de entremeses cotidianos que conforman el día a día.
Fue justo hace un año que en este mismo espacio publiqué la noticia de que iniciaba la espera de la pequeña Lety, ese instante en que el corazón me dio un maravilloso vuelco y que mi mundo, conservando su esencia, cambió de una vez y para siempre.
Esas cuarenta semanas fueron increíbles, leyendo cada ocho días los progresos en el desarrollo de la Nena, disfrutando los cambios que experimentaba mi cuerpo y con un estado físico inmejorable.
¡Y qué decir del momento en que nació! Fue entonces cuando comprendí por qué le denominan ‘dar a luz’ al nacimiento: porque un bebé ilumina la vida de su gente, de su entorno, una experiencia muy fuerte!! Cuando nuestras miradas se cruzaron lo hicieron para siempre, develándoseme el resto de mi vida. Y escuchar una vez su llanto, esa primera voz de los pequeñines, me permitiría saberla ahí aun debajo de las piedras.
Es entonces cuando te das cuenta de la perfección del ser humano: sus manitas, sus uñas, su boquita, sus orejitas de azúcar, su cabecita redonda redonda y sus ojitos bien abiertos, asombrándose poco a poco al descubrir el mundo.
Con Leticita se han modificado los esquemas, los conceptos:
- Sabiduría es reconocer la intención de cada uno de sus sonidos y gestos.
- Creatividad es buscar la mejor forma para que tome su medicina contra el reflujo.
- Logro es vestirla sin que se desespere cuando entran sus brazos en las mangas de la ropa.
- Reto es mantenerla contenta a lo largo del día cuando no le da ni gota de sueño.
- Felicidad es presenciar el mágico momento en que despierta.
- Plenitud es contemplar esa sonrisa franca y sincera de mi Nena hermosa.
Más allá de los lugares comunes, lo cierto es que haces todo por un hijo, soportas todo por un hijo y, ¡por Dios santo!, vaya que das la vida por un hijo: porque su felicidad es la tuya, sus momentos los tuyos y sus alegrías las tuyas. Piensas en ella sobre todas las cosas: que siempre esté bien, que le sean concedidas todas las bendiciones. Y cuando llegue a tropezar en el camino, es un hecho que ahí estaré para darle la mano y seguir adelante, juntas, como iniciamos esta fantástica aventura de la vida.
Fue justo hace un año que en este mismo espacio publiqué la noticia de que iniciaba la espera de la pequeña Lety, ese instante en que el corazón me dio un maravilloso vuelco y que mi mundo, conservando su esencia, cambió de una vez y para siempre.
Esas cuarenta semanas fueron increíbles, leyendo cada ocho días los progresos en el desarrollo de la Nena, disfrutando los cambios que experimentaba mi cuerpo y con un estado físico inmejorable.
¡Y qué decir del momento en que nació! Fue entonces cuando comprendí por qué le denominan ‘dar a luz’ al nacimiento: porque un bebé ilumina la vida de su gente, de su entorno, una experiencia muy fuerte!! Cuando nuestras miradas se cruzaron lo hicieron para siempre, develándoseme el resto de mi vida. Y escuchar una vez su llanto, esa primera voz de los pequeñines, me permitiría saberla ahí aun debajo de las piedras.
Es entonces cuando te das cuenta de la perfección del ser humano: sus manitas, sus uñas, su boquita, sus orejitas de azúcar, su cabecita redonda redonda y sus ojitos bien abiertos, asombrándose poco a poco al descubrir el mundo.
Con Leticita se han modificado los esquemas, los conceptos:
- Sabiduría es reconocer la intención de cada uno de sus sonidos y gestos.
- Creatividad es buscar la mejor forma para que tome su medicina contra el reflujo.
- Logro es vestirla sin que se desespere cuando entran sus brazos en las mangas de la ropa.
- Reto es mantenerla contenta a lo largo del día cuando no le da ni gota de sueño.
- Felicidad es presenciar el mágico momento en que despierta.
- Plenitud es contemplar esa sonrisa franca y sincera de mi Nena hermosa.
Más allá de los lugares comunes, lo cierto es que haces todo por un hijo, soportas todo por un hijo y, ¡por Dios santo!, vaya que das la vida por un hijo: porque su felicidad es la tuya, sus momentos los tuyos y sus alegrías las tuyas. Piensas en ella sobre todas las cosas: que siempre esté bien, que le sean concedidas todas las bendiciones. Y cuando llegue a tropezar en el camino, es un hecho que ahí estaré para darle la mano y seguir adelante, juntas, como iniciamos esta fantástica aventura de la vida.